viernes, 21 de mayo de 2010

LA AZUCARERA VACÍA


Por Lucas GarvePublicado Hoy

Mantilla, La Habana, 20 de mayo de 2010, (PD) La historia del azúcar en Cuba comenzó allá por el siglo XVII y despegó en el XIX después del desastre económico de Haití causado por la primera de las revoluciones caribeñas - latinoamericanas.

Arango y Parreño, al que muchos consideran un patricio, a la cabeza de los más influyentes hacendados, puso todo su empeño en la fuerza de trabajo esclava. En consecuencia, el sistema de plantación cubrió la isla como núcleo de desarrollo económico y a nivel social la violencia esclavista, enriqueció los bolsillos de los propietarios e impregnó la mente de los criollos con un esquema de verticalidad paternal que aún hoy nos ahoga con el peso de unos dos siglos.

De ellos heredamos los cubanos nuestro modo de ser y en gran parte la forma de gobernarnos, desde el núcleo familiar hasta el país entero. Todavía muchos se preguntan aún cómo llegamos a esto de hoy. Queremos buscar la respuesta en el presente, sin caer en cuenta que las raíces de los muchos males que perturban la sobrevivencia y obligan la emergencia de la vida actual están clavadas muy hondo al inicio del camino.

Cuba, la azucarera del mundo, es uno de los mitos más empleados por nuestra historiografía cultural. Está al inicio de la Nación, junto al ron y el tabaco. A un hombre tan sabio como ecuánime, el ilustre Don Fernando Ortiz, se asombraría si supiera que en esta última zafra, la producción de azúcar apenas alcanzó a 1,5 millones de toneladas de azúcar.

La estructura de la industria azucarera surgida antes del 59, asimismo la infraestructura en que esta primera se apoyaba, fue barrida por el huracán del ciclón comunista con su lluvia de malas decisiones, caprichosos reglamentos y vientos voluntaristas.

La industria azucarera cubana, entonces alimentada por cuantiosos fondos financieros aportados por la extinta Unión Soviética durante casi treinta años, conoció en los 60 y los 70 un período marcado por el dictamen gubernamental y los contingentes de cientos de miles trabajadores obligados a volcarse en las labores de siembra, corte de caña y producción posterior trastornaron la vida urbana.

En el período revolucionario se construyeron varios centrales azucareros, así como fábricas de maquinarias de corte, institutos de investigación científica, escuelas de formación de obreros calificados, hasta un ministerio dedicado a controlar y regir la producción de azúcar. No obstante, la infraestructura y la estructura del sistema de la industria azucarera no se sostuvo cuando faltó el apoyo financiero y tecnológico con que contaba gracias al aporte anteriormente citado.

Entre 2005 y 2008, sonó la hora de enfrentar la realidad. Cerraron, desmontaron o dejaron de producir a tope muchas de las fábricas de azúcar que no eran rentables desde hacía años. Cien mil trabajadores del sector azucarero fueron reubicados o recalificados, un buen número de ellos pasan cursos de superación. No anticiparon que el precio del azúcar en el mercado mundial remontaría hasta llegar a unos $ 0,30 en menos de un lustro.

En la zafra que finalizó recientemente de los 61 centrales azucareros en producción en la isla solamente funcionaron 44. La producción de algo más de un millón de toneladas de azúcar traerá seguramente afectaciones en varios sectores como la producción de rones, caramelos, siropes, refrescos, dulces.

La necesidad de importar azúcar de otros países parece increíble para un país identificado por tener las más productivas fábricas de azúcar del mundo en una época, pero no deja de ser un hecho cierto en el presente. Hoy recogemos el azúcar en cartuchitos en lugar de sacos.

Resulta que a golpe de bandazos económicos y malas elecciones políticas, este barco del socialismo que navega por las Antillas hace cincuenta años se ha reconvertido en un país de economía de servicios ahora, cuando ya se ha perdido todo recuerdo de lo que era prestar un servicio de excelencia en este aspecto.

Por ejemplo, el mal recuerdo de la denominada “ofensiva revolucionaria” aún provoca pesadillas en los que no han olvidado aquel disparate que barrió con la cultura del trabajo a escala del núcleo familiar.

A fuerza de leyes revolucionarias, borraron la tradición de cientos de grandes empresas y medianas y pequeñas industrias, así como talleres familiares que habían cosechado y obtenido éxitos en el desarrollo paulatino de la isla.

Definitivamente, Cuba no será más la azucarera del mundo. La economía nacional, maltrecha y agotada, continuará en busca de otros rumbos. Quizás para Cuba, el resurgimiento de un amplio sector de economía de servicio sea una salida a la crisis que se prolonga desde finales de los 80. Sin embargo, para echarse a andar por este camino se requiere de una flexibilidad en la estrategia económica aún ausente en la mente de la burocracia gubernamental.

Foto: Marcelo López

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