jueves, 13 de mayo de 2010

SLAVOJ ZIZEK; El combate universal


General, Opinión Mayo 13th, 2010
El psicoanalista y pensador marxista cuestiona el papel de los

movimientos antiglobalización y afirma que los derechos humanos son

cuestión de “pura fe”.

JEAN BIRNBAUM. (c) CLARIN


Slavoj Zizek, intelectual inclasificable, vive entre su Eslovenia

natal, la Argentina y los Estados Unidos. Construyó una obra

original en la que las referencias marxistas y psicoanalíticas se

mezclan con el cine de Hollywood para inventar una radicalidad con

horizonte enigmático. Acaba de publicar El títere y el enano

(Paidós) y Visión de paralaje (FCE).

- —En “El títere…” explora el estatuto de la fe en nuestra

sociedad. La creencia ya no puede asumirse públicamente, dice, se

vuelve “un secreto personal y obsceno”. ¿Es creyente?

- —Soy absolutamente ateo. Pero el problema es que, siendo ateo,

estoy contra la filosofía de la finitud. Soy de los que quieren

rehabilitar la noción de infinito para pensarla desde un punto de

vista materialista. Por eso, si me preguntan, al estilo de los

gangsters de las películas americanas, con una pistola en la

sien, “¿Quién es usted realmente?”, respondería “un hegeliano”.

Cuando hablo de Kant y de los idealistas alemanes, y cuando utilizo

a Lacan, en última instancia, quiero hacer una lectura de Hegel. Aun

contra las críticas de Marx o de Kierkegaard, defiendo a Hegel,

porque creo que es más radical. Sí, misteriosamente, es mi

horizonte. Ya en el liceo, tuve esta epifanía: ¡Hegel!

- —Chesterton dice hasta qué punto es difícil ser ateo.

- —Allí está el núcleo perverso del cristianismo. Cuando uno es

ateo, siempre tiene a un Otro que cree por nosotros, como dice

Lacan. Pero, aceptar que el Otro mismo no cree, sucede solamente en

el cristianismo. Chesterton hace una bella interpretación cuando

dice que ese momento en que Cristo pregunta, en la cruz, “Padre,

¿por qué me has abandonado?”, es el momento catastrófico en que Dios

mismo es ateo. La distancia que separa al hombre de Dios se traslada

a Dios mismo. También para mí, es una experiencia muy traumática.

Para dar un ejemplo: la filósofa Agnes Heller, deportada en la

Segunda Guerra Mundial, me dijo que en los campos nazis, además de

la diferencia fundamental que existía entre los que aún se aferraban

a la vida y los que ya estaban resignados a morir, había una tercera

categoría, pero mítica: en las barracas contiguas, se decía que

había alguien que podía ayudar a los otros, que seguía siendo ético,

es decir, que todavía creía. Me dijo que el momento más trágico fue

cuando encontraron a ese personaje y comprendieron que era como los

demás. Entonces, es fácil ser no creyente, pero es mucho más difícil

aceptar que no hay un Otro susceptible de creer por nosotros. Hegel

tiene una bella frase: lo que murió en la cruz no es el

representante de Dios, sino el mismo Dios del otro mundo. Lo que

queda, es el Espíritu Santo: somos responsables. Para mí, la

verdadera comunidad de creyentes es la que no tiene a un Otro.

- —Diferentes “fundamentalistas” religiosos podrían pretender

encarnar a ese Otro. Parece que usted les niega ese derecho. ¿Por

qué?

- —El problema de los fundamentalistas es que no creen. Y lo saben.

Lo que me asombra, cuando hablo con fundamentalistas cristianos en

los Estados Unidos es que para ellos las proposiciones de fe son tan

simples como las de un saber positivo. Son “fanáticos” científicos,

y según ellos, la encarnación de Jesús es un hecho que tiene el

mismo estatuto que la estructura del átomo. El fundamentalismo no

es, como se dice a menudo, un peligro para el saber secular. No: es

un peligro para la fe misma. Porque han perdido la creencia

auténtica, el credo quia absurdum, ese compromiso con lo imposible

que dice: sé que es imposible, sin embargo, creo. Tomemos el ejemplo

de los derechos humanos, esa idea de que a pesar de todas las

diferencias, hay derechos universales; es un concepto de fe pura.

Allí no hay un saber objetivo, sino una decisión colectiva, un

compromiso ético-político incondicional. Sin creencia, no existe la

ética en el sentido propio. Justamente en eso, estoy de acuerdo con

Jacques Rancière, cuando defiende la retórica de los derechos

humanos diciendo que no deben naturalizarse, que no son propiedad

del hombre, que el derecho humano fundamental es el derecho a la

universalidad, a llenar el vacío y comprometerse.

- —Badiou hace de San Pablo un predicador activista, cuyo legado

militante permitiría refundar una política de vanguardia. También

usted hace del proyecto paulista un verdadero “emprendimiento

leninista”.

- —Estoy de acuerdo con Badiou en encontrar en el legado judío de

Pablo un nuevo tipo de espacio colectivo, de esos que se encuentran

en las comunidades creyentes, a veces en los partidos

revolucionarios, incluso en las sociedades psicoanalíticas. La

cuestión es encontrar una nueva forma del campo social y político.

Vivimos en una sociedad pluralista, donde permanentemente debemos

dejar de lado nuestra propia posición, buscar un campo común, etc.

En contra de esto, lo que me gusta de Pablo es la idea, más valiosa

que nunca, de que el único camino hacia la verdadera universalidad

es el de tomar partido. La verdad universal, en sí misma, es parcial

y comprometida. Quiero resucitar ese aspecto de la religión

combativa y por eso tengo grandes problemas con toda la lógica del

multiculturalismo, con nociones como la de “tolerancia”

o “aprendizaje de las diferencias”. Creo en una universalidad de

combate.

- —Usted es una de las figuras tutelares del

movimiento “altermundista”. ¿Hay una “política de Zizek?

- —No. En todo caso, sería la “política de Bartleby”. Es decir, la

del Preferiría no hacerlo… Hoy, cuando todo el mundo “resiste”, el

primer gesto, quizá, es rehusarse a ese juego y ver que hay una

manera de oponerse que forma parte de la máquina existente. Quizá,

el primer gesto verdadero es más bien resistir a la tentación de

actuar que hacer algo. Toda esa acción “antiglobalización” me

recuerda lo que se puede llamar la “pseudoactividad”: se actúa todo

el tiempo pero para que nada cambie realmente. En esto, soy crítico

con respecto a toda la herencia de Mayo del 68. Participé, sí, pero

no me gustó. Fue un espectáculo. Detesto esa idea de la explosión

liberadora… Lo que me interesa es el día después, el momento en

que uno se pregunta cuál es la diferencia con el orden anterior.

Para San Pablo como para Lenin, el problema es el mismo: cómo

traducir la revolución a un nuevo orden positivo a través de formas

inéditas de politización y hasta a las cosas más cotidianas (el

matrimonio, el sexo). Mi problema es ése: el retorno al orden.



Zizek básico

LJUBLIANA 1949. FILOSOFO Y PSICOANALISTA

La filosofía, el arte, el psicoanálisis y la sociología son los campos donde se mueve con soltura. Pero también navega en la política: en 1989 fue candidato a la presidencia de Eslovenia. En París estudió con Lacan y fue paciente de Jacques Alain Miller. Deleuze y Derrida fueron sus faros inspiradores. Reparte su vida entre Buenos Aires, (donde se casó) París, Ljubliana y Nueva York. Ha publicado más de cincuenta libros, entre ellos: El espinoso sujeto; La suspensión política de la ética; El títere y el enano;

Visión de paralaje
(c) Le Monde y Clarín.

Traducción de Estela Consigli.

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