jueves, 24 de junio de 2010

HISTORIAS DE CINE

Publicado para hoy 25 de junio


Por Gladys Linares



Lawton, La Habana, (PD) A las personas que nos visitan les llama la atención la destrucción y los derrumbes en La Habana. Pero hay derrumbes de los que no se habla, que sin lugar a dudas constituyen una efectiva forma de castrar la cultura. Me refiero al derrumbe de cines y teatros, que han dejado de existir por falta de reparación y mantenimiento.

Uno de los medios de recreación más generalizados entre los cubanos fue siempre el cine o el teatro. Pienso que es por ello que muchos hombres emprendedores invertían en su construcción, sobre todo en la capital.

Quizás la gran cantidad de cines diseminados por el municipio Diez de Octubre guarde estrecha relación con que fue allí donde Enrique Díaz Quesada instaló el primer estudio cinematográfico que existió en Cuba, allá por el año 1913, en la azotea de su casa, situada en la Calzada de Jesús del Monte número 358 entre Santa Irene y Correa. Allí se hizo también el primer largometraje silente cubano, titulado Manuel García o el Rey de los campos de Cuba, y que relataba las hazañas de un bandolero muy famoso en aquella época.

Ya para 1959, la cantidad de cines existentes en lo que hoy se conoce como municipio Diez de Octubre ascendía a veintidós. En la década del 60, el gobierno de Fidel Castro intervino los cines y durante todos estos años se han deteriorado en forma drástica.
En la actualidad, sólo cinco brindan servicio en el municipio, aunque sin agua, ni climatización, ni higiene, y por consiguiente infestados de cucarachas. Un amigo me contó que en una ocasión mientras intentaba disfrutar de una película le pasó por los pies una rata. Puede ser cierto o no, yo no lo dudo. La suciedad, además de la fetidez de los baños de los cines, es constante.

Los cines dejaron de ser un buen lugar para el esparcimiento de la familia cubana. Pasó la época en que los sábados y domingos desde la mañana, pequeños y mayores se ponían sus mejores galas y salían para el cine del barrio. Ir al cine era fácil y barato. En cambio, hoy, estos lugares en su mayoría han desaparecido, y con ellos la matinée.

No hay dudas de que esta es una de las causas fundamentales de que nuestros niños se recreen mataperreando en la calle, donde molestan a vecinos y corren el riesgo de ser atropellados, puesto que tienen pocas opciones para ocupar su tiempo libre.

Permitir la destrucción del cine teatro Moderno -por solo citar un ejemplo-, en la céntrica Calzada del Diez de Octubre, entre Rodríguez y Calzada de Luyanó, constituyó un acto de barbarie. Esta obra representativa del art decó habanero, se convirtió aceleradamente en un vertedero de basura y escombros. Además, ante la escasez de baños públicos, muchas personas inescrupulosas lo utilizaban para estos y otros menesteres. Entre las ruinas pululaban las ratas y cucarachas, y el mal olor era insoportable. Hace un tiempo lo sellaron con bloques en lugar de sanearlo.

Este, como otros cines abandonados de la capital, sirve también como refugio clandestino para personas sin hogar, en muchos casos procedentes de otras provincias.
Los cubanos hemos perdido el hábito de ir al cine, al cine cercano y familiar, el cine de barrio. No por la calidad de las películas, sino por las precarias condiciones en que se encuentran los pocos que aun funcionan. Hoy acudimos al DVD y al alquiler de películas que traen a nuestras casas personas que se dedican a este nuevo oficio, que para burlar la censura los cubanos nos las ingeniamos bien.

Fotos: Marcelo López

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