jueves, 24 de junio de 2010

¿LÁPIZ O MANDARRIA?

Publicado para hoy 25 de junio


Por Frank Correa

Jaimanitas, La Habana, (PD) Ernesto fue vice director de la Dirección Provincial de Comercio en Guantánamo y militante comunista hasta que sus ideas contestarias lo vincularon al Partido Pro Derechos Humanos. Entonces, fue separado del cargo, perdió la militancia, lo detuvieron, procesaron y encarcelaron durante un año en la prisión Combinado “El Palomo Blanco”, por el delito de asociación ilícita para delinquir.

Al salir en libertad, se trasladó a La Habana como obrero de la construcción a levantar hoteles para el turismo.

El primer día de trabajo el ejecutor principal de la obra lo llevó junto a una enorme pared de quince metros de largo por cuatro de alto, enchapada de azulejos por ambos lados, le entregó una mandarria y le dijo: túmbala.

Al quedar solo con la pared, Ernesto se armó de valor. Su instrumento de trabajo siempre fue un lápiz, por primera vez tenía una mandarria en la mano. Elevó el mazo de hierro sobre su cabeza y asestó un golpe que escachó azulejos y pedazos de cemento que volaron por el aire. Sus brazos se estremecieron, todos sus músculos y nervios retemblaron. Sin amilanarse, propinó otro porrazo y otro, y otro, siempre en un mismo punto. Veía saltar cachos en todas direcciones e imaginaba que allí estaba su enemigo: la dictadura comunista.

Embistió la pared como un loco hasta que consiguió abrir un hueco y pudo ver el otro lado. Luego fue agrandándolo a mandarriazos hasta hacerlo un rectángulo. Le habían situado un ayudante con un vagón para botar los escombros pero no dio abasto y mandaron más.

Al terminar la jornada, de la pared solo quedaba un muro. Los ayudantes protestaron por el intenso ritmo de trabajo. Cuando iban a subir al camión, uno de ellos lo atajó.

--Oye socio, dale suave. Esa pared debe durar una semana. A ese ritmo el hotel se termina en nada y el plan es entregarlo a fin de año.

Ernesto no le hizo caso. Al otro día derribó lo que quedaba del muro y los ayudantes trabajaron enfadados. Desde una habitación del tercer piso, el ejecutor principal lo observaba. Movió la cabeza en negación, bajó y le quitó la mandarria. Le preguntó si alguna vez había trabajado en oficina, y si escribía bien.

--Necesito un secretario.

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