viernes, 2 de julio de 2010

EL MAGO


Por Frank Correa

En el cubículo 18 además de Obellí y Caimanera convivían tres reclusos. Uno de ellos era un mago.

Cuando escuchó su historia, Fernando quedó estupefacto, y no la creyó. Como tampoco la creían ni Obellí, ni Caimanera, ni los otros reclusos del penal, ni los llaveros, ni el Reeducador, ni el Jurado, ni el Fiscal, ni el abogado, ni el esposo de la víctima, ni los cincuenta y cuatro espectadores que llenaban el teatro el día del extraño suceso. Ni siquiera la creía el propio mago al recordar la historia:

--Era un día magnífico. El escenario estaba engalanado con cintas malvas y ramos amarillos. La acústica era la adecuada para estos espectáculos de circo. Antes que yo, el payaso hizo reír a los niños con piruetas y globos explotados. Se hizo silencio cuando aparecí…

Mientras contaba la historia el mago se puso de pie. Caminó de un lado al otro de la celda escenificando lo narrado como alguien que ha contado lo mismo muchas veces e intenta mejorarlo.

-Hice saltar palomas de un pañuelo --su voz iba de los registros lúgubres al diáfano, sin escalas --, convertí un mazo de cartas en una copa y con un chasquido de los dedos la llené de agua. Aplausos. Mis ayudantes salieron detrás del escenario cargando el baúl para el truco principal. Lo colocaron en el centro, en el lugar previsto, desaparecieron otra vez, dejándome solo con el baúl. Volteé la copa, cuando vieron que el agua no se derramaba estallaron aplausos. Deposité la copa sobre la caja y la desaparecí de una palmada. Más aplausos. Con turbante y capa semejaba un califa. Grité, ¡necesito un voluntario...! La mujer, rubia, hermosa, vestida elegante, se puso de pie y subió al escenario. Silencio. Abrí el baúl, la ayudé a entrar y cerré la tapa. Todos quedaron expectantes. Me quité la capa con elegancia y cubrí el baúl. Silencio total. Chasqueé los dedos, quité la capa, abrí el baúl, no había nadie. Pedí voluntarios para que subieran a mirar. Niños, mujeres incrédulas y graciosos que siempre cuestionan a los magos, metieron las manos dentro del baúl y sonreían al descubrir que no había nadie. Los aplausos estremecieron la sala. Es el momento de la felicidad del mago, con el truco en suspense. El esposo de la rubia, cómplice del truco, se puso de pie y aplaudió más que nadie. Pedí calma. Y silencio. Venía la parte final, hacerla aparecer otra vez. Cubrí el baúl nuevamente con la capa y chasqué los dedos. Abrí el baúl y no había nadie. Silencio absoluto. Sonreí. Carraspeé para avisarle a la modelo que era el momento de salir. Chasqueé los dedos con más fuerza y abrí el baúl, no había nadie. Murmullos. Incertidumbre. Entonces comenzó lo desagradable. El esposo subió al escenario. Movió el baúl de su sitio, me preguntó, ¿qué pasa? No sé..., le dije, nunca antes había sucedido. Alzaron el falso piso de la tarima. Se descubrió el espacio donde ella se escondía para el engaño. No estaba. Sufrí el bochorno más grande que pueda soportar un mago, ver desarticulado su truco. El esposo bajó al agujero. No encontró a nadie. Se deslizó por debajo de la tarima, salió a la puerta trasera del teatro, que estaba abierta, y miró en la calle. Nada.

El mago se acostó en la litera y quedó pensativo. Los recuerdos debían ser tan nítidos que por unos minutos no pareció estar en la celda. Al rato balbuceó:

--Soy un gran mago... ¡pero no para tanto...!

--¿Qué pasó después?

--Los espectadores se reían y me cuestionaban. El esposo llamó a la policía. Me insultó. Hasta intentó golpearme.

--¿Te golpeó?

--Claro que no. ¿Has visto alguna vez golpear a un mago?

--No. ¿Y la mujer? ¿Apareció?

--¿La gran puta? ¡Jamás! ¿Por qué piensas que estoy preso?

--¡No me digas que estás aquí por un truco de magia!

--Así mismo. La policía revisó el lugar. Trajeron un perro.

--¿Un perro?

--Sí. Para buscar el rastro. Pero sólo me ladraba a mí el muy condenado. El instructor policial fue duro conmigo. Demasiado duro. Tuve que descubrirle mi truco en detalles. ¡Violé el juramento de mago! No me creyeron ni una palabra...

--¿Y cuales fueron los cargos?

--Mi abogado pudo librarme de la acusación de homicidio, porque nunca se encontró el cuerpo. También de tráfico de personas, trata de blanca, cómplice de evasión y otras sandeces inconcebibles. Finalmente se decidieron por peligrosidad pre delictiva. ¡Yo... un mago!

A pesar de la tristeza del mago, Fernando tenía unas ganas inmensas de reír y gritarle en la cara: ¡Eso no te lo cree ni tu madre! En cambio dijo:

--Solo tienes que encontrarla, eres el mago más grande que conozco. Nadie jamás desapareció a una mujer de una palmada.

--No fue una palmada. Fue un chasquido con los dedos.

--Ten cuidado. Si los presos descubren tus poderes, no te dejaran tranquilo pidiendo que los desaparezcas de aquí.

--No me explico qué pasó... yo sé que soy un buen mago, ¡pero cóño, no es para tanto!

En aquel momento, el llavero se detuvo en la puerta del cubículo.

--¡Dale, mago... vino a verte tu abogado!

El mago se puso de pie, sonriente. Cuando se dirigía a la puerta Fernando lo detuvo.

--¡Espera... péinate un poco...!

--Los magos no se peinan --dijo mientras se alejaba.

--¡Oye, ten cuidado no vayas también a desaparecer a tu abogado!-- le gritó Caimanera desde el baño.

(Fragmento de la novela inédita Pagar para ver)

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