Publicado para hoy 10 de julio
Por Ramón Díaz-Marzo
Habana Vieja, La Habana, (PD) El patio de mi casa es particular, es decir, pertenece al módulo de mis dos habitaciones con baño, es interior y nadie puede acceder a él.
Este patio lo adquirió Reinaldo Arenas cuando la vecina de los bajos decidió ampliarse y construir dentro de su habitación un baño y de paso apropiarse de la parte que le correspondía de su patio interior que, en el primer piso de mi edificio, es un patio natural.
Para nosotros, los ocupantes de los pisos superiores, a partir del segundo piso hasta el quinto piso y la azotea, sólo había un abismo, es decir, una separación que le garantizaba a uno independencia física mejor que la cerca de un jardín. Pero cuando la vecina decidió construir su baño, de paso construyó una suerte de segundo piso, una extensión de su barbacoa que abarcaba el patio, y su techo de hormigón subió hasta la habitación que ocupaba Reinaldo y a este le sirvió de patio.
Durante años nunca se me ocurrió y nadie nunca se atrevió a invadir mi patio que comenzó a pertenecerme después del año 1980 cuando Reinaldo escapa de Cuba por el Mariel.
Los diferentes eventos que les narraré han ocurrido en un periodo que abarca más de 20 años. Estos eventos han sido generados desde el interior de una habitación que pertenece a un edificio posterior al patio de mi casa. En la foto les muestro las dos pequeñas ventanas rectangulares que pertenecen a dos habitaciones. Con la ventana de la izquierda nunca han existido problemas. En la foto puede verse que la han recubierto con una celdilla de alambres. La ventana de la derecha es la que ha sido protagonista de los eventos que les narraré a continuación.
En la ventana protagonista de esta historia vivía un señor de avanzada edad (y por supuesto de la vieja guardia) habanero él, pero de origen español, que era inquilino de esa habitación desde el tiempo de los malos y jamás se le ocurrió, como tampoco a mí, construir barbacoas (yo permuté para este edificio en el año 1973).
Pero los primeros orientales que invadieron a la capital (o mejor, la tomaron por asalto), eran hormigas laboriosas al momento de construir barbacoas. A mí tampoco, al igual que mi viejo y bendito vecino (que en gloria esté) se me ocurrió construir una barbacoa. Así, esta barbacoa que hoy tengo la construyó Reinaldo Arenas, que era palestino.
Hasta el año 1987, cuando vino a vivir a la habitación la primera familia que sustituiría a mi viejo y callado vecino, había una muchacha que cometió en el año 1994 el error de extender su brazo y atreverse a colgar una ropa mojada en un alambre colgante en mi patio. Para colgar un vestido en el alambre del patio de mi casa había que sacar más de la mitad del cuerpo de la ventana de marras y arriesgarse a caer por el abismo. Así que sin decir nada, cogí el vestido y lo colgué lejos del alcance de esa remota vecina. Cuando transcurrieron 24 horas la muchacha me llamó “¡Vecino, vecino, vecino!”. Salí al patio y ella me reclamó su vestido, momento que aproveché para decirle que el patio de mi casa era particular y no de uso público.
Luego permutó con esta primera familia un matrimonio disfuncional. Ya era periodista independiente, trabajaba para CubaNet y tuve que escribir una crónica titulada “El Día de San Valentín”. En la crónica doy testimonio de cómo esa remota mujer forcejeaba con el marido en horas de la madrugada porque quería tirarse al vacío.
Después de la Primavera Negra, una madrugada estoy en la barbacoa escribiendo cuando oigo la voz de una mujer que desde el patio, en voz baja, me pide que le abra la puerta que de mi sala da al patio. Cuando escucho esa voz que hablaba desde el patio me sobrecojo de terror porque es como si el demonio se hubiera colado en mis predios. De inmediato apago la luz y, desde la oscuridad de mi barbacoa y a través de las ventanas, observo un oscuro bulto en mi patio. También veo a un hombre que está en el pasillo del edificio de al lado. Le digo a la mujer que regrese por el mismo lugar que vino.
Ya el vacío no existe porque a la vecina de los bajos (muy ocurrente en iniciativas constructivas) se le ocurrió colocar seis metros de techo de zinc para no recibir más la basura y los chorros de orina que los vecinos de los pisos superiores le lanzan. Ahora ese techo de zinc le sirve de trampolín a los asaltantes de mi patio.
Al marido de esta mujer remota hube de sorprenderlo en dos ocasiones orinando a la 5 de la madrugada por la ventana de nuestra historia. También observé que su comportamiento era raro cuando se acostaba en el piso de su barbacoa y sacaba la cabeza por la ventana. Siempre intentaba mirar algo que estaba más allá de mi casa. En cosa de un par de meses una tarde voy a entrar a mi edificio y observo que la mujer remota y el orinador se marchaban del edificio con todas sus pertenencias en un camión de mudadas.
Después vino otra familia con la cual no tuve problemas. Y luego ha llegado un matrimonio con el cual ha comenzado el primer episodio. Ocurrió ayer, entre las 10 am y las 4 pm. Yo estaba en mi casa durmiendo (porque padezco de insomnio) y cuando me levanto a las 4 pm observo un cable de antena que han tirado desde la ventana de marras y sale dándole la vuelta al edificio posterior al patio de mi casa. Llamo a una vecina de mi edificio y de mi piso para que sea testigo de que el vecino nuevo se ha descolgado desde la ventana y ha puesto la planta de sus pies en el patio de mi casa. Lo sé porque se atrevió a clavar dos clavos. Cuando estoy mostrándole a mi vecina el hecho, la puerta de la ventana derecha se abre, momento que aprovecho para llamar al vecino y decirle que no puede violar más mis predios. El vecino trata de justificarse, yo trato de no maltratarlo con mis razones, y el vecino me dice que no le gusta que le llamen la atención. Entonces sólo le digo que su libertad termina donde comienza la mía.
Espero que el vecino sea inteligente (creo que lo es) y sepa que no habrá un segundo error porque llamaré a la policía y lo acusaré de allanamiento de morada si no perezco en la lucha.
De todos modos estos últimos 14 días han sido muy raros. Primero: por primera vez sube mi presión arterial. Segundo: baja mi presión arterial y me ingresan en el policlínico en la sala de observación, donde me pasan un suero en la vena y me inyectan cafeína. Tercero: un gato pardo se cuela por la ventana de mi otra habitación, y lo espanto. Cuarto: el vecino se cuela en el patio de mi casa.
ramon597@correodecuba.cu
Foto: Ramón Díaz-Marzo
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