viernes, 2 de julio de 2010

LOS MEROLICOS


Por Jorge Luís González Suárez

“Aquel pequeño país que no se nutre de
muchos pequeños comerciantes no progresa”.
José Martí

El Cerro, La Habana, (PD) La TV cubana, que ha sido nada prolija en exhibir telenovelas mexicanas, hace más de dos décadas, como excepción, pasó por nuestras pantallas una realizada por Televisa: “Gotita de Gente”.

La serie, de modestos recursos, con la consabida sensiblería romántica y lacrimógena, dejó un impacto en nuestro ambiente social imborrable hasta hoy: el concepto aplicado a los mercaderes particulares de merolico.

Este término del argot popular mexicano es recogido por el Diccionario Enciclopédico Larousse 1998 como: “vendedor callejero, que atrae a los transeúntes por su verborrea”.
Resulta significativo que la etimología de este vocablo tiene una gran connotación en nuestra cultura tradicional con la denominación de vendedor ambulante.

Han sido numerosos los artistas plásticos y escritores que desde los inicios de la colonización en el siglo XVI recogieron en sus obras estampas y descripciones de aquellos que realizaron el oficio de vendedores de mercancía por las calles.

No resulta nuevo para nadie que haya personas que deseen obtener el sustento al comercializar algún producto por sus propios medios. La forma de efectuarlo varía según la oferta. Cestas, tableros y carretillas han sido las más características.

Recuerdo a los vendedores de helados con sus carritos y campanillas. Al carbonero con su carretón, parecido a las carretas del oeste norteamericano, tirado por algún mulo o caballo y otros que con piezas de bicicleta o motos construían artefactos muy originales para trasladar la mercadería.

Todas estas personas tenían algo en común: el pregón. Casi cantado, a viva voz, identificaba no solo el producto que ofertaban, sino además un estilo único de comunicar.

El cancionero popular recoge una modalidad bastante nutrida de ejemplos. Basta señalar la antológica pieza musical El Manisero, de Moisés Simon, cantada por innumerables figuras como la inolvidable Rita Montaner o Frutas del Caney, de Félix B Caignet.

La idiosincrasia de nuestro pueblo ha dejado una huella palpable del espíritu emprendedor del cubano promedio, que con su tesón e ingenio ha logrado vivir con honradez al realizar una labor por demás beneficiosa a la comunidad.

¿Por qué el Estado ha tomado una actitud tan agresiva ante aquellos que sin causar perjuicio a nadie tratan de obtener la ganancia diaria con este método? Analicemos las posibles causas.

Cuando se televisó Gotita de gente, faltaban pocos años para que empezara una de las crisis económicas del sistema que originaría más adelante el llamado Período Especial, durante el cual se generó cierta apertura para la actividad privada en los negocios. Inmediatamente los cubanos asociaron la palabra “merolico” con esta forma de trabajar que había sido desterrada en su gran mayoría por la Revolución.
Ante esta posibilidad limitada comienzan a resurgir los que intentan practicar su labor sin tener que considerarse empleados del Estado con muy bajos salarios, incluidos quienes renuncian a sus puestos para dedicarse a las actividades por cuenta propia.

Si profundizamos en el asunto veremos que este “merolico cubano” difiere de la connotación que aparece bien marcada en la novela como un leitmotiv: un vago sin oficio ni beneficio. Tal vez dicha frase sirvió para desacreditarlos.

El modesto vendedor actual difiere en su imagen de la proyección que ha tenido antes y menos con las características definidas en México.

Los cubanos pequeños comerciantes de hoy no vocean sus géneros y los exhiben de forma subrepticia para evitar llamar la atención de los inspectores y policías que los coaccionan con frecuentes visitas, les imponen fuertes multas o los extorsionan, como se ha podido comprobar en no pocas ocasiones.

Tampoco es común que estas personas engañen o estafen con sus productos a los consumidores con artículos carentes en absoluto de valor. Pudiera ser que los mismos no posean una calidad de primera, pero nunca defraudan por completo a su clientes.

Una gran mayoría de los que se dedican a estos menesteres tienen licencia estatal. Hay incluso quienes trabajan de manera oficial y después de su jornada laboral buscan ampliar sus magros ingresos para mejorar la situación familiar.

Junto a los ya mencionados, hay otro grupo bastante numeroso, los impedidos físicos y débiles visuales que se sitúan en los portales y otros lugares de la capital.
Esta situación no resulta exclusiva en Ciudad de La Habana. Lugares tan distantes como Sancti Spiritus, Camagüey, Florida, Contramaestre y Guantánamo, entre otros, forman parte también del ámbito en que actúan estos expendedores.

Aunque estos hombres y mujeres prestan un servicio a la sociedad, son mal vistos por el gobierno porque no quieren trabajar para él. Como diría Cantinflas: ahí está el detalle.

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