viernes, 3 de septiembre de 2010

EL BUQUE INSIGNIA NAVEGA A LA DERIVA

PUBLICADO PARA HOY 4 DE SEPTIEMBRE


Por Leonardo Calvo Cárdenas


Boyeros, La Habana,(PD) Los cubanos somos un pueblo amante de los deportes y el boxeo constituye una de nuestras grandes pasiones, una pasión alimentada por una rica historia de figuras legendarias y victorias fulgurantes que como todos los pasados esplendores de la historia y la cultura cubana parecen ir quedando atrás.
Mientras repasamos los pobres resultados que alcanza el boxeo cubano en la arena internacional o “disfrutamos” las deslucidas y aburridas peleas que llenan los torneos que se celebran en el patio, nuestros pensamientos y comentarios viajan hacia épocas pasadas cuando el deporte de los puños constituía uno de los principales espectáculos y orgullos con que contaba el país.

Figuras legendarias como Kid Chocolate y Kid Gavilán colman la historia del pugilismo cubano.

Eligio Sardiñas, el gran “Kid Chocolate”, a pesar de las impagables deudas nutricionales que arrastraba de una infancia miserable, de su vida bohemia y desordenada, marcó una época a finales de los años 20, cuando obtuvo tres coronas mundiales en categorías diferentes. Fue el primer peso ligero en acumular taquillas y bolsas hasta ese momento sólo reservadas a los pesos completos, se convirtió en el hombre mejor vestido del planeta y llegó a detener el trafico en una de las esquinas más céntricas de Nueva York.

Figuras como Black Bill o Kid Gavilán brillaron en el pugilismo rentado hasta que en la década de los años 50 la política de estímulo a la disciplina por parte del gobierno de Fulgencio Batista dio como resultado el logro de siete coronas mundiales de boxeo profesional en menos de seis años.

Todavía los más ancianos se encienden de emoción al recordar los encarnizados combates entre Puppy García, ahijado de las élites y el santiaguero Ciro Moracén, representante de los sectores más humildes de la sociedad.

Con la llegada del poder revolucionario y la supresión del boxeo rentado, no decayeron ni la calidad ni la afición por el viril deporte. Desde principios de la década de los 70 y por más de treinta años Cuba reinó casi plenipotenciaria en el ámbito mundial del pugilismo amateur gracias al talento innegable de sus estrellas y a la especial circunstancia de que Cuba contaba en las competencias con toda su tradición y calidad mientras los adversarios solo podían asistir con los atletas que se abstenían al menos por un tiempo de pasar al profesionalismo

En esos años una larga lista de luminarias llenó el firmamento boxístico nacional. Figuras como Douglas Rodríguez, Adolfo Horta, Ángel Herrera, Emilio Correa, Ángel Espinosa, Sixto Soria, el malogrado Roberto Balado, Félix Savón o el gran Teofilo Stevenson, junto a otros que harían interminable la lista, convirtieron al boxeo cubano en el deporte más medallista en el escenario olímpico y mundial y en la nave insignia del deporte cubano.

Tanta era la calidad del boxeo cubano en estos años, que esos destacados campeones, muchos de los cuales rechazaron en varias ocasiones ofertas millonarias para pasar al pugilismo rentado, enfrentaron los combates más fuertes y difíciles de sus carreras ante las segundas o terceras figuras de sus divisiones en el país.

Pero a partir de los años noventa todo comenzó a cambiar también para el boxeo cubano. El envío de algunos destacados entrenadores a trabajar a otras latitudes, la multiplicación de la desintegrada Unión Soviética en varias representaciones de enorme calidad y la aparición de adversarios competentes de naciones sin tradición complicaron el escenario pugilístico amateur.

Por aquellos años hizo su aparición además el fantasma de las deserciones. Varios peleadores destacados tomaron el camino del exilio y algunos como Jorge Luís Gonzáles y sobre todo Diosvelis Hurtado y Joel “Cepillo” Casamayor tuvieron carreras profesionales bastante exitosas.

Al avanzar los primeros años del nuevo siglo, la estampida de figuras consagradas y noveles se convirtió para las autoridades políticas y deportivas cubanas en amargo pan y pesadillas cotidianas, mientras las victorias internacionales se hacían cada vez más difíciles y esquivas.

En los últimos años no solo los campeones olímpicos y mundiales Yuriolkis Gamboa, Guillermo Rigondeaux, Odlanier Solís, Yan Bartelemí y Erislandy Lara logran en los escenarios profesionales los éxitos que se corresponden con su calidad deportiva. Un nutrido grupo de jóvenes talentos han dado el difícil paso del exilio y ya comienzan a escribir su historia en el pugilismo rentado. Mientras, el alto liderazgo político persiste en tratar como traidores y apátridas a los que debe considerar cubanos por derecho y héroes nacionales por sus éxitos.

El resultado competitivo de la nueva época no se ha hecho esperar. La inasistencia –por miedo gubernamental a las deserciones—al Campeonato Mundial de Chicago 2007, la debacle de los juegos estivales de Beijing 2008, donde por primera vez en treinta años el boxeo cubano no pudo ascender a lo mas alto del podio olímpico, junto a la muy pobre actuación registrada en el recién concluido certamen panamericano de San Salvador (sólo dos títulos) aportan una visión clara y nada halagüeña de la dimensión de la crisis. En la actualidad, sin las ventajas y condiciones de otros tiempos, tal vez el boxeo cubano ocupe el lugar que verdaderamente le corresponde.

Ahora mismo, atletas y técnicos se empeñan en mantener, más bien recuperar, la ya pasada supremacía, pero los gobernantes de la Isla no parecen estar dispuestos a marchar a tono con los tiempos, lo cual hace previsible que nuevos prospectos, en tanto sientan la necesidad y la posibilidad, también se marchen en busca de nuevos derroteros.

De momento, lo que fue el buque insignia del deporte cubano, transita a la deriva por los cauces de esa modernidad que las autoridades cubanas se niegan a asumir como reto y estímulo para devolver su esplendor a una actividad que forma parte de lo más genuino de nuestra cultura.

elical2004@yahoo.es

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