viernes, 3 de septiembre de 2010

EL ESPÍRITU DE JOAQUINITO

PUBLICADO PARA HOY 4 DE SEPTIEMBRE


Por Frank Correa


Jaimanitas, La Habana,(PD) Joaquinito, un jaimanitense que tiene dos hijos y va en busca del tercero, que sobrevive con la calandraca que saca del mar para vender como carnada, y de lo que pesca cuando tiene suerte, quiso celebrarle el cumpleaños a su hija menor.
Quería hacer un buen cumpleaños, aunque fuera una vez. Confeccionó una lista con los niños del barrio, encargó invitaciones impresas en computadora con la cara de la pequeña y un verso de convite.

Su casa estaba muy deteriorada para una celebración y decidió pintarla, no de cal como una vaquería sino de vinil, la tanqueta le costó por la calle una suma enorme, pero en las tiendas estaban más caras aún. El galón de pintura de aceite que exigían las puertas y ventanas le acabaron el presupuesto.

Le pidió dinero prestado a su amigo el bemba para comprar la piñata, un pato Donald con una gran pechuga que debía ser llenada de confituras, pero ya tenía a quien más pedir.
Faltaba solo una semana, y con las invitaciones repartidas estaba obligado a realizar el cumpleaños. Cuando terminó de pintar y fue a poner la cama en su lugar se le quebró una barra porque la madera estaba podrida.

Le ocurrió lo mismo con la cocina, al moverla se zafaron las cuatro hornillas, el salitre tenía carcomido toda la base y tuvo que calzarla con dos pesas de halterofilia. En los movimientos para colocarla a nivel se desprendieron las tuberías, intentó destapar la cajuela pero la dañó más y corrió a casa de Pirimpi, el arreglador de cocinas de Jaimanitas. Aunque estaba comenzando a llover Pirimpi le puso tuberías nuevas y una cajuela que recuperó de otra cocina. Como pago Joaquinito lo invitó a comer.

Ayudado por Pirimpi sustituyó la barra rota con tres bloques de concreto, y la tendió con una sábana. Cuando comenzó a llover las goteras de las tejas rajadas aparecieron y tuvieron que desmontar la cama nuevamente y correrla hasta el centro del cuarto, entonces la otra barra se vino abajo.

Sin desanimarse Joaquinito botó las maderas podridas, quitó los bloques y recostó el colchón a una pared hasta que terminara la lluvia. Su mujer embarazada de siete meses le daba el pecho a la pequeña del cumpleaños. Estaba sentada en el único mueble de la sala, un desvencijado sillón de mimbre situado en una parte que no se mojaba, y el varón jugaba con una astilla de madera como espada.

Cuando pasó el temporal Pirimpi se despidió, pero antes de marcharse, Joaquinito le hizo prometer que no olvidaría el cumpleaños el sábado a las seis, para comer dulce, ensalada, tomar caldosa, retratarse y darse un trago en familia. Sin saber cómo iba a lograrlo, sus palabras transmitían el convencimiento absoluto que la fiesta se realizaría de todas formas.

beilycorrea@yahoo.es

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