viernes, 8 de octubre de 2010

AUTOGESTIÓN A LA ORDEN


Por Luis Felipe Rojas Rosabal

San Germán, Holguín, 9 de octubre de 2010, (PD) Dibujantes que hacen tatuajes con óleo sobre la piel, vendedores de peces tropicales, dueños de parques de diversiones a la criolla, fabricantes de chorizos, pizzas, ensalada fría, caramelos, juguetes, imitaciones de jeans, cintos y carteras…

Con su nevera rodante para vender paletas de helado, Carlos se traslada cada dos meses desde Contramaestre a Manzanillo, de Buenaventura a Manatí, llega hasta los predios de Guáimaro en Camagüey, pero no se excede de ahí. En cada semestre ‘caza’ los carnavales, fiestas de fin de zafra, conclusión de las jornadas de verano y otras oportunidades para vender las delicias que fabrica en la cochera del patio de su casa. Pero no está solo, tiene una fuerte competencia y sus contrincantes son cada vez más.

Son el espejo de la Cuba que vendrá cuando se suelten las restricciones a la iniciativa individual.

Arrancarles el último peso
Como Carlos, cientos de hombres y mujeres buscavidas se lanzan sobre las carreteras y poblados de la región oriental en busca del último peso que puedan arrancar al vecindario en una época de crisis.

Dice Gisela que antes vendía zapatos, piezas de electrodomésticos o prendas de vestir, pero “me di cuenta que buscando peso a peso ganaba más”. Ahora vive del apremio de los otros, del susto de la vida cotidiana de sus vecinos.

Dice que su hermana vende comino y condimentos hechos en casa y ella batidos de fruta y helados en vasos plásticos. Añade, como si hubiera asistido a un curso de mercadotecnia, que aplica su propia política de inversión y recuperación del presupuesto invertido.

Los dueños de tiovivos, cachumbambés y carritos locos los ofrecen en alquiler a aquellos que se deciden andar la isla de carnaval en carnaval. El precio de un par de vueltas puede oscilar entre uno o dos pesos en moneda nacional. Esto reporta una buena ganancia, teniendo en cuenta las proporciones de lo que testimonian. Son asequibles, únicos y los niños se alborotan a falta de parques de diversiones. Han resuelto un problema y son solicitados en cada fiesta popular de los municipios del interior del país.

¿Zona de exclusión? ¿Tiempo de tregua?
Aunque está probada la eficacia de los vendedores ambulantes, los gobiernos municipales del oriente del país están obligados a reducir sus moratorias para tales oficios.

Más allá de los meses de verano, en las playas populares de Holguín y Las Tunas, sólo permiten la presencia de unos pocos pizzeros y carritos artesanales de helado.

El enjambre de la inspección estatal cae como ave de rapiña sobre los que logran salir adelante. La endemoniada trabazón burocrática se interpone contra los productores independientes. Los gestores del mercado informal a duras penas resisten las trapisondas de quienes les envidian y combaten.

La elevada concesión de patentes en tiempos de carnaval contrasta con la actitud de los gobiernos locales. Una política de cerrazón todo el año devela la eficacia de este importante sector marginado cuando les permiten la franquicia de cuatro días de libre accionar.

El hombre del carromato, la muchacha que vende uñas postizas, los holguineros que estampan las figuras de Superman y la famosa Adidas en los brazos enclenques de los niños, abren un abanico de intercambio que un día no podrán cerrar a fuerza de decretos y prohibiciones.
alambradas@gmail.com

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