viernes, 8 de octubre de 2010

EL PASEO DEL PRADO


Por Tania Díaz Castro

Santa Fe, La Habana, 9 de octubre de 2010 (PD) El Paseo del Prado, situado en el mismo corazón de La Habana, con sus casi dos kilómetros de largo -comienza en el Castillo de la Punta y termina en el Parque de la Fraternidad- es, sin duda, el rostro de nuestra República, con aquellos frondosos árboles bien cuidados, su piso reluciente y sus leones de bronce bañados y pulidos.

Hoy, es el rostro del régimen castrista, con sus arbolitos desaliñados y escuálidos, más bien tristes, su piso empercudido, sus asientos de mármol sucios y sus puñados de artesanos que tratan de vender sus bisuterías, con un pie en el Paseo y otro en la cárcel, por si el gobierno cambia de parecer y no queda títere con cabeza, como ha ocurrido en otras ocasiones.

Lo mejor de todo es que aquellos cubanos que lo recorrían orgullosos de su belleza, ya fallecidos, como José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Benny Moré, Pérez Prado, Wilfredo Lam y Portocarrero, no sufren su estado calamitoso.

Lo recuerdo tal y como era, mucho más en los carnavales, cuando la alegría era general. Aquellas sí eran fiestas carnavaleras, no el intento que tenemos hoy, hasta casi desaparecer de un plumazo.

Lo peor de todo son los solares que rodean el Paseo, ocultos en edificios a punto de caerse, donde viven los cubanos más pobres y míseros de la capital. Precisamente en el emblemático Paseo del Prado, que antes se llamó de Martí, como el Apóstol.



Este Paseo, que una vez fuera zona de esclavos, de cabildos, de enamorados, hoy es bálsamo para cientos de cubanos que viven en cuartos oscuros, húmedos, malolientes, en condiciones infrahumanas.

Así me dice José, un anciano que vive en uno de los tantos solares del Prado: “Donde único puedo respirar es aquí, en un banco del Paseo, porque en el cuarto donde vivo no tengo ventilación alguna. Pero aquí no puedo dormir, por supuesto. Lo haría con todo gusto, pero no debo. Me confundirían con un vagabundo. Aquí durmió durante años El Caballero de París, que fue mi amigo desde los años cincuenta. Me gustaba conversar con aquél viejo lunático que murió, no recuerdo cuándo. El amaba el Paseo del Prado. Este era su hogar. Cada banco de piedra del Paseo guarda sus huellas. Aquí me siento durante horas cada día, recordando, recordando…”

José recuerda aquel Prado y cualquier cubano también. Aunque el Historiador de la capital lo llame ¨ verdadero oasis de la ciudad ¨, no lo es en realidad. Tendrían que brillar de limpieza sus pisos y bancos, relucir los leones con un baño mensual, cubrirse los árboles de sus alrededores de ramas y hojas. Y crecer. No importa si crecer en medio de tanta desgracia y fracaso. Crecer hermosos, orgullosos, victoriosos. Como si no les importara la nostalgia de tantos.

vlamagre@yahoo.com

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