viernes, 29 de octubre de 2010

LA VISITA DE “PAULA”


Por Jorge Olivera Castillo


Habana Vieja, La Habana, 30 de octubre de 2010, (PD) “Paula” enseñó sus credenciales en Ciudad de La Habana y en el resto de las provincias occidentales cubanas. Fue apenas una visita de cortesía en su breve periplo por el Caribe. Entró el martes 12 de octubre por Pinar del Río y dos días después se despidió con una reverencia de rayos y truenos, por Matanzas.

Con ese nombre desembarcó en Cuba la tormenta tropical, que no obstante su relativa debilidad, causó severos daños en el sistema energético en decenas de ciudades ubicadas dentro de los territorios mencionados. Solo en la capital alrededor del cincuenta por ciento de la red eléctrica fue interrumpida por rachas de viento ascendentes a cerca de 100 kilómetros por hora.

Evaluado por los meteorólogos como un evento atmosférico de categoría 1 en la escala Shafir-Simpson, la tormenta careció de la fuerza suficiente para causar mayores estragos.

Al menos en Cuba, lo peor de estas tempestades suele emerger a posteriori. Cientos de vecinos de los municipios Habana Vieja, Centro Habana y 10 de Octubre, tres de los más populosos en la Ciudad de La Habana, se mantienen en vilo tras el retorno de la calma.

“Cuando el sol comience a secar las paredes, perdemos la casa”, decía unos de los inquilinos de una cuartería ubicada en la calle San Isidro, perteneciente al barrio de Belén, en el municipio Habana Vieja.

“Antes de acostarme pienso que será nuestro último día de vida. En cualquier momento el techo se viene abajo. Mira las grietas, cada vez son más grandes”, señalaba mi interlocutor, con la angustia clavada en el rostro y en medio del llanto de uno de sus pequeños hijos. “Ojala que el derrumbe ocurra cuando los muchachos se hayan ido para la escuela y nosotros para el trabajo”, agrega en referencia a su esposa y sus tres descendientes.

Los maderos que milagrosamente han retrasado el desplome de la cubierta, aún exhiben las huellas de las fuertes precipitaciones. Situados en posición vertical, los ocho troncos están ahí como aditamentos de un escenario próximo a alcanzar el máximo nivel de degradación.

“Lo peor es que no tenemos hacia dónde ir, a no ser que decidamos mudarnos para el medio de la calle”, expresa el hombre que encabeza el núcleo familiar, abocado a un final espantoso.

Lejos de la singularidad, lo aquí expuesto se torna en un rasgo común dentro de una existencia flanqueada por la pobreza y la marginalidad.

Aunque las estadísticas oficiales sobre derrumbes, muertos y damnificados, se mantengan fuera de los noticiarios, las cifras de estos accidentes exceden lo imaginable.

Después de cada huracán u otros desórdenes meteorológicos, comienzan las preocupaciones entre los ocupantes de solares y edificios con evidentes muestras de erosión y abandono, y de quienes sobreviven en casuchas de tablas podridas por el tiempo y el comején, también integrantes de la lúgubre arquitectura de lo que fue una capital de referencia en el ámbito latinoamericano, antes de 1959.

La crisis habitacional tiene en la Ciudad de La Habana un capítulo saturado de hechos verdaderamente perturbadores.

“Paula” será un amargo recuerdo para cientos de personas tras su corta estancia en la zona occidental de Cuba. Para muchos, ya lo es. Hoy sus casas son un montón de escombros húmedos.

Lo único digno de celebrar, en medio de la sucesión de tragedias, es que los moradores de los inmuebles siniestrados o a punto de desaparecer, tengan la posibilidad de hacer la historia de sus respectivos percances, sanos y salvos.

oliverajorge75@yahoo.com

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