PUBLICADO PARA HOY 13 DE NOVIEMBRE
Por Adolfo Fernández Sáinz
La luna envilecida juguetea con mi rostro somnoliento. Su luz tenue me hace despertar y obliga a mis ojos a observar el movimiento del fundamento celestial. Allá arriba, donde todo es calma, paz y armonía. Un lugar perfecto para alcanzar el verdadero sentido de la existencia.
A varios metros, mi esposa duerme como un ángel. La miro y noto en ella un sueño delicioso. Su pose de bebe y sus párpados serenos me dan tranquilidad.
Una estrella fugaz se desliza delante de mi vista. Pido rápido un deseo y luego me arrepiento. Sé que no se cumplen, son cosas de viejos. La experiencia me da la razón. El ladrido de un can perturba el silencio de la noche. Un alma solitaria disfrazada de animal en busca de calor.
Se acerca el amanecer y espero que sea un buen día para mi convivencia con la natura. Aunque irremediablemente, esta se empeña en joderme la vida. La resignación, desilusión, agonía, desesperanza e incredulidad son además de mi mujer, mis mejores amigos.
La caja de Pandora se abrió hace medio siglo y todos los sentimientos, TODOS, van de fiesta en fiesta y a ninguno le importa lo que sucede, quieren prevalecer aunque se joda la raza humana.
La envidia es la que lleva la delantera, acompañada del rencor y la apatía. Tras ellas van a tropel, la locura y el relajo. El amor y el cariño, últimos en la cola, sujetan con fuerzas a la esperanza, la única que puede ponerlo todo en su lugar.
Las flores se abren para darnos los buenos días, mientras que la serpiente nos advierte que al menor cuidado morderá.
Todos van, algunos apenas llegaron y otros se están yendo. Las bienvenidas y las despedidas tienen algo en común, las lagrimas, ese enjuague salubre que nos calma. Algo por lo que dar gracias.
La cotidianidad me acostumbra a hacer lo mismo, ningún día cuenta, todos son penurias y desgano. La felicidad se desconoce y a la par se busca.
Riñas, problemas, desacuerdo por culpa de aquel que nos hace sentirnos bien: el dinero. Por el dinero, somos reyes y a la vez esclavos, pero nos da lo que el otro no puede. La miseria debería ser para los ángeles. También la agonía y la muerte, vamos que para eso son poderosos, para soportar el dolor y el sufrimiento.
Otra jornada semejante a la de siempre. La fauna se alista a descansar y la serpiente aun lista para recordarnos lo débil que somos. Empiezan a asomarse las luces naturales, los faroles divinos nos alumbran el camino de regreso a ningún lugar.
De nuevo la luna se envilece pero esta vez sin luz. Además mi cara está contraída por los dolores del alma. No podrá retozar con ella. Ya no la veo tan grácil, al contrario es la señal de alarma que indica que todo ha terminado, al menos hoy.
Mi esposa me llama y me sacude al verme tan tenso y sudoroso. Sus manos acarician mi rostro y tratan de cubrirme del dolor surrealista que acontece en mis sábanas. Ya despierto y pausado me asomo en la ventana, la luna en cuarto menguante se inclina ante mí y con su resplandor etéreo me vigila sigilosamente. En eso, una estrella fugaz parte el pavimento con su acostumbrada velocidad, justo en el preciso momento en que un perro aúlla en busca de cobijo.
Miro al cielo y todo está oscuro. Siempre ha estado así, nadie responde al llamado de las almas, todo está tranquilo, en calma, el lugar perfecto para alcanzar la verdadera existencia del alma humana ¿o no?
adolfo_pablo@yahoo.com
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