lunes, 21 de marzo de 2011

La Habana en la mirada



Donde todo parece mezclarse en un coqueteo armónico y disparatado.

Manuel Vazquez Portal / martínoticias.com 21 de marzo de 2011

Foto: REUTERS

Desde la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, La Habana no cabe en la mirada.

Por El Malecón -ocho kilómetros de curvas casi musicales- bufa un museo animado de coches que de tan antiguos ya olvidaron su fecha de factura.

Una puesta de sol vista desde la terraza este de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña posa La Habana en la mirada.

Es un paseo visual por más de cinco siglos de construcciones e historias eclécticas donde todo parece mezclarse en un coqueteo armónico y disparatado.

Es un juego de oros biselando techos barrocos y derrumbes modernos, cúpulas mozárabes y frontispicios clásicos, ensueños de vitrales góticos y bajas pasiones de balcones en muletas.

Sobre hoteles lujosos y prohibidos para el común de los cubanos, parques umbríos donde ancianos macilentos esperan la muerte y jóvenes fervorosos se besan sin tregua, callejuelas angostas y tortuosas donde se acumulan algarabías y basurales, vagabundean colores que, de bellos, duelen luego en la memoria.

Por El Malecón —ocho kilómetros de curvas casi musicales— bufa un museo animado de coches que de tan antiguos ya olvidaron su fecha de factura.

La ancha calle —de seis carriles— que arranca desde la avenida de Las Misiones y se entronca con la Quinta Avenida de Miramar, luego de sumergirse en un túnel construido bajo el río Almendares, es un muestrario de pompas y pobrezas.

El muro, donde las olas rompen sus manojos de espuma y la noche instala cierto rumor de tacones rentables, y atrae parroquianos agobiados por el calor de los solares en busca de la brisa, se extiende desde el Paseo del Prado hasta el Torreón de la Chorrera.

A principios del siglo XX, cuando aún las señoras caminaban con sombrillas de tul y vestidos vaporosos, y la isla era —provisionalmente— gobernada por Charles Magoon, y se iniciaban obras de acueductos y alcantarillado, y se modernizaba la ciudad, se dio comienzo también al primer trayecto —entre 1901 y 1902— de lo que es hoy El Malecón, y que abarcó desde el Paseo del Prado hasta la calle Crespo.

Un segundo tramo —construido entre 1902 y 1921— se extendió hasta lo que es ahora el empalme de la calle Línea con la Avenida de El Malecón, donde se alzaba el Monumento al Maine.

El tercero de los tramos, en el cual se laboró hasta los años 30 terminaba en la calle G, conocida como la Avenida de los Presidentes; donde hoy sólo quedan zapatos sin estatuas sobre zócalos azolados por la furia revolucionaria.

Entre 1948 y 1952 se construyó el cuarto trecho que llegó hasta la desembocadura del río Almendares.

Desde el muro hacia el norte, un mar de verdes profundos y anhelos distantes. Muchachos dejándose bañar por las salpicaduras. Desde el muro hacia el sur, el monumento al Generalísimo Máximo Gómez, como protegiendo la entrada a la Bahía, donde el derrame de escasos buques ha puesto una nata negra.

Desde el muro hacia el sur, la calle Belascoaín que se junta con la calle San Lázaro para dar paso a la estatua de Antonio Maceo, cuyo caballo parece cocear el aire dorado que baja del atardecer y proteger a los niños descalzos que se bañan en la fontana pública.

Desde el muro hacia el sur, como valladares de la ciudad bordean El Malecón: el Castillo de la Real Fuerza de La Habana; el Castillo de San Salvador de la Punta; el Torreón de San Lázaro; la entrada al Túnel de La Habana; el Hotel Nacional de Cuba; la embajada Suiza —sede de la Oficina de Intereses Estadounidense en La Habana—; el Hotel Riviera, y el Torreón de la Chorrera.

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