lunes, 25 de abril de 2011

Recuerdos de Leocadia




Escrito por Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana


25 de abril de 2011


(PD) Las primeras veces que me llevaron al patio de su casa en la calle Santa Beatriz me dio miedo. Leocadia era robusta, siempre vestía de blanco, con unos batones anchurosos, casi sin ornamentos. Siempre muy entalcada y muy cordial, la voz alta, de dicción impecable-de gestos acentuados, y andar presto, recorría toda el área del patio, que comunicaba a la residencia con el templo.

Todos los años me llevaban a verla en las vísperas de sus celebraciones supremas: el 19 de marzo, fiesta de San José, y el 16 de Diciembre, en el velatorio de San Lázaro. A lo largo de la década del 50 no dejé de verla, muy parecida a ella misma. Una sola vez -tiene que haber sido en 1957- no me llevaron al templo a presenciar la velada. Murió en 1964, cuando yo estaba en las Tropas Coheteriles Antiaéreas (TCA).

Leocadia era miembro, acreditada mediante el correspondiente diploma, de la Sociedad Espiritista de Francia y por supuesto de su filial habanera. Nunca accedió a convertirse en santera. Queda la leyenda de que Yemayá le causó la muerte, brava con su hija que no quiso recibirla.

Se dice que tanto el templo como la moderna residencia de dos plantas fueron un obsequio del Dr. Carlos Prío Socarrás. Se afirma que tanto Martha Fernández Miranda, la Primera Dama de Batista, como Lina Ruz González, la madre de Fidel Castro, recurrieron a los consejos y augurios del Hermanito José, un locuaz conguito que se manifestaba a través de Leocadia.

La Banda Municipal, bajo la batuta del maestro Gonzalo Roig, amenizaba sus veladas. El Templo, luminoso, repleto de adornos florales, era una fiesta de olores. Había que llegar temprano, antes del anochecer, para poderse sentar en las sillas de tijera que formaban el lunetario. La orquesta se acomodaba arriba, en el balcón previsto para el coro, entre las oleadas inmóviles de flores.

Las calles aledañas no bastaban para el parqueo de los automóviles de sus feligreses, residentes en su mayoría del Vedado y Miramar, aunque no faltaban de ninguna barriada ni clase social.

Una o dos veces al año, Leocadia repartía turnos para sus consultas. Desde la noche antes aparecían alrededor de la residencia y a lo largo de la Calzada de 10 de Octubre, los interesados, dispuestos a asegurar su turno a la mañana siguiente. Una vez atendidos por primera vez, ya Leocadia los atendía con regularidad. No sé cuánto cobraba, pero a veces, salía inesperadamente al portal y le permitía pasar a determinadas personas, para atenderlas sin costo alguno.

Durante las grandes veladas, permitía el libre acceso, si bien se reservaba el derecho a ser la única que bajaba allí un ser. Si alguna otra persona caía en trance, el personal de la casa, encabezado por El Chino, el esposo de Leocadia, se encargaba de ponerla en la calle. La concurrencia estaba al corriente de esta norma y apenas era necesario aplicarla.

La Guía del Cementerio de Colón incluye la ubicación de su tumba y la identifica erróneamente como célebre santera mulata. Pero Leocadia Herrera fue efectivamente célebre como espiritista negra.

Los promotores del salón de negros ilustres del siglo XX cubano harán bien en interesarse por ella. En la residencia, sita en Calle Santa Beatriz y Primera, Reparto San José de Bellavista – al pasar el Café Colón, a la izquierda- encontrarán aún a algunos de sus familiares. En el Museo Municipal de Arroyo Naranjo, en Calzada de Managua, en el antiguo vivac de mujeres de Mantilla, se honra su memoria.

Hace muchos años, el actual Ministro de Cultura, Abel Prieto, el periodista Ciro Bianchi y el amigo Pablo Pozo, por separado, entre soñaron proyectos de escribir testimonios acerca de Leocadia y su hermanito José.

rhur46@yahoo.com

Foto: Ana Torricella

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