
Escrito por Rogelio Fabio Hurtado
Marianao, La Habana
20 de junio de 2011
(PD) No es noticia que Mirta Yáñez (La Habana, 1947) escriba bien, pero esta vez se ha superado a sí misma. Su novela Sangra por la Herida, en apenas 219 páginas de 30 líneas de impecable narración, abarca las zigzagueantes trayectorias de 22 cubanos, contemporáneos suyas, achicharrados por el frenesí de la Revolución.
La fecha de nacimiento de la escritora nos prueba que apenas entraba en la adolescencia cuando la Caravana de la Victoria de los Héroes entró en La Habana. Con muy buen juicio (literario) Mirta evita toda referencia directa a la Historia (por demás trillada) y ajusta los relatos personales a las circunstancias de cada cual. Todas las voces, excepto una, coinciden en tiempo y espacio: están en La Habana de la década del 90 y evocan, con nostalgia y angustia, la perdida década del 60, cuando todos éramos jóvenes.
La novela debe leerse primero convencionalmente, de punta a cabo y enseguida puede releerse siguiendo los fragmentos de cada protagonista por separado. La primera lectura ofrece la perspectiva general y la segunda pesquisa facilita disfrutar por separado cada detalle y las sutilezas estilísticas que se permite, con total naturalidad, la escritora, quien, como Ulises, es fecunda en ardides.
Gertrudis es la voz que abre y cierra esta polifonía. Representa, por supuesto, a la estudiante de la Escuela de Letras de aquella primera década revolucionaria. No se muerde la lengua para callar verdades:
"Alrededor iba cambiando la atmósfera, sin darnos cuenta. La conjura de las necias. Estábamos tan campantes y de repente empezaron a golpear las latas. Así hasta que un día saltó del diccionario la palabra "depuración".
No deja a un lado, y esto es lo mejor y lo más trágico, la vitalidad de aquellos años:
"Íbamos cantando en los vagones de los trenes, en los camiones sin techar, en las guaguas destartaladas, en la cubierta del ferry, en las carretas tiradas por un tractor, cantábamos en la Plaza Cadenas, en la escalinata de la Universidad, en la beca, bajo los árboles de la Escuela de Letras, en el albergue, alrededor de una fogata, en el surco, cantábamos y cantábamos. No parábamos de cantar. El día a día no tiene banda sonora, pero el pasado sí".
En otro momento nos dice: "De noche, sobre todo, no pasaba el tiempo. Como si no se nos fuera a acabar nunca el tiempo".
A la altura de la página 198, Gertrudis alcanza a sentenciar: "Después llegó el año de gracia de 1968 y con él y por mucho tiempo, delaciones, falsos testimonios, interrogatorios y ensañamientos...Ya nada volvió a ser igual...Todavía al cabo de treinta años me sigo preguntando cuál fue el sentido de todo aquello. Pensándolo bien...aún sigo esperando por las respuestas".
Así, deja bien establecida la vocación autoritaria, represiva e irracional que ha estado siempre presente en la naturaleza del proceso llamado revolucionario. Entonces fueron los estudiantes de letras, hoy es la disidencia.
Esta es apenas una muestra. La novela contiene otras muchas historias reveladoras, como las de Estela, funcionaria cubana radicada en Londres al frente de una agencia de viajes, cuya carrera como "personal de confianza" comenzó a partir de prestarse a "informar" acerca de elementos sospechosos en la Escuela de Letras y concluye en la deserción.
Hay una demolición del otrora flamante Reparto Alamar, a cargo de una empleada de Cultura arribista y lenguaraz (Daontaon), protagonista de más de una misión disparatada.
Hay otra historia terrible y desgraciadamente típica, la de Hermi: "burlona, imprevisible, torturada y brillante, Hermi cayó como una patada en la CMQ. Se reía de todo y no había aprendido a avistar el peligro. Apenas se percataba de las suspicacias que levantaba y creía confiadamente en la simpatía de sus colegas." Hermi termina encerrada por propia voluntad en su propia casa, marginada por el odio repulsivo de sus vecinos.
La novela concluye con una cita del gran poeta persa Omar Khayyam: "¿Dices que el vino es el único bálsamo?/¡Traedme todo el vino del universo!/ Mi corazón tiene tantas heridas... ¡Todo el vino/ Del universo/ Y que mi corazón conserve sus heridas!"
rhur46@yahoo.com
Foto: Ana Torricella
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