domingo, 21 de agosto de 2011

Entre Cantinflas y Buster Keaton




Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Si observamos la gestualidad de un cubano cuando conversa, por teléfono, no hace falta oír para enterarnos de lo que está diciendo, y hasta de aquello que le responden desde el otro lado de la línea. Tal vez tuvo razón un famoso escritor nuestro al apuntar que hablamos con metáforas. Pero en todo caso, para entendernos, ningún lenguaje resulta tan elocuente y expedito como el manoteo.

Nada nos hermana con más expreso criollismo, por encima de cualquier diferencia.

Los distintos estilos de natación en seco que despliegan al caminar el guapo de barrio y la loca de carroza, o el barrigón potentado y la sandunguera de short y chancletas, constituyen prueba irrebatible de que son harina del mismo costal. Pero igualmente los muestra como piezas únicas de nuestra diversidad identitaria.

Antes de confesar con quién andamos para que nos dictaminen quiénes somos, nos basta y sobra con mostrar nuestros ademanes. Aun sobre los más exquisitos compatriotas habría que decir como Galileo: y sin embargo se mueven.

Nos guste o no, en el ajiaco que somos, la gesticulación aporta la sal, que es el sabor de los sabores. Y parece que siempre fue así. Lo cual no se echaría a ver tan lamentablemente si la gracia de nuestros ademanes no se mostrase hoy atrofiada por el paso del totalitarismo, ese aplastante cilindro con más de 50 ruedas.

Porque hasta en los meros gestos nos ha dejado la dictadura revolucionaria esa impronta de mediocridad, prosopopeya y falsía que es su etiqueta de fábrica.

Los reporteros del noticiero de la televisión, todos, mueven las manitas mientras recitan sus informes, como cuando eran pioneros y les tocaba declamar en el matutino del viernes aquellos versos del tipo Cultivo una rosa blanca…

Los intelectuales dibujan comillas en el aire con los dedos corazón e índice de ambas manos para subrayar cuán suspicaces se han vuelto. Y los filósofos perfeccionadores del socialismo ya no enarbolan emocionados la izquierda de Stalin, pero como tampoco pueden mantener las manos en reposo, hacen mudras.

Los analistas de la Mesa Redonda desgajan constantes y caóticas pausas en sus parlamentos. Es como si padecieran una especie de tartamudez institucional, cuyo síntoma, a ojos vista, es lo mucho que les cuesta hilvanar una oración fluida. Baches del cerebelo, esos silencios son aquí una mueca oficialista.

Si alguien quiere reírse con ganas no necesita más que tomarles una foto en fijo durante alguno de tales baches. Se ven como clones fallidos de Buster Keaton, en lo concerniente, sobre todo, a su famoso apelativo: “Cara de Piedra”.

Los dirigentes de distintos niveles agitan la diestra hacia arriba y abajo, con el puño cerrado a la altura del pecho. El ademán podría ser tomado como obsceno, toda vez que sugiere una suerte de rabiosa masturbación, pero en definitiva no es sino una muletilla gestual que estos señores se han agenciado con la ingenua esperanza de insuflarle bríos y resolución y credibilidad a sus siempre dudosos datos y a su incapacidad para ofrecer respuestas con real rigor.

El puñetazo sobre la mesa con que enfatizan sus conclusiones o decisiones más tajantes los primeros números del cacicazgo, representa un vehículo del miedo, aunque de poca monta si lo comparamos con aquel dedo índice (que era como un torpedo) con que el máximo cacique solía propinar sus tiros de gracia.

No obstante, sigue siendo preferible verlos gesticular que escuchar sus monsergas. Todos incluidos, desde el periodista recitador de las cándidas manitas hasta el torpedero en jefe. Entre Cantinflas y Buster Keaton, no caben titubeos. Con Keaton al menos tenemos garantizada la diversión sin sufrir por el oído.

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