LUNES, 28 DE OCTUBRE DE 2013 00:56
0 COMENTARIOS
Cuba actualidad, Arroyo Naranjo, la Habana, (PD) A pesar de los 30 años transcurridos, recuerdo los sucesos del 25 de octubre de 1983 como si hubiesen ocurrido la semana pasada. Y no es para menos. Las noticias de la invasión norteamericana a Granada me estropearon completamente una noche que prometía ser muy especial.
Cuando aquello, enamoraba a la que sería posteriormente la madre de mis hijos. Esa noche, para reconciliarnos de alguna desavenencia, habíamos ido a comer al Renacimiento, un restaurante en la calle Juan Delgado, en Santos Suárez, que no era nada del otro mundo, pero no estaba mal para la época y tampoco para esta, ya que aquellos precios que entonces nos parecían excesivos, como los de la latería rusa y búlgara de La Copa y el Mercado Centro, hoy resultarían una ganga.
Al llegar a la casa, con unas cervezas de más, cuando ya nos disponíamos a amarnos con ganas, un adusto y bigotudo locutor leyó en la TV, con voz grave, un dramático comunicado oficial en el que se anunciaba que los cubanos que estaban en Granada enfrascados en la construcción de un aeropuerto en el sur de la isla, habían enfrentado a la 82 División Aerotransportada yanqui y que el último de ellos se había inmolado abrazado a la bandera.
Mi novia lloraba a moco tendido. Se puso como una fiera cuando osé decir que la culpa de esa matanza era de Fidel Castro, que había ordenado a los cubanos, civiles en su mayoría, que combatieran y no se rindieran a los yanquis. O sea, que se suicidaran. Tan apasionada como era ella en su devoción revolucionaria, poco faltó para que se acabara nuestro noviazgo. No se acabó, pero esa noche no hicimos el amor. ¡Qué íbamos a hacerlo con aquellas noticias! Mi novia prefirió que la llevara a su casa, para llorar a solas.
Creo que una de las pocas personas en Cuba que no se dejó engañar por el cuento de la masacre en Granada fue Mercedes, una amiga nuestra, que por entonces trabajaba en la TV –la botaron unos días más tarde- y que inmediatamente después de escuchar el comunicado, imitando la voz grave del locutor del mostacho, exclamó: "Reportó, desde Granada, un esqueleto".
En aquel momento pareció un chiste macabro y cruel. Pero ella estaba convencida de que todo era mentira. Otra más. Estaba en lo cierto.
Poco después nos enteraríamos de las carreras del coronel Tortoló y del gran papelazo que había hecho el régimen al dar por hecho lo que suponía el Comandante que habría ocurrido a los cubanos en Granada si hubiesen cumplido sus órdenes. Afortunadamente, no las cumplieron, y así los muertos, en lugar de 700, fueron 25.
Los cubanos prisioneros fueron devueltos a Cuba. Los 25 muertos también. Hubo un luto nacional riguroso de varios días. Parecíamos condenados a las banderas a media asta, los himnos revolucionarios, la música sacra y las canciones de Sara González, pero eso fue hasta que se apareció el venezolano Oscar de León en el festival de Varadero y puso a bailar salsa a la mayoría de los cubanos, incluida mi novia, que desde entonces empezó a creer menos en lo que decía "esta gente".
No fueron pocas las mentiras y distorsiones en los medios oficiales cubanos respecto a lo que ocurrió en Granada.
En plena Guerra Fría, con los conflictos en Centroamérica y guerra de Angola en su apogeo, insistían en que el estratégico aeropuerto que construían los cubanos en Granada, sería destinado al turismo internacional, cuando se sospechaba que al final sería utilizado con fines militares por la Unión Soviética y Cuba. De ahí que la intervención de la 82 División Aerotransportada estuviese más motivada por el aeropuerto en construcción que por la seguridad de los norteamericanos que estudiaban en Granada.
Pero los soldados norteamericanos no derrocaron al régimen socialista de Maurice Bishop, que ya había sido depuesto varios días antes de la invasión por un golpe de estado de elementos radicales y ultra-izquierdistas del Movimiento New Jewel, dirigidos por Noel Coard y Hudson Austin, a quienes la prensa cubana de aquellos días tildaba de "polpotistas".
Cuando las fuerzas norteamericanas invadieron Granada, hacía seis días que Bishop, junto a su amante, la ministra de Educación Jacqueline Creft, y otros 15 integrantes de su gabinete, habían sido ultimados por los golpistas en Fort Rupert.
¿Por qué no fueron evacuados los cubanos luego del derrocamiento de Bishop? ¿Pensarían cuadrar la caja con el nuevo régimen?
Hoy, los medios cubanos ya no culpan del derrocamiento y asesinato de Bishop a los golpistas ultra-radicales del Consejo Revolucionario Militar, sino a los Estados Unidos.
Por suerte, los que leíamos el periódico Granma en aquella época, no hemos olvidado la versión de los hechos que daba entonces el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista. Tampoco aquello del último cubano que se inmoló abrazado a la bandera.
Para Cuba actualidad: luicino2012@gmail.com
Para Cuba actualidad: luicino2012@gmail.com