jueves, 23 de octubre de 2014

La desgracia de ser negro en Cuba

La desgracia de ser negro en Cuba

347_deambulanteCuba actualidad, Cidra, Matanzas, (PD) Cuando Yosbedy Turkas Montalvo, de 24 años, decidió participar en la fiesta de cumpleaños de un vecino, en el pequeño poblado de Cidra, municipio Unión de Reyes, no podía imaginar lo que le esperaba.
Él tenía la desgracia de ser un negro pobre, como muchos ciudadanos a quienes el gobierno discrimina.
Aquel 17 de septiembre, el aludido, un joven con retraso mental leve, de esos cuyo pensamiento es muy básico al nivel de un niño de entre 3 y 7 años- salió temprano, para casa de Pedrito el cojo, su amigo, a celebrar el cumpleaños de éste. No podía saber que horas después sería víctima de la intolerancia policial.
Se mantuvo en la fiesta distraído, como un infante que está ansioso por jugar y gritar, para liberar energías. Necesitaba rematar el estrés que lo había afectado durante la semana.
Cuando el muchacho menos se lo esperaba, llegó el instante en que los asistentes a la fiesta de Pedrito, comenzaron a lanzarse agua para entretenerse. No hallaron otra forma mejor de contentarse.
Pasado un cuarto de hora, Yosbedy había mojado ya a varios de sus jóvenes amigos y, por tanto, se creía vencedor. Sus victorias lo enorgullecían porque aunque él era un chico que no pudo estudiar en la universidad, como su primo, –sólo alcanzó el sexto grado- en eso de lanzar agua y bañar al contrario, era un indiscutible campeón.
Pero no tuvo suerte el triunfador. Su alegría pronto se esfumó, al igual que sus victorias.
Sucedió que en una ocasión en que Yosbedy, cubeta en mano y como un corsario a la ofensiva, atacó a quien creyó que era uno de sus camaradas, bañó a Adrián, un vecino, con una característica muy peculiar: era un agente de la Policía Nacional Revolucionaria. Para mayor complicación, dicho oficial era un connotado extremista.
“¡Coño!” – dijo el joven- “¡metí la pata!”.
Y así mismo fue. No bastó que los concurrentes a la festividad se disculparan humildemente por un hecho fortuito. El agente, muy ofendido, no le perdonó aquella acción.
El policía, que no sabía quién lo había mojado cuando pasaba por la acera, frente a la casa de la celebración, sintió un odio que se le reflejó en el rostro. Vestido de civil y con un aspecto de pollo mojado, se retiró a su vivienda refunfuñando. Allí se puso el uniforme y se preparó para continuar su habitual combate contra la ciudadanía.
Al poco rato del desafortunado incidente, llegaron varios agentes policiales en un vehículo de la Guardia Operativa. En el parque central de Cidra trataron éstos de arrestar a Michel, uno de los jóvenes asistentes a la celebración.
Pero algo inesperado ocurrió. La treintena de vecinos que allí se encontraban, incluidos familiares de los muchachos, comenzaron a protestar. Se escucharon gritos como “¡suéltenlo, abusadores!”, “déjenlo, que él es inocente!”, “¡esbirros, no se lo lleven!”.
La madre de Michel, Olguita, fue la que con mayor pasión defendió a su hijo. Tuvo un fuerte intercambio de palabras con uno de los policías, quien la empujó e insultó, como si se tratara de una vulgar delincuente. Fue ese el instante en que los protestantes alzaron más sus voces.
Los agentes se asustaron. El jefe del sector policial, temeroso, le dijo a uno de sus colegas que llamara a otro policía que vivía cerca, como refuerzo, porque la situación era tensa.
Yosbedy no soportó ver que los gendarmes esposaran a su amigo Michel, máxime cuando éste era inocente. Por eso se autoinculpó. Aclaró que mojó al oficial accidentalmente. Explicó que pensó que se trataba de uno de los participantes en la fiesta, que había salido a la calle para esconderse y lo atacó.
Sus palabras, manifestadas con la humildad de Jesucristo, no evitaron que los policías lo arrestaran y condujeran a la unidad policial de Unión de Reyes. Allí lo mantuvieron en un calabozo, durante cuatro días, porque Yosbedy es un negro pobre, que no tiene “padrinos” en las altas esferas del gobierno.
Al liberarlo, le impusieron una multa de 2 000 pesos, que tanto él como sus familiares se niegan a pagar.
Su madre, moza de limpieza de la cafetería local, se alarmó al enterarse. “¿De dónde vamos a sacar el dinero, Dios mío?”, exclamó.
La licenciada Ismaris, abogada del Bufete de Colectivo municipal, calificó la sanción de desproporcionada.
Cuando la tía de Yosbedy, Marianela, directora de la Casa de Cultura de Cidra, presentó una reclamación escrita –conforme a la ley- ante el segundo jefe de la unidad policial, éste se negó a recibirla.
El joven Yosbedy tuvo la mala suerte de ser un negro pobre y de nacer y vivir en Cuba, un país cuyo gobierno es calificado por muchas cubanas y cubanos como racista e intolerante.
Para Cuba actualidad: sanchesmadan61@yahoo.com
Foto: Oscar Sánchez Madan

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