sábado, 29 de noviembre de 2014

Antes y después de los ingleses

Antes y después de los ingleses

352_fortaleza1Cuba actualidad, Santos Suárez, La Habana, (PD) En el siglo XVIII Gran Bretaña era prácticamente la dueña de los mares.
Para 1724, los ingleses se habían apoderado del peñón de Gibraltar y de la isla de Menorca. Con estas posiciones estratégicas controlaban la entrada o salida al Mediterráneo.
Con el dominio de numerosas islas en las Antillas, así como colonias en el continente americano, también señoreaba en el Caribe y el Atlántico Norte.
Era el rival más poderoso que tenía España en esa época. Consecuencia del control casi completo de los mares y de sus posesiones en las Antillas, los ingleses dominaban el comercio de contrabando, que desde luego era dirigido mayormente hacia las colonias de su rival, España.
Cuba, la mayor de estas islas del Caribe, era una de las más beneficiadas con este comercio de contrabando.
Un informe del Ministerio de Hacienda colonial en La Habana, fechado en ese año 1724, hacía constar el comercio de contrabando en toda la isla con las colonias inglesas, en primer lugar, con Jamaica.
Asimismo subrayaba este informe: “los géneros comprados a los ingleses se vendían en las calles sin moderación y recato” (Manual de Historia de Cuba, Ramiro Guerra).
Ciudades como Bayamo, Trinidad y Puerto Príncipe (Camagüey) eran las más favorecidas con este comercio de contrabando o de rescate, como bautizaron los habitantes de la isla a este negocio ilícito, consecuencia del estreñimiento que siempre padeció España en sus colonias.
Entretanto, la monarquía española dispuso la creación de “un astillero en La Habana para construir con la mayor rapidez buques para la escuadra que se iba a formar en esta parte del mundo y cuya base sería la propia ciudad de La Habana”.
No olvidemos que en este astillero se construyó el mayor navío a vela de guerra jamás construido, “El Santísima Trinidad” con 4 puentes y 140 cañones, que fue hundido por los ingleses en la batalla de Trafalgar en 1805.
Como el Rey había ordenado también que se extremaran las medidas contra el contrabando, se creó la Real Compañía de Comercio, en la que el gobernador Juan Francisco de Güemes se erigió asimismo nada menos que en el principal accionista.
Esto creó un férreo monopolio del comercio, tanto de importación como de exportación, y trajo como consecuencia implacables medidas contra el comercio de rescate o contrabando.
Desde luego, el malestar que producía este abuso de poder y leyes que restringían el normal desarrollo y prosperidad de Cuba no fue aceptado y los pobladores siguieron contrabandeando.
La historia registra como en Puerto Príncipe, en franca rebelión contra el anterior gobernador, Dionisio Martínez de la Vega, los vecinos y hasta las autoridades, se negaron a abandonar el contrabando. El alcalde y los vecinos se armaron e intentaron desarmar y apresar las fuerzas enviadas contra ellos (Manual de Historia de Cuba, Ramiro Guerra, página146).
Corría el año 1733 y estos sucesos ya demostraban que para estas fechas no había una “total adhesión a la corona española”, como todavía se lee en algunos libros de historia.
Dionisio Martínez de la Vega, a su vez, había sustituido a Gregorio Guazo Calderón. Este fue el gobernador que consiguió frenar la segunda rebelión de los vegueros ocurrida en febrero de 1723, cuando ahorcó 12 de ellos en la loma de Jesús del Monte.
Estos eran los antecedentes en Cuba cuando el 6 de junio de 1762 se presentó ante La Habana una formidable escuadra británica al mando de Sir George Pockoc, que tras 2 meses de asedio logró tomar la ciudad.
Cerca de un año estuvieron los ingleses en La Habana. Durante ese tiempo, 800 buques entraron en la rada habanera contra uno o dos que entraban al año anteriormente. Igualmente en ese período se practicó el comercio más libremente entre la isla y las colonias inglesas, sin otro requisito que el pago de moderados derechos.
El mercantilismo británico demostró no ser tan estrecho como el español.
El 6 de julio de 1763 los ingleses canjearon la ciudad de La Habana por la península de La Florida.
¿Será verdad lo que dicen algunos historiadores de que el espíritu español de la isla se demostró con el entusiasmo desbordante con que se festejó la vuelta de la ciudad al poder de España?
Las anteriores manifestaciones de amotinamiento y negocios fuera de la ley, como el contrabando y los posteriores hechos que ocurrieron, precisamente similares a las que motivaron el descontento después de retirados los ingleses, no sostienen estos argumentos.
Sería mejor señalar que festejaron los más interesados en la corona española dado sus privilegios, contra una mayoría silenciosa que sí recibió beneficios de este comercio y la que no podía hacer nada frente al acuerdo de las dos potencias.
La ocupación de La Habana por los ingleses marcó un antes y un después que produjo consecuencias y efectos. A pesar de lo que algunos estudiosos afirman, durante este período posterior a la ocupación inglesa hubo progreso, ya que los nuevos gobernadores prestaron más atención a la isla. Suprimieron la Real Compañía de Comercio, crearon el correo y el primer periódico.
La realidad fue que la gran preocupación de España fue convertir La Habana en una plaza inexpugnable para que no volviera a ocurrir otra ocupación inglesa.
Hoy vemos esas magníficas fortalezas que rodean La Habana y no se piensa de donde salió el dinero para reconstruir el Morro y la Punta, destruidas por los ingleses, y construir otras nuevas como La Cabaña, el castillo de Atarés y el Príncipe.
Algunos dicen que fue de la plata de México, pero hay una contradicción, porque la evidencia histórica muestra que la mayoría de estos gobernantes coloniales se enriquecieron en Cuba haciendo uso de los amplios poderes de que estaban investidos y autorizados para crear impuestos, mantener el status de sus funcionarios y sufragar estas construcciones.
Uno de estos gobernadores o Capitanes Generales, Antonio María Bucareli, en los cino años que gobernó en Cuba (1766-1771) amasó una gran fortuna que le sirvió posteriormente para que le nombraran Virrey de Nueva España, el cargo más ambicionado en las colonias españolas, con un territorio que abarcaba Centroamérica, México y la costa Oeste de los actuales Estados Unidos.
Bucareli persiguió ferozmente el comercio de rescate o contrabando, pero nunca pudo controlarlo. No podía ser de otra manera. Este buen señor, hostil al comercio extranjero, prohibió la entrada de buques, principalmente de bandera inglesa, y gravó con impuestos todo lo comerciable. Hasta tirar una cerca estaba gravado con un impuesto.
Facultado como estaba para hacer lo que le viniera en ganas, tomó unipersonalmente la decisión hasta de presidir los litigios judiciales, crear leyes prohibitivas y sentenciar arbitrariamente.
Vemos como durante todo este siglo XVIII, desde la primera rebelión de los vegueros, los naturales de la isla no identificaban la causa de sus verdaderos males. La supervivencia siguió siendo lo cotidiano durante todo este siglo. Vivir fuera de la ley contrabandeando era visto como algo natural.
Salvo raras excepciones, los gobernadores de turno solo utilizaban a Cuba como trampolín para sus ambiciones personales. No estuvieron interesados en que los naturales desarrollaran libremente el comercio: solo ellos tenían ese privilegio. Cada cierto tiempo volvían a la carga, con nuevas leyes implacables que obligaban a la población a vivir fuera de la ley.
No fue hasta el 20 de noviembre de 1788 que nació un hombre que reconocería todos estos males, al señalar e identificar sabiamente las causas, fundamentalmente originadas por este tipo de déspotas que resurgen cada cierto tiempo. Ese hombre fue Félix Varela que señaló que solo la verdad, la libertad y la independencia es el único camino para desterrar estos males.
Un mes antes de morir Félix Varela, el 25 de febrero de 1853, había nacido, el 28 de enero de 1853, el que recogería la antorcha prendida por él: José Martí.
Para Cuba actualidad: glofran864@gmail.com

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