lunes, 23 de febrero de 2015

No hacemos devoluciones


Mi esposo compró un paquete de culeros desechables para nuestro hijo. Y se equivocó en la talla. Por suerte los compró más grandes. Y a guardarlos para cuando el niño crezca. En Cuba no hay devoluciones

culeros 2 niños de espaldasLA HABANA, Cuba. — Un par de sábados atrás, un vecino de escasos recursos que quería “compartir” con su mujer, amenizando el sábado, fue a comprar una botella de ron a un kiosco de ventas Cupet cercano. Como iban juntos, allí mismo la abrió, y al tomar el primer sorbo percibió que el contenido estaba adulterado. “Esto sabe a aceite” le dijo al dependiente, que primero mostró sorpresa y después obstinación, al declarar que no podía cambiar la botella, por mala que estuviera. La única solución posible era que viniera al día siguiente para, si estaba la jefa del lugar, se valorara la calidad del líquido y tal vez reponerle la botella. “No nos permiten hacer devoluciones”, es lo que obstinadamente explicaba el dependiente.
Una semana después estábamos en mi casa celebrando un cumpleaños, cuando un invitado llegó con unas cervezas compradas en un kiosco de la calle 26. Al servir las cervezas notamos que la mitad eran de un color y las restantes de otro. Al mirar con detenimiento las latas apreciamos que algunas tenían un huequito diminuto, casi imperceptible, en el mismo lugar. Aunque sintieron horror de no saber qué era lo que tomaban, los más entusiastas se las bebieron, notando por supuesto la diferencia de sabor. De todos era sabido que volver al lugar donde se compraron era pasarse el sábado discutiendo, buscando “jefes”, “superiores”, “responsables” y todo tipo de categorías que en la noche del sábado no iban a aparecer.
Mi esposo compró hace poco un paquete de culeros desechables para nuestro pequeño hijo y –como suele sucederle a los hombres, sin ofender a nadie- se equivocó en la talla. Por suerte los compró más grandes de la cuenta y así, a pesar de lo caros que son, decidimos guardarlos para cuando el niño crezca más y mientras tanto comprar otros. Ya sucedió una vez que al comprar una talla más pequeña, la dependiente le hizo el favor de dejar el paquete todo el día en la tienda por si alguien lo compraba, pues la política del establecimiento es de no hacer devoluciones.
A la niña le he comprado tennis para la escuela que han durado una semana, y en lo que compro otros ha tenido que ir a clases con los zapatos rotos.
Se pudieran contar miles de anécdotas de ropa podrida, calzado descosido, muebles defectuosos. El pobre cubano, cuando con mucho sacrificio logra comprar algo, aspira a que le dure hasta que, con iguales sacrificios, pueda comprar el reemplazo, dígase un artículo de vestir, electrodomésticos o cualquier tipo de renglón.
No es que uno aspire a realizar lo que ve que se hace en las películas extranjeras: una mujer compra un vestido de miles de dólares, un par de zapatos de varias decenas de la misma moneda, se los pone toda la noche con la etiqueta oculta y al otro día los devuelve, siendo la política del centro comercial no preguntar al cliente las causas de la devolución. A lo que aspira el pobre cubano es, ya que con su salario no puede ir a un cabaret, ni a un restaurante, ni siquiera a un bar con su esposa, es a amenizar, compartir y de paso emborracharse en la casa el sábado a ver si se evade de la realidad.
Pero correr el riesgo de tener que hacerlo con rones que saben a aceite o latas de cerveza de colores variados, contenidos misteriosos y procedencia aún más misteriosa porque las tiendas estatales no se responsabilizan con lo que venden, sólo conduce a una cosa: Hasta querer celebrar alegremente una fecha determinada a menudo sólo conduce a perder dinero o –en caso extremo– hasta la salud o la vida, como sucedió hace días con unos compatriotas de Marianao a quienes les vendieron alcohol de madera como si fuera etílico.

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