sábado, 1 de mayo de 2010

1ro de Mayo: muchos marchan obligados


Plaza de la Revolución, antigua Plaza Cívica

"Lo mejor de los 1ro de Mayo desde que no vivo en Cuba es no tener que levantarme temprano obligada", es lo que aún después de más de 11 años me digo una y otra vez. Es raro. Sí, es raro que llegue una fecha que tanto suena en las noticias del mundo entero y que en la misma Alemania se festeje con programas culturales y para niños pero también con manifestaciones lo mismo comunistas que liberales que nazis (todo eso durante el día en algunas ciudades) pero igual con piedras, autos en llamas, revueltas tremendas, heridos y más de 6mil policías sólo en Berlín (durante la noche) y que, sin embargo, yo repela absolutamente cualquiera de sus versiones y no las quiera ni regaladas porque, en otras palabras, de 1ro de Mayo ya no quiero saber más nada.

Cuando era una niña no, porque el gentío, los amiguitos de la cuadra, la música estridente por los altavoces y la ciudad de patas para arriba eran toda una diversión. El problema nunca estuvo en ir pues a mí me parecía todo aquello una fiesta grande, sino en caminar kilómetros a paso de hormiga y después no saber cómo regresar a casa. Aunque mis padres llevaban agua, casi siempre se agotaba antes de tiempo, mi hermano y yo nos cansábamos y queríamos que nos cargaran, mis padres no podían caminar más de unos metros con nosotros encima y era todo un infierno las quejas, las angustias y el tiempo que demorábamos en sentarnos por fin. Las escuelas en que estuve, por suerte, nunca tuvieron que desfilar "en bloque".

De adolescente siguió siendo una fiesta ir al 1ro de Mayo (a la concentración o marcha por frente a la Plaza, digo). Nos reuníamos algunos amigos en algún punto y eso de ir solos hablando, gritando, haciendo lo que nos viniera en gana, era eso mismo: una diversión. Hasta esos años nunca me percaté de que se obligara a nadie a ir a las marchas, no era asunto que nos interesara a los vejigos.

Pero todo cambió "con la edad". No sólo durante los años en que estudié en la Universidad teníamos que encontrarnos en un punto preterminado para desfilar en bloque sino que más tarde, cuando ya era una trabajadora, se exigía en las reuniones la participación en los desfiles. La aversión total la comencé a sentir cuando anunciaban que los del sindicato (los que dirigían el sindicato, el único que existe en Cuba) anotarían los nombres en hojas, de los que vieran en el desfile. Entre miles de personas era fácil "perderse" de todo aquello pues con que te vieran los anotadores en algún momento bastaba. Sin embargo, cuando descubrían que caminadas sólo unas cuadras algunos doblábamos por la siguiente para perdernos de allí, entonces amenazaban en la próxima marcha con que la lista se pasaría al final, al llegar al lugar, o bien pasando por la tribuna de la Plaza o bien donde fuera la concentración en particular. En no pocos casos había varios vigilando a los "conflictivos", a los "contestatarios", a ver por dónde cogían al caminar.

Bueno, pero ¿qué pasaba si no se iba? Al menos hasta hace más de 10 años, mientras viví en Cuba, las consecuencias de ir o no ir a una marcha o a un desfile eran variadas. Por ejemplo, no ir podía quitarte "la jabita" que unas pocas veces llegaron a dar en el lugar donde yo trabajaba. Una jabita de esas era la salvación misma: en tiempos donde no había ni almohadillas sanitarias que ponernos las mujeres en nuestro período, o que desayunar con agua y azúcar era el infierno diario, una "bolsa de aseo" con jabones, detergente, un tubo de pasta de dientes, una colonia o perfume y algun producto más era, más que un estímulo, una necesidad. "Regalada", decían, pero en realidad había que pagar siempre por ellas.

Otras veces, en épocas no tan graves, esas asistencias (o mejor dicho, no tener ausencias a esas "actividades") eran el salvoconducto para recibir el estímulo "grande" al finalizar el año. Donde yo trabajaba dieron 50 dólares en algunas ocasiones, próximo a fin de año. Cuando el salario en pesos cubanos no llegaba a los 10 USD mensuales y un litro de aceite en la tienda costaba 2,40 USD, 50 de pronto era como ser rico, eran la posibilidad de comprarse alguna ropa o algo de comer en las tiendas con divisas. En no pocas ocasiones, además, llegaba por el sindicato alguna casa en la playa, habitación de hotel o campismo. La reservación, digo, porque había que pagar todo después, por supuesto.

Pero lo peor no era perder lo que te podían dar sino ganar lo que te podían quitar: caer en la lista negra por no participar y ser víctima de las cruzadas y cacerías de brujas era desgraciar tu vida como ciudadano del país donde habías nacido y crecido. Recibir amonestaciones y repudio de tus superiores. Poder ser botado del trabajo de un día para otro. Quedarte sin salario de la noche a la mañana. Perder "amistades" y colegas. O no poder salir al extranjero como parte de un proyecto o beca de estudios. Y con esos historiales, ¿cómo comías después?

No te obligaban, amarrado, a ir a una marcha. Pero las sogas y ataduras estaban ahí y las movían constantemente para que las vieras, para que no se te olvidaran. No sólo me pasaba a mí, les pasaba a los demás. SÍ íbamos a las marchas obligados. SÍ nos chantajeaban. SÍ nos usaban. Y lo peor, todo eso a un paso de las calificaciones de "gusanos", "contrarrevolucionarios" y otra sarta de adjetivos más que antes, entonces y ahora se siguen usando para dividir, para sembrar el odio entre los mismos cubanos.

SÍ se obliga, chantajea y todavía usa a cientos de miles de los que aún van a la Plaza. SÍ se les manipula con consignas y guerras contra personas que "molestan" y "ponen en peligro" a la Revolución, a esa Revolución que dice habértelo dado todo pero por la que has pagado más de lo que has pensado. Hoy, en pleno 2010, la consigna de turno es "contra la guerra mediática del Imperio y de Europa", frase que ellos mismos han acuñado para tapar la verdadera guerra mediática y personal contra disidentes, blogueros, opositores y cuanta gente ha decidido no hacerles más el juego.

Yo de 1ro de Mayo no quiero saber más nada... ni regalado, ni aunque aquí a miles de kilómetros tenga otro significado. Yo decido a dónde ir o no un día como hoy, como si me quedo en casa escribiendo lo asqueada que me sentía una década atrás.

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