Publicado para hoy 31 de julio
Por Juan Antonio Madrazo Luna
El Vedado, La Habana,(PD) De entre todas las tantas cosas de la cual los cubanos carecemos, pudiéramos señalar que no contamos con una cultura del envejecimiento. No sabemos envejecer y tampoco estamos preparados para ello. En los últimos 50 años hemos envejecido mas rápido de lo que hemos aprendido a hacer.
Una alta cifra nada despreciable de miembros de la familia de hoy no está preparada para asumir el proceso de envejecimiento. Son las mujeres las que más sufren este proceso y donde se concentra el mayor peso de las obligaciones cotidianas.
En la Cuba contemporánea, hoy somos pocos los nietos para cuidar muchos abuelos. Cada día la sociedad se siente el síndrome del nido vacío. La dinámica sociodemográfica del país apunta a eso, lo cual es parte ya de nuestra historia clínica.
Uno de los cambios típicos de la sociedad cubana es que la gran mayoría de los abuelos han perdido el papel de autoridad tradicional, no solo sobre la familia, sino también sobre los nietos.
Desde los 90 la atmósfera social registró un giro de 180 grados, en el cual los ancianos llevan la peor parte. Ser un adulto mayor, término que se ha convertido en una máscara social, implica un alto riesgo. Quienes transitan por esta estación de la vida, sienten su belleza agredida y lesionada, su autoestima violentada. Muchos afirman que su paso por la vida no fue productivo. Hoy los gobierna la humillación, están marcados por las desigualdades, sienten en sus espaldas el peso de toda una isla y la derrota de un experimento político al que mucho apostaron y fracasó. La depresión, la soledad, las miserias humanas, la discapacidad, son eslabones que han tomado por asalto sus vidas
Hilda Sarría y Lidia Oquendo, dos ancianas de 70 años, ambas vecinas de la barriada de El Vedado, confiesan que si no hubiera sido por la familia, les hubiera sido difícil sobrevivir.
Algunos ancianos solicitan a diario despedirse de la vida. Otros, preocupados y con frecuentes ganas de llorar, sienten cada vez más miedo a la realidad. Consideran que su vida está vacía.
Los que pueden, buscan como antídoto el consumo de alcohol. Aun así, consideran que las penas no saben nadar en un teatro de operaciones donde sus oportunidades son bien limitadas.
La angustia ambiental es más acentuada en los ancianos que llevan una vida vegetativa. Sufren carencias nutricionales, los asaltan sentimientos de inquietud, preocupación y estados depresivos o de ansiedad, la inhibición y la irritabilidad, sentimientos de inutilidad y confusión
Es triste ver en una ciudad que aun no se levanta de sus múltiples ruinas, la cantidad de ancianos que tratan de sobrevivir el día a día, ejerciendo las faenas menos imaginables.
Los buzos son toda una red que va en incremento. Registrar la basura les reporta objetos útiles para su uso particular o doméstico o materia prima que venden al Estado o a trabajadores por cuenta propia, por lo cual aseguran recibir buena remuneración.
Mendigar y ser cartomántica es una rutina de vida. En la celebre esquina de Monte y Cienfuegos, en la Habana Vieja, no es difícil encontrar una súper abuela que ofrezca un servicio sexual de emergencia a un joven desamparado.
En muchos hogares, los ancianos parece que sobran, no encuentran un sitio en las familias. El internamiento en un asilo se convierte en una odisea. Su muerte es casi planificada.
La vida para ellos hace mucho se detuvo, perdió energías e incentivo. Hoy es frágil, del presente no esperan nada. Aunque respiren, caminen o hablen, hace mucho perdieron el motivo de vivir, se apagaron todas las esperanzas.
Un presente así a todos nos asusta, hay que defender el futuro.
cubainterracial.gl@gmail.com
Fotos: Juan A. Madrazo
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