viernes, 16 de julio de 2010
HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 17 DE JULIO
En el Carnaval de Santiago de Cuba
• Santos católicos que celebran su día el 17 de julio:
- En el Almanaque Cubano de 1921:
Santos Alejo y Arnaldo, confesores y Santas Generosa y Vestina, mártires
- En el Almanaque Campesino de 1946:
Santos Alejo y Arnaldo, confesores y Santas Generosa y Vestina, mártires
• Natalicios cubanos:
Costales Sotolongo, Bernardo: -Nació en Matanzas el 17 de julio de 1850. Escritor distinguido que escribió la comedia en verso “Un mal padre y un buen hijo” y prodigó las galas de su estilo en los periódicos “La Razón”, “La Guirnalda Cubana”, “La Aurora”, “La Infancia”, “El Palenque Literario”, “El Trabajo” y fundó “El Hogar”.
González Lanuza, José Antonio: -Nació en La Habana el 17 de julio de 1865 y falleció el 27 de junio de 1917. Abogado, catedrático, conferencista, escritor y político. En los tiempos de España fue desterrado por sus ideas revolucionarias. En Estados Unidos con la pluma en la mano y por la palabra fue un alto paladín de la revolución del 95. Durante la República ocupó las Secretarías de Justicia e Instrucción Pública con la Intervención y presidió el Ateneo y la Comisión de Reforma del Código Penal. Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, en la que profesaba Penal, y miembro de la Academia de la Historia.
El 17 de julio en la Historia de Cuba
• 1898 -
- La Plaza de Santiago de Cuba.
Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 403-403 nos describe los acontecimientos del 17 de Julio de 1898 en la Historia de Cuba:
“La paz entre españoles y norteamericanos, por lo que tocaba a la llamada división de Cuba, quedó concertada el 16 de julio de 1898. En el día siguiente, el 17 de julio de 1898, a las nueve y media de la mañana, tuvo efecto la entrega de la plaza asediada. La ceremonia del caso se verificó en la altura frente al fuerte de Canosa. Shafter, por los norteamericanos, y Toral, por los españoles, fueron los encargados de presidir acto de tanta significación. El general vencedor apareció rodeado de numeroso sequito de mar y tierra. Ante todos, en medio de imponente solemnidad, desfiló la reducida parte del ejército vencido que representaba en aquellos momentos a cuantos habían defendido la ciudad bombardeada.
“A la ceremonia desarrollada a la altura del fuerte de Canosa se adelantó el cambio de banderas en las fortalezas de la plaza. Al compás de veintiún cañonazos fue arriada la enseña de la nación descubridora en Punta Blanca. La aparición de la insignia de las barras y las estrellas en el castillo de El Morro y en la casa del Gobierno, segundos después, anunció ostensiblemente el advenimiento del orden de cosas impuesto por la fuerza de las armas.
“Todavía en medio del desastre, aplanados al parecer sus ánimos por tanta desgracia para su pabellón, hijos de España no quisieron o no pudieron ocultar su resentimiento. Sin que ello constase en los escritos -de la capitulación, lograron del vencedor norteamericano una merced dirigida a inferir una postrer ofensa, o a tomarse una venganza pobrísima, a costa de los libertadores cubanos. El general Shafter, acaso no vuelto aún de las zozobras a que estuvo sometido durante el sitio y bombardeo de la ciudad oriental, no supo adoptar ni mantener la actitud adecuada. El adversario de la víspera debió de insinuar, de insistir, de encarecer, en fin, para arrancarle lo que en suma le arrancó.
“La conducta observada por el general Shafter frente a las demandas de torpe venganza del vencido desembocó en el inexplicable e insólito hecho de que no se reservase puesto a ningún jefe cubano para presenciar la entrega de la plaza. El general Calixto García se enteró con justa indignación de la forma en que el acto iba a realizarse, y adoptó la actitud que cuadraba a hombre de su temple y de su prestigio ante novedad tan incalificable. Expresó, en conferencia reservada con el general norteamericano, su sorpresa, por lo mismo que la cooperación de las fuerzas insurrectas había determinado allí el buen éxito de la breve campaña, y se despidió, para abandonar la zona pacificada y volar a la de Holguín en busca de españoles no comprendidos en la capitulación con quienes medir sus armas.
Candelaria Figueredo
en Patriotas Cubanas
por la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta
Candelaria Figueredo y Vázquez, nació en Bayamo, provincia de Oriente en el año de 1852.
Era hija de Pedro Figueredo y Cisneros, abogado, poeta, músico y patriota fervoroso; autor de nuestro Himno Nacional, héroe esclarecido que murió por la libertad de Cuba, y de su esposa la Sra. Isabel Vázquez y Moreno, hermana de Luz Vázquez, la “Gentil Bayamesa” que sirviera de inspiración a la famosa composición musical del mismo nombre.
“Canducha”, como cariñosamente se le llamaba, se educo en un hogar netamente cubano, ya que su progenitor fue uno de los principales colaboradores de Carlos Manuel de Céspedes, el “Padre de la Patria”, en la gloriosa clarinada del 10 de Octubre de 1868.
Perucho Figueredo e Isabel Vázquez tuvieron numerosos hijos: Eulalia, Pedro, Felipe, Blanca, Elisa, Isabel, Candelaria, Gustavo, María de la Luz, Piedad, Angel y María Esther.
En la época en que estalló la revolución de Yara, Candelaria Figueredo contaba 17 años. Era una hermosa joven trigueña, de inmensos ojos soñadores, de larga y abundante cabellera bruna, enamorada como su padre del ideal hermoso de independizar a Cuba.
Acordada la toma de Bayamo en Barracas, el día 15 de Octubre para tres días después, por Céspedes, Marcano, Aguilera, Maceo Osorio y Figueredo, Perucho regreso a su ingenio “Las Mangas” donde había dejado a su familia y a un contingente de 200 hombres que tenía preparado.
Perucho represento siempre la parte romántica de la Revolución. Céspedes era la energía, Aguilera la previsión; Maceo Osorio la inteligencia; Figueredo, que los compendiaba a los tres, era también el alma sensitiva del movimiento.
Al comunicar a los suyos las ideas de su jefe, ya había planeado la confección de la bandera cuyos colores y forma fueron ideas del Padre de la Patria. Pronto se dio a la tarea toda la familia de confeccionar la venerable enseña, que difería de la de Narciso López por no recordar bien los patriotas del 68, la distribución de las franjas y el triángulo rojo, que el 19 de Mayo de 1850 había ondeado victoriosa en las calles de Cárdenas. Pero de pronto, se dio cuenta Fígueredo que le hacía falta una abanderada y tropezando su mirada en ese momento con la de su hija “Canducha”, le pregunto:
-“¿Te atreves a ser la abanderada que el día 18 recorrerá las calles de Bayamo?”
Al oír aquélla pregunta de labios del autor de sus días, la resuelta doncella, empurpurado el rostro, fulgurantes los ojos, se puso en pie y rayando a la altura de la invitación, apreso en la respuesta la afirmación más categórica:
-“Nada me haría más feliz que dar mi vida y mi sangre por la redención de la Patria”.
Un estallido de franco, de inusitado júbilo brotó del alma de todos los presentes que aclamaron a la bella abanderada, en tanto que sus hermanas corrían a confeccionar el traje de libertadora, aquel con el que amazona en brioso corcel, recorrió las calles de Bayamo entre el himno y el estruendo del combate y los gritos de triunfo de los revolucionarios, según nos dice Maceo Verdecia en su obra titulada “Bayamo”.
Candelaria Figueredo, tierna niña en la aurora de “La Demajagua”, fue mambisa más tarde que sufrió penalidades sin cuento, vagando durante mucho tiempo, unas veces sola y otras en unión de sus hermanos por montes y sabanas, hasta que fue presa y sujeta a largo cautiverio en el fuerte “Zaragoza” de Manzanillo, pudiendo al fin lograr que la pusieran en libertad y le permitieran embarcar para los Estados Unidos. Allí vivió siempre fiel a la causa libertadora mientras Cuba estuvo bajo la soberanía de España, regresando entonces a la Patria, para residir en La Habana, hasta su muerte ocurrida el 20 de Enero de 1924.
Su nombre inmortal impreso está para siempre en las páginas de nuestra historia, ya que ella como todos sus hermanos tuvieron siempre por divisa las hermosas frases de su progenitor:
-“Morir por la Patria es vivir”.
En Próceres
Por Néstor Carbonel
José de la Luz y Caballero
“Nació el 11 de julio de 1800.”
“Murió el 22 de junio de 1862.”
“¡Tiempos ruines aquellos en que le tocó vivir, en que le tocó ser maestro y guía de la juventud cubana a José de la Luz y Caballero! Como quien pinta a brochazos, así el gobierno de la colonia trataba a los cubanos que no se le sometían. Era Cuba entonces un compuesto híbrido de humildades y arrogancias, de señorío y de pobreza. Con abuso de la credulidad y la autoridad, se ponían en práctica todos los absurdos en materia de religión y de política, a fin de ahogar el deseo de justicia. O se vivía sometido, o no se podía vivir. Atraer luz era un atentado; esparcirla, un crimen. Pero como a los que se deciden a servir a su país la maldad no los mella, ni el calabozo los infama, ni el cadalso los intimida, el viejo pensador, puro, sensible, melancólico, el viejo limpio y resplandeciente, supo, sin miedo, marcar rumbos, señalar caminos. La patria tuvo en él un apóstol: sus enseñanzas fueron medicinas; su colegio, vasto campamento donde podían retozar las almas que fuera de él estaban presas como en un bosque de sombras. De los labios secos de aquel hombre, que del mucho saber y del mucho sentir apenas tenía carnes, oyeron los niños y los jóvenes de aquella época como el decálogo de nuestros futuros deberes y como el prólogo del libro en que más tarde habían de suscribir, Céspedes primero y luego Martí, la fórmula definitiva de nuestra independencia.
“De la madre más que del padre vino José de la Luz. Nació en la Habana, y cuentan que sus primeros años se deslizaron apaciblemente, sosegadamente. Sus maestros, durante la niñez, fueron eclesiásticos. Por eso acaso acarició hasta su juventud la idea de abrazar la carrera del sacerdocio. Y si no la siguió, fue debido a que, consciente como era, sabía que en su tierra los sacerdotes tenían que estar sometidos a los caprichos de los que gobernaban, ya que el ministerio de la religión, como el de las leyes, en un país sin derecho y sin libertad, no era posible ejercitarlo si no se tenía el alma de rodillas. Cuando salió del seminario se puso a aprender por su cuenta, haciendo profundos estudios científicos y literarios. Nutrido de saber, emprendió viaje por los Estados Unidos, y luego por Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. En Europa asistió como oyente a las clases de Cuvier y Michelet. Conocedor ya de los idiomas que en cada uno de esos países se hablaba, supo durante su permanencia en ellos perfeccionarse en el acento. El latín le era tan familiar como el español; y conocía bastante el griego.
“A su regreso de éste, el primer viaje, pensó en llevar a la realidad lo que había de ser en definitiva su santo apostolado: en fundar un colegio. No habían en Cuba entonces otros maestros que los frailes. Aparte alguna que otra escuelita sostenida por la Sociedad Económica, los únicos colegios eran los conventos. Acariciando esta idea publicó un libro para texto de lectura de las clases primarias, y luego redactó un informe sobre la creación de un instituto o escuela práctica de ciencias y lenguas vivas, cosa que no pasó de proyecto. Más tarde se hizo cargo de la dirección del colegio San Cristóbal, ya establecido, al mismo tiempo que daba clases en su domicilio. Cuando tuvo autorización para profesar públicamente filosofía, inauguró un curso libre, lo que le originó algunos disgustos y polémicas. Su sistema nervioso se quebrantó entonces, por lo que en busca de paz y salud se fue de nuevo para la populosa Europa.
“En París vivía sosegado, en un reposo absoluto, cuando llegó a sus oídos que con motivo de la supuesta conspiración de los negros, en 1844, un tribunal militar lo reclamaba como reo de atentado contra la seguridad del Estado. Esta noticia lo sacó de su tranquilidad. Sintiéndose inocente, ajeno por completo a aquello, resolvió al momento ponerse en camino para Cuba. Y así lo hizo. A la Habana volvió sereno a responder de los cargos que se le hacían. El general Leopollo O'Donnell, soldado violento y autoritario, para quien la ley era su voluntad, mandaba en Cuba como dueño y señor. Por su orden, Luz y Caballero debía ser reducido a prisión apenas desembarcara. No lo fue, en atención a que estaba enfermo; pero quedó prisionero dentro de su propio domicilio. Al año, cuando lo llamaron ante el consejo de guerra, su defensor, por encargo suyo, se concretó a decir que "Don José de la Luz y Caballero libraba su defensa en el mérito de los autos y la justificación del tribunal". Pocos meses después fue absuelto, junto con los demás que habían sido por la misma causa procesados. Cuando se le puso en libertad, ya había ocurrido el fusilamiento de Plácido y de tantos otros cubanos negros, víctimas de la comedia trágica a que para regodeo de las autoridades españolas -se había dado- vida. Gracias a la entereza de Luz y Caballero se aclararon situaciones y se disiparon un tanto las nubes que se cernían sobre el cielo de la patria.
“Pasados tres años de estos tristes sucesos, mejorado un tanto de los males que le aquejaban, puso en práctica la idea tanto tiempo acariciada: fundó un colegio, "escuela de pensamientos y virtudes". Dióle a ese colegio el nombre de El Salvador. Lo que fue ese plantel de educación, los cubanos todos lo saben. Allí, aunque sometidos al plan de estudio oficial, se hacían hombres, hombres de sentimientos generosos y sólido saber. Como educador, Don Pepe fue genial. Obra suya fueron los primeros puntales de la libertad y la república. De su lado salieron, como joyas de un troquel, los Sanguily, Piñeyro, Agramonte y tantos y tantos pensadores y héroes que supieron más tarde servir a la patria, sin miedo y con generosa grandeza.
“Creyente fervoroso, siempre, al salir el sol, oraba lleno de fe, rodeado de sus alumnos. De memoria recitaba el misal. Don Pepe era religioso, amaba a Dios, creía en él. Los versículos del Evangelio unas veces, y otras las epístolas de San Pablo, le sirvieron en más de una ocasión para disertar, lleno de ternura, acerca de moral. ¡Cuánta fe, cuánto amor, cuánta bondad brotaba de sus labios! Cuando su hija Luisa -pura como una azucena- murió, se le llenó el alma de una muy honda melancolía. Pero a ella supo sobreponerse. Luego, cuando perdió la madre, sí que se le vio morir, que se le veía morir. Y murió al fin. Tranquilo como un niño que se queda dormido, así dejó de existir aquel que, como si traspusiera el porvenir, pedía a sus cubanos, asociados y no amontonados; hermanos y no ciudadanos; aquel que deseaba, primero que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, no ya que se desplomaran las instituciones de los hombres, hasta las estrellas todas del firmamento...”
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la cuba de ayer la cuba de hoy,pero¡¡¡¡quien escribe semejante disparate,madre mia cambiaron la realidad,desde cuando un niño campesino de antes tenia esa botas ,una niña en una escalera de marmol con vestido de pricesa,ja,ja,jaeso solo lo vein las niñas y niños de los pocos que tenian dinero,antes los pobres no podian ir a las playas,ahora todas son libres,eran analfabetos el 90% de la poblacion,y al medico se morian por los caminos de los montes antes de poder llegar a recibir atencion medica,¿y la dignidad?acaso no tiene valor,no cambien pacotilla por principios y dignidad,vivo en el capitalismo,y sufro en carne propia sus consecuencias.no se dejen engañar¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
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