martes, 28 de septiembre de 2010
HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 30 DE SEPTIEMBRE
En Las Terrazas, Pinar del Río.
• Santos católicos que celebran su día el 30 de septiembre:
- En el Almanaque Cubano de 1921:
Santos Gerónimo, doctor y fundador y Leopoldo, mártir y Santa Sofía, viuda
- En el Almanaque Campesino de 1946:
Santos Gerónimo, doctor y fundador, Gregorio y Honorio, confesores y Leopardo, mártires y Santa Sofía, viuda
El 30 de septiembre en la Historia de Cuba
• 1779 -
- Villa y Escudo de Armas de Güines.
Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 553-554 nos describe los acontecimientos del 30 de septiembre de 1779 en la Historia de Cuba:
“La comarca en cuyo seno había de levantarse el pueblo de Güines fue conocida de los castellanos desde los días de la conquista. Por allá tuvo su asiento primitivo la villa de San Cristóbal de la Habana. Pero entonces las cosas no se presentaron propicias. La población erigida por Diego Velázquez de Cuéllar en las márgenes del río de Güines, Mayabeque u Onicajinal desapareció, pues sus moradores se trasladaron a la desembocadura del Casiguagas.
“Lo que tan mal éxito tuvo para ser habitado en los primeros tiempos de la colonización tomó luego el nombre de hacienda de Güines. El indio Pedro Guzmán levantó en el hermoso valle fecundado por el Mayabeque una ermita. En torno a ésta algunas familias labradoras fabricaron sus viviendas. El auge del caserío se hizo sin mayor tardanza notable y ya en 1735 sus, vecinos edificaron una iglesia de madera que fue erigida en parroquial bajo la advocación de San Julián y San Francisco Javier. Sus condiciones merecieron atención preferente del capitán general Felipe de Fonsdeviela, marqués de la Torre, quien demandó de la Corte las prerrogativas a que se refirió la real cédula dada por Fernando VII en 22 de octubre de 1817 en los siguientes términos:
“"Gobernador Capitán General de la Isla de Cuba, ciudad de San Cristóbal de la Habana y presidente de mi real audiencia que reside en la villa de Puerto Príncipe. En carta de 6 de noviembre de 1775, hizo presente vuestro antecesor el marqués de la Torre a mi augusto abuelo, que los habitantes del partido de los Güines, conocido por la exquisita calidad de los tabacos, le habían hecho ya instancia para que la remitiese con su apoyo, reducida a que se le concediese título de villa con el escudo de armas que proponían, facultad para demarcar la jurisdicción en que había de tener... En vista de todo y conforme a lo que propuso el mi Consejo de Indias en consulta de 14 de agosto de 1779, se dignó mi augusto abuelo conceder la gracia que se pedía, mandando al mismo tiempo por cédula de 30 de septiembre siguiente, que dicho gobernador pasase o enviase persona que señalase y apease las tierras para ejidos..."
“Importancia, y no escasa, revistió para Güines o San Julián de los Güines la concesión del título de villa y del escudo de armas. La gracia real otorgada a la risueña población del Mayabeque en 30 de septiembre de 1779 fue para sus pobladores un aliciente magnífico. Pudieron entonces apreciar cuán cierto era que sus esfuerzos no se perdían en el vacío respecto de los directores de la cosa pública. Los resultados provechosos de todo ello no se echaron de menos. Güines, elevada su categoría, entraba en franco período progresivo.”
Manuel de Quesada
en Próceres
por Néstor Carbonel
“Nació el 14 de abril de 1830.”
“Murió en septiembre de 1886.”
“Por sus errores únicamente no deben ser juzgados los hombres; ni por sus actos de grandeza. ¿Es el hombre mezcla de lobo y paloma? ¿Tiene el hombre horas en que parece hecho de luz, y horas en que es todo sombra? Pues no juzguemos de el, de su vida toda, porque lo vimos cuando mordía ni porque lo vimos cuando acariciaba. Pongamos a un lado sus pecados y a otro lado sus virtudes. Y si son más aquellos -más en gran proporción- dejémosle en silencio perpetuo, en olvido perenne, que no hay castigo mayor. Pero si son más sus virtudes, o están en igualdad con sus pecados, recordémosle y perpetuemos su memoria. A Manuel de Quesada es injusto verlo siempre, loco de mando, o engordando vicios, y no frente al enemigo, retando la muerte. Fue general en jefe del Ejército Libertador, -el primer general en jefe del Ejército Libertador en la guerra de los diez años- y muy pocos de sus compatriotas saben de el, y si saben, es sólo de cuanto lo empequeñece, no de lo que lo levanta y hace merecedor a un sitio en el panteón de nuestros héroes y de nuestros mártires...
“En la ciudad de Puerto Príncipe, Camagüey, nació, y en la misma ciudad se deslizaron, tranquilamente, los primeros años de su vida. Estudios no hizo muchos. Cuando el pronunciamiento de Joaquín de Agüero en 1851, aunque muy joven, se vio comprometido, viéndose, para escapar de la cárcel, o quizá de la muerte, en la necesidad de huir, y permanecer oculto algún tiempo. Tan pronto le fue dable se dirigió a los Estados Unidos, y de allí a México, adonde llega en momentos en que divididos en dos bandos los nativos,-liberales y clericales,-se hacían la guerra. Al poco tiempo de estar allí se pone al servicio de los primeros, y en breve, en gracia de su valor y su fortuna, logra el grado de general. Con este mismo grado, peleo más tarde en contra de las fuerzas del Emperador Maximiliano. A Quesada cúpole en México, el honor de dirigir la primera batalla frente a los invasores franceses en la Rinconada, cerca de Veracruz. En la patria de Hidalgo desempeño también el cargo de Gobernador militar de distintos estados. Cansado de tanta lucha, abandona a México en 1867, para ir a New York, donde, al enterarse de que en Cuba se conspira en favor de la independencia, comienza a laborar enamorado de esa idea. Con los escasos recursos que tenía envía de emisario a Cuba al joven Bernabé de Varona, luego general gloriosísimo de la revolución iniciada en Yara, para que preparase los ánimos. Quesada, en tanto, llega a Nuevitas a bordo de una goleta, con el propósito de desembarcar si era que había llegado el momento de combatir. Pero después de entrevistarse con el comisionado que le envió Napoleón Arango, jefe de la conspiración en el Camagüey, se vuelve rumbo a New York.
“En New York lo sorprende, en octubre del 68, la noticia de haber estallado en Cuba la revolución, y sin pérdida de tiempo se dirige a Nassau, donde, gracias al patriotismo ejemplar del rico camagüeyano Martín Castillo, que dio toda su fortuna para comprar los armamentos necesarios, pudo organizar una valiosa expedición, y desembarcar al frente de ella, en Guanaja, territorio del Camagüey. Entre los expedicionarios de Quesada se encontraba una legión de jóvenes habaneros, ex-discípulos casi todos del ilustre Don José de la Luz y Caballero entre otros, Antonio Zambrana, Manuel Sanguily, Julio Sanguily, Luis Victoriano Betancourt, Rafael Morales, Pérez Trijillo, José Payán y tantos y tantos que luego fueron grandes figuras de la revolución. La presencia de Quesada en los campos de la incipiente lucha, fue saludada como aurora de triunfo, como signo de victoria. Sus campañas de México, su figura atrayente, simpática en alto grado, hacían de el la encarnación de un caudillo.
“Al desembarcar el general Quesada, se vio en la necesidad de sostener combate, al mando de su hueste bisoña, con los españoles, dando en ese encuentro muestras de valor y de habilidad militar, lo que le reafirmo el prestigio de que venía aureolado. Fue allí donde, envuelto en el humo de los primeros disparos, aspiró el infame perfume de las adulaciones. Los viles, que en ninguna parte faltan, y menos alrededor de los que triunfan y mandan, lo quisieron endiosar, y le recomendaron -ya que era insustituíble- que no volviera a exponer su vida, que se cuidara más del peligro. Quesada, desde entonces se cuidó, y eso hizo que sus soldados no pelearan luego con el brío y entusiasmo con que pelean cuando ven el jefe a la cabeza, enseñando el primero cómo se mata y cómo se muere. ¡Ah, la adulación hace de hombres capaces unos ineptos, y de hombres sin coraje unos tiranos! ¡Ah, la adulación, como embriagante licor, desvanece las cabezas fuertes, y a las débiles, las vuelve locas!
“Constituida la República el 10 de abril de 1869, fue electo Presidente Carlos Manuel de Céspedes, y general en jefe del Ejército, Manuel de Quesada, ambos por aclamación unánime de la Cámara de Representantes. Tanto Céspedes como Quesada, pronunciaron elocuentes palabras de agradecimiento. Dice un testigo presencial de aquella escena, que el general Quesada, puesto de pie y con las manos apoyadas sobre la empuñadura del sable, con voz muy reposada balbuceó, más que dijo: "Conciudadanos: Con orgullo recibo de vuestras manos esta espada, no como distintivo -del puesto distinguido a que me eleváis, sino como un emblema del deber que me habéis impuesto. De hoy más, compañera inseparable de mis esfuerzos, será un símbolo que me recuerde, si olvidarlo pudiere, la sagrada misión que la patria, por vuestra mediación me ha encomendado. Juro, sobre su empuñadura, que esta espada entrará con vosotros triunfante al Capitolio de los libres, o la encontraréis en el campo de batalla al lado de mi cadáver". Tal fue el discurso de Quesada.
“Desgraciadamente, meses después, comenzó a forjar planes para, erigirse en dictador. Cuando el ataque a las Tunas, ataque sin provecho, que costó mucha preciosa sangre cubana, algunos diputados lo llamaron a la Cámara con objeto de deponerlo; pero ese día pudo justificarse de los cargos que se le hicieron. Pudo, después de dar explicaciones, continuar mereciendo la confianza de la Cámara. Pero ya estaba en la pendiente. A poco, redacta un escrito dirigido a la Cámara, solicitando mayores facultades. El Representante que se le había ofrecido para presentarlo a la consideración de sus compañeros, se lo devolvió diciéndole que en su escrito veía el espíritu de Napoleón el pequeño, antes del golpe de estado.
“Vinieron luego las quejas producidas por militares y simples ciudadanos, poniendo de manifiesto sus extralimitaciones e injusticias. Sabedor de esto Quesada, convoca a los jefes y oficiales de más prestigio en el Camagüey para una reunión que había de celebrarse en la finca nombrada el Horcón de Najasa. A esta junta asistieron no solamente los jefes y oficiales invitados, sino también otros ese aquella emigración desorganizada, dio por resultado el que la más honda división reinase a poco entre los valiosos elementos que debían cooperar juntos al triunfo de la causa de todos. Poco feliz estuvo Quesada al publicar en New York, un informe en inglés, en el que contaba-lo que no era cierto-que en una ocasión se había visto obligado a pasar por las armas a quinientos soldados españoles. Haciéndose la guerra unos a otros se mantenían los cubanos en New York, peleando con rabia sorda por más o menos atribuciones, en tanto que en la tierra madre, morían a diario, sin medios de defensa, hermanos heroicos. Al fin, el general Quesada pudo organizar y despachar a las órdenes de su hermano Rafael, una expedición, la cual desembarco felizmente en Cuba.
“Después de esto llega Aguilera a New York con el propósito de poner paz entre los cubanos emigrados, -de acallar las discordias, y Quesada, el primero, resigna ante el nuevo Enviado todos sus poderes y facultades, entregándole las propiedades de la República que se hallaban en su poder. Tres años pasa en New York, prestando los servicios que podía, hasta que en 1874, en compañía de Antonio Zambrana, sale en peregrinación por algunas Repúblicas -de la América, en solicitud de apoyo para su pueblo en guerra por la libertad e independencia.
“No le fue dable volver a Cuba, a combatir a los amos de su patria y matadores sin conciencia de su hijo-expedicionario del Virginius. Firmada la paz, se fue a Costa Rica, donde exhalo, ocho años después, el último suspiro. Sus restos mortales están allá en la tierra que amparó como hijos a muchos cubanos, tierra tal vez más piadosa para él que su propia tierra. Allá, en Costa Rica, florón de libertades, se libertó él también. La muerte es una emancipadora: ella libra en ocasiones a los hombres de caer entre las insidias ajenas, o las propias debilidades...”
POR: GUIJE CUBA
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