De taxis privados y limosnas con escopeta
LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -Uno de los anecdotarios más
abundantes sobre lo que pasa a diario en las calles de la capital cubana, lo
tienen los choferes de taxis privados. Estos conductores de los ya proverbiales
“almendrones” (viejos autos norteamericanos que en otro país serían considerados
clásicos de culto o museables), cuentan historias como para escribir un libro en
la mejor tradición kafkiana.
De hecho, el anecdotario comienza con el caso de los propios choferes de taxis. Primero, la aventura de horror y misterio que implica tramitar la obtención de una licencia de conducir. Luego, el día a día en la vía, enfrentando a los pasajeros y a la policía.
Sacar una licencia de conducir en Cuba es un asunto complicado, no tanto por el proceso como tal, sino porque éste exige contar con recursos monetarios de cierta consideración. Es obligatorio estar preparado para que los funcionarios de ese proceso, en sus distintos pasos, abran la mano izquierda frente al bolso del potencial chofer. Una vez vencido esa especie de “laberinto del minotauro”, en el cual el saqueo a su bolsillo es la peripecia fundamental, llega la prueba definitoria de habilidades para conducir. Aunque usted sea el mejor chofer del mundo, pierde su tiempo si no ofrece de trasmano los deseables CUC al oficial evaluador.
Ya en la calle, con sus licencias respectivas para conducir y transportar personas como taxista, comienzan nuevos rollos para el chofer. Hace un tiempo, los conductores de algunas rutas de transportación privada hacían su trabajo nocturno con el credo en la boca y armados de un machete u otra arma. Una ola de asaltos que incluía los asesinatos de choferes y desapariciones de autos, estremeció a la creciente comunidad de los denominados “porteadores privados”.
Los fines de semana suelen ser los de mayor demanda de público y, al mismo tiempo, son los de mayor peligro: Borrachos, broncas dentro del auto en marcha, estafadores que intentan pagar menos o no pagar, y un rosario adicional de situaciones tan diversas que retan a la imaginación.
Los problemas del transporte público en la Isla son un mal endémico, como lo es la corrupción administrativa. La diferencia entre el éxito y el fracaso de una gestión puede marcarla un ómnibus demorado o roto en el camino. La mayoría opta por esperar, y repite con fe mística el conocido lema del buscador Google: “Voy a tener suerte”. Otros se hacen el harakiri en la billetera y desembolsan el costo del taxi de ruta fija, que puede oscilar, según el tramo, entre diez y veinte pesos, unos cincuenta o setenta y cinco centavos de dólar, aproximadamente. Después de la medianoche esa cifra puede aumentar según la distancia y el chofer que te toque en suerte.
Hay quien puede pagar todos los días la transportación en un taxi, hay quien lo hace alguna que otra vez, y hay quien rara puede hacerlo. Los choferes reconocen con cierta facilidad a los habituales.
Entre el ir y venir de los autos, asoma la infaltable figura del policía de tránsito. Unas veces aparece como motorizado y otras en auto de patrullaje, o incluso a pie. Según la hora, o el día de la semana o del mes, entre otros factores casi siempre azarosos, el chofer de taxi podrá escapar o no de la “mordida” de estos depredadores uniformados.
Puede suceder que bajo cualquier pretexto, el policía de tránsito detenga al taxi para notificarle la multa y restarle puntos en el valor de la licencia. El chofer deberá tener en cuenta la posibilidad de que el policía le pida, sin mucho miramiento, “un poco de dinero para poder comprar aceite de cocinar, pues el salario no me alcanza este mes”.
Generalmente los choferes negocian con los uniformados y, como consecuencia, la multa se esfuma y la valiosa licencia de conducir queda incólume. Este “modus operandi” que pudiera entenderse como una típica limosna con escopeta, ya forma parte de los códigos no escritos del tránsito en las calles de la capital cubana. La inefable ley de oferta y demanda, policialmente impune, va gobernando la diferencia semafórica entre la luz roja de las restricciones y la verde de libre vía.
De hecho, el anecdotario comienza con el caso de los propios choferes de taxis. Primero, la aventura de horror y misterio que implica tramitar la obtención de una licencia de conducir. Luego, el día a día en la vía, enfrentando a los pasajeros y a la policía.
Sacar una licencia de conducir en Cuba es un asunto complicado, no tanto por el proceso como tal, sino porque éste exige contar con recursos monetarios de cierta consideración. Es obligatorio estar preparado para que los funcionarios de ese proceso, en sus distintos pasos, abran la mano izquierda frente al bolso del potencial chofer. Una vez vencido esa especie de “laberinto del minotauro”, en el cual el saqueo a su bolsillo es la peripecia fundamental, llega la prueba definitoria de habilidades para conducir. Aunque usted sea el mejor chofer del mundo, pierde su tiempo si no ofrece de trasmano los deseables CUC al oficial evaluador.
Ya en la calle, con sus licencias respectivas para conducir y transportar personas como taxista, comienzan nuevos rollos para el chofer. Hace un tiempo, los conductores de algunas rutas de transportación privada hacían su trabajo nocturno con el credo en la boca y armados de un machete u otra arma. Una ola de asaltos que incluía los asesinatos de choferes y desapariciones de autos, estremeció a la creciente comunidad de los denominados “porteadores privados”.
Los fines de semana suelen ser los de mayor demanda de público y, al mismo tiempo, son los de mayor peligro: Borrachos, broncas dentro del auto en marcha, estafadores que intentan pagar menos o no pagar, y un rosario adicional de situaciones tan diversas que retan a la imaginación.
Los problemas del transporte público en la Isla son un mal endémico, como lo es la corrupción administrativa. La diferencia entre el éxito y el fracaso de una gestión puede marcarla un ómnibus demorado o roto en el camino. La mayoría opta por esperar, y repite con fe mística el conocido lema del buscador Google: “Voy a tener suerte”. Otros se hacen el harakiri en la billetera y desembolsan el costo del taxi de ruta fija, que puede oscilar, según el tramo, entre diez y veinte pesos, unos cincuenta o setenta y cinco centavos de dólar, aproximadamente. Después de la medianoche esa cifra puede aumentar según la distancia y el chofer que te toque en suerte.
Hay quien puede pagar todos los días la transportación en un taxi, hay quien lo hace alguna que otra vez, y hay quien rara puede hacerlo. Los choferes reconocen con cierta facilidad a los habituales.
Entre el ir y venir de los autos, asoma la infaltable figura del policía de tránsito. Unas veces aparece como motorizado y otras en auto de patrullaje, o incluso a pie. Según la hora, o el día de la semana o del mes, entre otros factores casi siempre azarosos, el chofer de taxi podrá escapar o no de la “mordida” de estos depredadores uniformados.
Puede suceder que bajo cualquier pretexto, el policía de tránsito detenga al taxi para notificarle la multa y restarle puntos en el valor de la licencia. El chofer deberá tener en cuenta la posibilidad de que el policía le pida, sin mucho miramiento, “un poco de dinero para poder comprar aceite de cocinar, pues el salario no me alcanza este mes”.
Generalmente los choferes negocian con los uniformados y, como consecuencia, la multa se esfuma y la valiosa licencia de conducir queda incólume. Este “modus operandi” que pudiera entenderse como una típica limosna con escopeta, ya forma parte de los códigos no escritos del tránsito en las calles de la capital cubana. La inefable ley de oferta y demanda, policialmente impune, va gobernando la diferencia semafórica entre la luz roja de las restricciones y la verde de libre vía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario