Los viejos se rebelan
LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -Muchos cubanos viejos se
quejan constantemente, lo mismo en los establecimientos públicos que en plena
calle. Como no paran de quejarse, tal parece que están organizados en una
rebelión espontánea, que tuvo sus causas allá por el año 2001, cuando a Fidel
Castro se le ocurrió autorizar la compra de diferentes artículos
electrodomésticos a la República Popular China, para vendérselos a la población,
sin garantía alguna y a precios nada razonables.
Alberto es un anciano de 65 años que vive en la calle 304, en el poblado costero de Santa Fe, al oeste de La Habana. Mientras pedalea su bici taxi, a pesar de tan avanzada edad, se queja porque desde hace años, el Banco Nacional le descuenta cada mes 57 pesos (de los 240 que recibe de jubilación), como pago de un refrigerador marca Haier. Dice que ya se le ha roto un par de veces y que nunca ha enfriado tanto como el viejo Admiral norteamericano que se vio precisado a entregar al Estado, como parte del proceso para comprar el nuevo.
También Orlando, otro anciano jubilado, que vende en su casa plantas ornamentales en macetas de barro, se queja de lo mismo: “Es nuestra deuda eterna –exclama-, la que tendrán que seguir pagando mis nietos, si yo muero, aunque ya no exista el refrigerador, pues en tres ocasiones se le ha roto el compresor por las fluctuaciones del voltaje”.
Bertha, una anciana, también jubilada, que vende tacitas de café en los portales del agro mercado de la zona No. 10, del reparto Alamar, al este de la Habana, ya no paga su Haier, porque empleó los ahorros de toda una vida para liquidar su deuda en el Banco Nacional. Sin embargo, también se queja: “Me quedé sin mis ahorros, y pronto me quedaré sin refrigerador, porque ese cacharro ya no enfría”.
A principios de los años 2000, Fidel Castro ordenó vender a plazos a una gran parte de la población, diferentes artículos electrodomésticos: calentadores, hornillas, ollas arroceras y de presión, ventiladores, equipos de aire acondicionado, neveras, microondas, televisores y, sobre todo, refrigeradores. Los artículos resultaron ser de mala calidad, y por ellos el gobierno pagó a China 300 millones de dólares, en efectivo.
A medida que salían los contenedores de China, el gobierno soltaba el pago. Pero lo más curioso de esta historia es que los refrigeradores Haier fueron producidos por una empresa que se declaró en quiebra después de haber enviado a Cuba un cuarto de millón de unidades, a un costo de 114 dólares estadounidenses cada unidad, para ser vendida ésta por el gobierno cubano, en más de tres veces su precio, incluso a las familias de bajo poder adquisitivo y a los ancianos jubilados.
A los doce meses de finalizada la compra, caducó la garantía ofrecida por la empresa que fabricó los refrigeradores. No obstante, el gobierno cubano le mintió al pueblo, al “garantizarle” el motor compresor por 36 meses y la caja eléctrica por un año. En realidad, nunca existió garantía alguna. Ni siquiera par alas roturas por cambios de voltaje, algo que sucede con frecuencia en la Isla, y que afectaba mucho más a los refrigeradores Haier que a los viejos refrigeradores norteamericanos de la era anterior al comunismo.
Otro anciano, vecino mío, me dice que el negocio que hizo Fidel es redondo, porque mantiene a la población endeudada con el Estado. Pero también no deja de reconocer que hay muchos que, conscientes de la estafa que sufrieron, se han rebelado y no pagan un centavo por esos pésimos y caros productos, muchos de los cuales ya ni existen.
Alberto es un anciano de 65 años que vive en la calle 304, en el poblado costero de Santa Fe, al oeste de La Habana. Mientras pedalea su bici taxi, a pesar de tan avanzada edad, se queja porque desde hace años, el Banco Nacional le descuenta cada mes 57 pesos (de los 240 que recibe de jubilación), como pago de un refrigerador marca Haier. Dice que ya se le ha roto un par de veces y que nunca ha enfriado tanto como el viejo Admiral norteamericano que se vio precisado a entregar al Estado, como parte del proceso para comprar el nuevo.
También Orlando, otro anciano jubilado, que vende en su casa plantas ornamentales en macetas de barro, se queja de lo mismo: “Es nuestra deuda eterna –exclama-, la que tendrán que seguir pagando mis nietos, si yo muero, aunque ya no exista el refrigerador, pues en tres ocasiones se le ha roto el compresor por las fluctuaciones del voltaje”.
Bertha, una anciana, también jubilada, que vende tacitas de café en los portales del agro mercado de la zona No. 10, del reparto Alamar, al este de la Habana, ya no paga su Haier, porque empleó los ahorros de toda una vida para liquidar su deuda en el Banco Nacional. Sin embargo, también se queja: “Me quedé sin mis ahorros, y pronto me quedaré sin refrigerador, porque ese cacharro ya no enfría”.
A principios de los años 2000, Fidel Castro ordenó vender a plazos a una gran parte de la población, diferentes artículos electrodomésticos: calentadores, hornillas, ollas arroceras y de presión, ventiladores, equipos de aire acondicionado, neveras, microondas, televisores y, sobre todo, refrigeradores. Los artículos resultaron ser de mala calidad, y por ellos el gobierno pagó a China 300 millones de dólares, en efectivo.
A medida que salían los contenedores de China, el gobierno soltaba el pago. Pero lo más curioso de esta historia es que los refrigeradores Haier fueron producidos por una empresa que se declaró en quiebra después de haber enviado a Cuba un cuarto de millón de unidades, a un costo de 114 dólares estadounidenses cada unidad, para ser vendida ésta por el gobierno cubano, en más de tres veces su precio, incluso a las familias de bajo poder adquisitivo y a los ancianos jubilados.
A los doce meses de finalizada la compra, caducó la garantía ofrecida por la empresa que fabricó los refrigeradores. No obstante, el gobierno cubano le mintió al pueblo, al “garantizarle” el motor compresor por 36 meses y la caja eléctrica por un año. En realidad, nunca existió garantía alguna. Ni siquiera par alas roturas por cambios de voltaje, algo que sucede con frecuencia en la Isla, y que afectaba mucho más a los refrigeradores Haier que a los viejos refrigeradores norteamericanos de la era anterior al comunismo.
Otro anciano, vecino mío, me dice que el negocio que hizo Fidel es redondo, porque mantiene a la población endeudada con el Estado. Pero también no deja de reconocer que hay muchos que, conscientes de la estafa que sufrieron, se han rebelado y no pagan un centavo por esos pésimos y caros productos, muchos de los cuales ya ni existen.
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