El borracho de Lubianka
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -A mi jefe, en la Contrainteligencia, lo llamábamos a sus espaldas el “Borracho de Lubianka”. Esta Lubianka era el cuartel general de la Seguridad del Estado (KGB), en la antigua Unión Soviética. También se le llamaba así a las mazmorras administradas por esa organización, adonde iban a parar los detenidos políticos.
Como mi exjefe había estudiado en la escuela de la contrainteligencia soviética, y regresó con una redoblada inclinación por el alcohol, ese era el alias con el que secretamente lo identificábamos sus oficiales. Pero públicamente lo llamábamos el mayor Osmany, en alusión a su grado militar y su seudónimo.
Presumía de beberse los tragos de un solo golpe. Según él, esa era una tradición rusa que venía de las trincheras de la guerra, donde, con un solo vaso, tomaban todos. De ahí la necesidad de que cada cual lo hiciera de un golpe, para que los fluidos de la boca no regresaran al vaso.
Los jefes del mayor Osmany conocían de su devoción por empinar el codo, por lo que, a pesar de su pedigrí moscovita, había sido relegado a un puesto de menor categoría para su educación de élite. Era el jefe de la sección de contrainteligencia en el municipio 10 de Octubre, de La Habana, un puesto considerado de tercera en la escala de poder del Departamento de Seguridad del Estado.
Un poco en broma y otro poco en serio, se decía que para lo único que servían las secciones municipales de la contrainteligencia era para borrar los carteles contra el gobierno -que amanecían a diario pintados en las paredes y en los muros de la ciudad-, y para recoger, cual empleados de comunales, los millares de octavillas antigubernamentales, lanzadas en las calles por el descontento popular, durante la década de 1990.
Contaban los más viejos de la sección que uno de los compañeros de juerga de “el borracho de Lubianka”, el capitán Tito Márquez, era adicto al aguardiente de caña. Él era el jefe de Operaciones en Villa Marista, un grupo que se encargaba de ejecutar las órdenes de detenciones en el cuartel general de la Dirección de la Contrainteligencia cubana, en el reparto Sevillano.
Su lugar preferido de francachelas era el palacio de los matrimonios de la Víbora, ubicado en la calle Mayía Rodríguez, cerca de Villa Marista. Las borracheras y parrandas eran habituales. La bebida, y los mejillones para picar, que en aquel entonces no se adquirían con facilidad en esos lugares, nunca faltaban en la mesa de estos oficiales.
Las situaciones más delicadas, como los despachos con sus subordinados para atender los asuntos de la Seguridad del Estado en el municipio, estaban amenizadas por el buen carácter con que la bebida dotaba al mayor Osmani.
Y aunque con la severidad que el momento ameritaba, las órdenes para pinchar un teléfono, interceptar una correspondencia, colocar un micrófono, o simplemente para detener a un sospechoso de haber pintado un cartel, o haber lanzado octavillas contra el gobierno, las dictaba el borracho de Lubianka con una sonrisa etílica y los ojos enrojecidos por una noche de juerga.
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