lunes, 4 de febrero de 2013


Lucas Garve
Cuba actualidad, Mantilla, La Habana, (PD) Hoy nos preguntamos muchas veces cuál es la lengua que hablamos. Interrogación que obedece como respuesta a las variantes del habla que escuchamos y empleamos en distintas ocasiones.
Así, puede resultar que de una persona adulta y desconocida para mí reciba un trato de señor, compañero, mientras para un niño de doce años y para un adolescente y hasta para un joven el trato que me dispense sea de puro, que significa el apelativo dado a alguien que rebase los cincuenta años, equivalente a padre o abuelo.
El nieto de doce años me anuncia al abrir la puerta con un "llegó abuelo" o aquí está mi abuelo". Pero minutos más tarde, en tono jocoso, al intercambiar con él sobre sus actividades juveniles escolares y extraescolares, utiliza el apelativo de puro para significar que emplea un tono más coloquial, más cercano a la confesión de un hecho que con cierta picardía, solamente a mí se atreve a decirme.
Así se establece la comunicación más real, transparente. Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones, entre dos hablantes cualesquiera notamos efectivos modismos y frases que esconden la verdadera significación del mensaje porque lo explícito, lo que pugna por decirse, está amenazado por las circunstancias posibles que desencadena la represión del que habla.
Hay muchos temas tabúes aún en Cuba. Quedan todavía áreas de silencio que todavía no han sido satisfechas con vocablos existentes en nuestra lengua, pero que por causas de imposiciones políticas están condenadas a no hacerse explícitas.
Evidentemente, si no hay una verdadera libertad de expresión, no puede existir un empleo amplio y real del lenguaje a la hora de expresarse. Ni pueden tener los hablantes un manejo adecuado de toda la riqueza léxica de nuestro idioma.
Por consiguiente, el uso frecuente de consignas vacías, de frases hechas, sustituye en muchas ocasiones al lenguaje franco y sencillo de quien no tiene miedo de expresar lo que siente en realidad ante fenómenos de cualquier tipo que necesite transmitir a un interlocutor.
Nuestra lengua no se ha empobrecido, como muchas personas opinan. La lengua que usamos se ha restringido a temas que nos atan a la emergencia de la cotidianeidad, al hecho diario y muchas veces intrascendente que nos obliga a quedarnos en esa hora 24 y a no mirar al horizonte.
No llegaremos a ser una verdadera nación si no ejercemos el derecho a expresar lo que sentimos, queremos, deseamos, para nuestro bien y para nuestro futuro. Sin eliminar esas áreas de silencio que aún nos ocultan un panorama que también es nuestro por derecho propio y por haber nacido en este territorio.
Mientras no hablemos de nuestros verdaderos problemas, los que pesan sobre los habitantes de nuestros hogares, de nuestras comunidades, de nuestros poblados, cada uno con sus diferencias, enfocados en las diversidades que nos particularizan, repito, no constituiremos una nación inclusiva.
En tanto no dejemos de usar términos excluyentes, discriminatorios, ofensivos sobre el carácter y la personalidad de los demás, no estaremos en el camino apropiado para constituirnos en una nación.
Porque hoy en este siglo XXI, cumplido ya su primer decenio, no servirá más un lenguaje formal y redundante para identificar al individuo, al sujeto, al ciudadano con lo que se pretende conformar como nación.
Entre todos tenemos que lograrlo. Será difícil hablar un mismo lenguaje, porque las formas de pensar son diversas, pero en la diversidad pudiéramos hallar una frecuencia que se ajuste a la sintonía imprescindible para el logro de la comprensión necesaria. Es entonces urgente encontrar el medio de diseñar la nación que queremos mediante un lenguaje nuevo, porque el tiempo se acaba.
Para Cuba actualidad: garvecu@yahoo.com

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