jueves, 7 de febrero de 2013

Infolatam
Madrid, 7 enero 2013
Por CARLOS ALBERTO MONTANER

Chávez, los Castro, y la inútil selección del heredero

Hugo Chávez y los hermanos Castro sabían que las posibilidades de
supervivencia del venezolano eran casi nulas y comenzaron a preparar
el postchavismo desde el verano del 2011. Tratarían, claro, de curar
al locuaz teniente coronel, pero desde que los médicos advirtieron la
clase de cáncer que padecía –un agresivo y raro rabdomiosarcoma–, la
gravedad y extensión de la metástasis, y lo tarde que había llegado al
quirófano, nadie se hacía ilusiones.

Salvo que ocurriera un milagro, Chávez estaba condenado a morir a
corto plazo. Por eso ocultaron la información médica y manejaron la
crisis con total secretismo. No se trataba de un capricho. Era una
forma desesperada e incómoda de control político. Resultaba vital
mantener la ilusión de que Chávez se salvaría para que no se desataran
las ambiciones dentro de la inquieta tribu de los presuntos herederos.

Para los cubanos, era esencial dormir a todos los venezolanos, pero
muy especialmente a los chavistas, con el objeto de poder controlar y
manejar la transmisión de la autoridad en Caracas, de manera que no se
les escapara el enorme subsidio venezolano, calculado en diez mil
millones de dólares anuales por el Instituto de Estudios Cubanos de la
Universidad de Miami. El argumento invocado, naturalmente, no sería
ése, sino “la necesidad de salvar la revolución bolivariana”.

En agosto del 2012, los Castro, y los médicos dedicados a atender a
tan delicado paciente, convinieron en que el desenlace podría
precipitarse y no había garantía alguna de que Chávez pudiera llegar
en forma física y mental razonable a las elecciones presidenciales de
diciembre (lo que resultó exacto), así que adelantaron los comicios al
7 de octubre. Esos dos meses eran cruciales.

En ese momento ya los Castro tenían muy claro que el mejor sustituto
de Chávez, desde la perspectiva de los intereses cubanos, era Nicolás
Maduro. Era un hombre razonablemente inteligente, o al menos palabrero
y memorioso, capaz de armar vistosos sofismas históricos, como les
gustan tanto a Fidel como a Hugo. Era dócil, obediente, y se
subordinaba, como Chávez, a la supremacía moral e ideológica del
castrismo. Parecía ser un discípulo atento y disciplinado.

Además, como suele ocurrir muchas veces en el mundillo político, para
los Castro, una de sus ventajas comparativas era la indefensión.
Nicolás Maduro no fue parte del intento de golpe de 1992. No tenía
raíces en el ejército. No controlaba al Partido Socialista Unido de
Venezuela, y ya ni siquiera era miembro de la Asamblea Nacional. En
realidad, su único asidero en el poder era el respaldo de un Chávez
agonizante y el apoyo de los cubanos.

Los Castro, que tienen instinto para la maniobra y una capacidad
asombrosa para desplumar a sus aliados, pensaron que, de la misma
manera que Hugo Chávez encontró en Cuba una fuente esencial de
sustento estratégico, iniciativas internacionales e información sobre
amigos y enemigos, Nicolás Maduro, dada su debilidad dentro de los
grupos de poder venezolanos, repetiría el mismo esquema de dependencia
emocional y política.

Por supuesto, dentro de la sociedad venezolana, incluso dentro del
chavismo, hay muchas personas, y algunas de ellas con mando, que no
ven con buenos ojos la arrogante injerencia cubana en los asuntos del
país. Les resulta inconcebible que una pobre y atrasada isla del
Caribe, seis veces más pequeña, con menos de la mitad de la población,
pésimamente administrada por una dinastía familiar-militar desde hace
54 años, que trata de cambiar su modelo económico porque sabe que es
un desastre, a la que hay que subsidiar copiosamente para que no
colapse, gobierne a los venezolanos y elija al heredero de Hugo
Chávez. Jamás se había visto un despropósito semejante.

Pronto los Castro van a comprobar cuán difícil es controlar el destino
de otra nación, a menos de que la ocupen militarmente, algo
absolutamente impensable. Será entonces cuando entenderán el
significado profundo de la desconsolada frase pronunciada por Bolívar:
“he arado en el mar”. Lo probable es que, tras el entierro de Chávez,
pese a todos los desvelos para controlar al sucesor, ocurra lo mismo
con el subsidio venezolano. No tardará en ser un recuerdo.









El comunismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia,
la prédica de la envidia, y su virtud inherente es la distribución
igualitaria de la miseria".
Sir Winston Churchill

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