martes, 5 de febrero de 2013


Papelitos se los lleva el viento

 | Por Leonardo Calvo Cardenas
LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org -Durante varias semanas he venido monitoreando la sección “Papelitos hablan” que cada jueves en la tarde ocupa un espacio en la revista informativa Hola Habana del Canal Habana de la televisión nacional (completamente estatal), lo cual me ha permitido comprobar una vez más, no sin pesar, que la hipocresía y la demagogia se han instalado sin remedio como patrones de conducta en esta sociedad enferma de hegemonismo y mentira institucionalizada.
En la mencionada sección el periodista José Alejandro Rodríguez se rasga las vestiduras con pose de indignado mientras da cuenta de las misivas que le envían los desesperados ciudadanos que son víctimas de todo género de injusticias y atropellos por la indolencia, desatención o inoperancia de las instituciones o entidades estatales encargadas de atender sus problemas e inquietudes.
Supongo que solo una ínfima parte de los ciudadanos y las familias en estado de desesperación e impotencia por no encontrar solución o, al menos adecuada atención a sus problemas, acuden al mencionado periodista como último recurso para intentar escapar a sus cotidianos sufrimientos. Cada jueves el compañero Rodríguez nos puede dar cuenta de un ciudadano a quien le han escamoteado arbitraria y vandálicamente su suscripción a un diario de circulación nacional y a quien no conceden explicación ni posibilidad alguna de reclamación, junto al caso de varias familias que viven con niños gravemente enfermos en muy deplorables condiciones habitacionales y reciben como única respuesta a sus reclamos la información de que en la ciudad no existe fondo de viviendas para atender casos tan críticos.
El periodista profundamente conmovido nos da cuenta de la anciana de ochenta y seis años quien, según sus propias palabras dedicó toda su vida a trabajar por la revolución y ahora, en delicado estado de salud, no encuentra a nadie capaz de viabilizar los trámites burocráticos destinados a activar el mecanismo del subsidio financiero para reparar su humilde y deteriorada vivienda. Así serían infinitos los ejemplos de desamparos, desmanes, inexplicables desastres administrativos e injusticias que desfilan ante nuestra presencia en los pocos minutos que dura la sección.
En cada emisión el compañero Rodríguez hace catarsis y nos regala un conmovedor sermón contra la indolencia y la falta de sensibilidad que aumentan las penurias y traumas de los ciudadanos que sufren desventaja o desamparo, pero no se atreve a mencionar al verdadero culpable o responsable de la atrofia estructural y administrativa que resulta muy efectivo en el discurso demagógico-paternalista y totalmente ineficaz para brindar soluciones idóneas a los graves problemas sociales que agobian a un segmento considerable de la población.
Esta práctica es bien socorrida entre algunos profesionales de la información en Cuba; adoptan poses críticas para describir los problemas que todos conocemos, sin embargo nunca atienden ni buscan las causas estructurales ni súper estructurales que impongan su cuota de responsabilidad a un estado que controla hasta los más ínfimos resquicios de la sociedad. Para estos quijotes mediáticos de la crítica hueca, el gobierno tiene todo el poder y control, pero las culpas de la disfunción social, que sufren sobre todo los ciudadanos más humildes, se diluyen en el viento como frágiles pompas de jabón.
El compañero Rodríguez debe señalar al estado cubano, enfermizamente centralizado, como el responsable de las altas cotas de desamparo, pobreza visible, indigencia creciente y enormes desigualdades sociales. Tantas organizaciones políticas y de masas bien entrenadas como canal de la impuesta fidelidad política, pero que nada pueden hacer para atender las necesidades y urgencias de los ciudadanos.
No se pregunta el conmovido periodista cómo un gobierno puede estar al tanto de las necesidades médicas del último damnificado haitiano o pakistaní, o preparar en dos días un contingente médico para asistir a las víctimas de un huracán en el país más rico del mundo, y no cuenta con el simple mecanismo que atienda y asista nuestros casos sociales de alta sensibilidad.
¿Cómo es posible que un gobierno que ha logrado sostener varias guerras irregulares y de posiciones en distintos escenarios del planeta y ha atendido las urgencias de los discapacitados en los más recónditos rincones del continente pueda abandonar a su mala suerte a tantos desamparados y necesitados en su propio país?
El derrumbe del modelo de estatismo paternalista, que ha disparado el costo de la vida y caotizado el poder adquisitivo, ha dejado a muchos ciudadanos en un estado de pobreza y desamparo todavía no reconocido oficialmente, incluso todavía alcanzamos a escuchar la cínica afirmación de que “el estado revolucionario no deja a nadie desamparado”, pero no se han activado mecanismos administrativos y sociales para asistir digna y eficientemente a ese segmento creciente de la población, que no puede afrontar los rigores de la realidad socioeconómica actual.
Ahora mismo son sobre todo personas de la tercera edad, familias numerosas de muy bajos ingresos o con algún miembro discapacitado, los que enfrentan la mayor cuota de desventaja y desamparo ante el desinterés e inoperancia de las autoridades y la plañidera conmoción del compañero periodista.
Este periodista, sus colegas y todos los cubanos nos damos perfecta cuenta que, más allá de los discursos populistas, a las autoridades cubanas poco les importan las penurias y traumas de sus ciudadanos. No hay ningún opositor que no esté debidamente vigilado y “atendido” por las fuerzas represivas y los engrasados mecanismos de control y delación, estructuras que por cierto consumen bastantes recursos de esta colapsada economía.
Un solo ejemplo da cuenta clara de la indolencia criminal que estos periodistas no tienen la honestidad de reconocer abiertamente: hace algún tiempo conocí del caso de una mujer gravemente enferma de diabetes, hipertensión y ciclemia, que expulsada arbitrariamente de su casa materna por sus familiares vive de favor en los servicios sanitarios de un mercado agropecuario de la capital. Las autoridades encargadas de la vivienda reconocen sus derechos pero no hacen nada para que los ejerza, no dan solución alguna a su problema y la pobre mujer solo cuenta con atención y medicamentos cuando está hospitalizada.
A pesar de todo, esto la sufrida protagonista de nuestra historia fue incluida en la lista de los indigentes que fueron forzosamente recogidos de las calles cuando se produjo la pasada visita papal. Solo la airada oposición de los vecinos y trabajadores por cuenta propia del lugar impidieron que esta señora fuera arrastrada y escondida, como un traste que afea el ornato público.
Estos periodistas que con su demagogia contribuyen a la cotidiana burla que sufre nuestro pueblo deben tener el valor de reconocer que la desidia y la indolencia que tanto los conmueve tienen nombres, apellidos y poder político, si no poseen el valor de llamar a las cosas por su nombre y a los culpables por sus apellidos bien harían en incorporarse al coro de apologetas que canta cotidianas loas a la mentira tantas veces repetida, o en su defecto tener el decoro de callar por pudor.

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