viernes, 31 de enero de 2014

Conversación entre una opositora y un coronel

Conversación entre una opositora y un coronel

Extraña necesidad de comunicarse, les propició la posibilidad de intercambiar opiniones sobre la dura realidad cubana

coronel sin caraLA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -No importa si se llama Armando, Pedro, o Juan. Tampoco si somos o no amigos. Lo importante es que, por esas cosas raras que tiene la vida, mi vecino el coronel y yo conversamos brevemente hace unos días, cuando nos encontramos, uno frente al otro, a la entrada de mi casa. Él, con un viejo abrigo y una bufanda descolorida doblada en el cuello, al parecer de los países ex soviéticos. Me pregunté entonces en qué tienda se podrían comprar aquí abrigos y bufandas para los ancianos de a pie, en estos meses fríos de principios de año.
La necesidad de hablar por vez primera, desde que nos vemos casi a diario, se hizo evidente. Todo comenzó con la mala calidad del pan que compramos en el mismo local de la calle 17, en el reparto El Roble, de Santa Fe, localidad del oeste habanero.
-Es que se roban la grasa –dije yo.
-Hasta la sal –agregó el coronel.
Rompen el muro de Berlín
Luego conversamos sobre asuntos de los cuales él pudo haberse arrepentido después, pero que yo aproveché para nutrir esta crónica, porque entre una opositora del gobierno y un coronel, aunque retirado, no surge una conversación tan espontánea así como así, en plena calle, una tarde fría de enero.
-Lo que me pregunto es cómo se hará para acabar con el robo generalizado –expuse yo, con cara de ingenua.
-Es difícil. El problema lleva ya mucho tiempo -precisó el coronel-. En mi pueblo, allá por los años cincuenta, un ladrón era una cosa rara. La policía sólo se ocupaba de los borrachos y de los revolucionarios.
-También apenas había borrachos –dije-. Qué tiempos aquellos.
De esa forma nos lanzamos al análisis de la realidad cubana. Él no defendió (como yo esperaba) el “nuevo modelo económico” de Raúl Castro. Por momentos, hasta me pareció que lo ponía en dudas, cuando dio a entender que hasta ahora no se veían los buenos resultados.
Al preguntarle qué rumbo tomar entonces, apretó los labios, miró a lo alto del cielo y exclamó:
-Yo no creo en Dios. Pero si Dios existe, él debe saberlo.
Yo sonreí. ¿Fue un chiste lo suyo? ¿Una respuesta patética? No lo supe entonces y mucho menos hoy. Casi al instante continuó:
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Represión contra las Damas de Blanco
-Todo comenzó a empeorar cuando los soviéticos echaron por la borda a Stalin y luego Gorbachov le dio el tiro de gracia a Lenin, para que los rusos nos quisieran cobrar una deuda imposible de saldar.
-¿Y el socialismo del siglo XXI? –le pregunté-. ¿Implica eso que habrá libertad ciudadana? Al parecer en Cuba no la hay. Hace poco, un ministro dijo que aquí nunca se permitirán partidos políticos en las elecciones. ¿No le parece que ese ¨nunca¨ es algo muy arriesgado en estos tiempos? Nunca se sabe lo que pasará mañana.
-Es posible que tenga usted razón. El panorama puede cambiar, todo cambia en esta vida. Las esperanzas nunca deben perderse, ni aún en ruinas debemos pensar que no hay nada más que hacer. Pero hay algo que molesta y es la culpa que tiene el pueblo de lo que pasa.
-El pueblo está cansado –dije, interrumpiéndolo-, está agotado, sin esperanzas. Son muchos los años de dictadura.
La palabra ¨dictadura¨ lo hizo volver a su realidad. Frunció el ceño, contrajo el rostro, hizo un ademán como para partir sin despedirse… O tal vez fue el aire frío de la tarde, en esos momentos más intensos, que lo obligó a vernos tal cual éramos: un anciano quizás un poco menos fiel a las tres estrellas sin ramitas de coronel que guarda en un closet, y una anciana que piensa lo que dice, porque no tiene nada que ocultar.

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