Fin del aislamiento. ¿Y ahora qué?
¿En qué escenario el régimen se ha sentido más cómodo reprimiendo? ¿En condiciones de aislamiento o de integración?
Después de cumbres, omisiones, humillaciones y pactos inútiles, la comunidad internacional parece haber abandonado toda esperanza de influir en la apertura de un proceso democrático en Cuba, y ahora se centra en los supuestos beneficios del pragmatismo de Raúl Castro.
Quienes antaño, por justificadas razones, rechazaron establecer negocios con la Sudáfrica del apartheid o elogiar en público la política económica de la dictadura de Pinochet, ahora regatean amistades con el régimen cubano. Admitámoslo. Estamos ante un escenario de hechos consumados. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? De la mano invariable de los radicales de la "integración".
Forjar mecanismos de diálogo, trabajar con todas las partes del conflicto y aprovechar los foros multilaterales para influir en los destinos de la Isla sigue siendo un objetivo reivindicable. No así ofrendarle la presidencia de la CELAC a la familia que gobierna desde hace 55 años, ni permitirle, después de la "plena integración", que siga abusando impunemente de los cubanos.
Unas preguntas ayudarían a entender el disparate fomentado por la comunidad internacional en estos últimos años. ¿En qué escenario el régimen cubano se ha sentido más cómodo reprimiendo? ¿En condiciones de aislamiento o de integración?
Ni colocar al único dictador de Occidente al frente de la CELAC, ni tenderle la alfombra roja hacia la OEA, sin mérito alguno para ello, ha contribuido a la mejoría de los derechos humanos en la Isla. La única debilidad mostrada por Raúl Castro —la excarcelación de disidentes de la Primavera Negra— fue resultado del martirio del preso político Orlando Zapata Tamayo en 2010, y no del oportunismo de la Iglesia Católica ni del apaciguamiento del Gobierno español.
Tampoco puede decirse que las tímidas reformas económicas hayan sido estimuladas por tales interacciones. Porque, como ya se ha comprobado, solo buscan la supervivencia del régimen y no han sido diseñadas para colocar al país en la senda del progreso.
Con sus actitudes, la comunidad internacional da carta de naturaleza el capitalismo de Estado implantado por el raulismo, sin libertades políticas, económicas o sociales. La rendición de América Latina y Europa hará un escaso favor a la etapa histórica que se avecina. Si las razones biológicas por venir conducen a cambios en el poder, los herederos del castrismo asumirán el Gobierno sin presiones para democratizar el país. Porque, desde ahora, los talibanes de la integración las han ido desmontado una a una.
Sin reglas claras del juego, sin firmeza y sin principios democráticos, los nuevos dueños del país implantarán —en el mejor de los casos— una especie de putinismo tropical. Y como efecto colateral, la indecencia política de Europa y América Latina va a producir un endurecimiento (justificado) en sectores ideológicos moderados, como la incipiente socialdemocracia cubana. Además, podría obligar a replantearse, a quienes históricamente han cuestionado el embargo, si este es el mejor momento para eliminarlo. No lo parece, al menos sin contraprestaciones a la vista.
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