Nostalgia por La Quinta de los Molinos
Tras su remodelación por la Oficina del Historiador de la Ciudad, ya no tiene sus puertas abiertas a quien desee entrar. Un guardia en la puerta regula el acceso.
martes, octubre 28, 2014 | Orlando Freire Santana | 2 Comentarios
LA HABANA, Cuba -La Quinta de los Molinos, ubicada en la avenida de Carlos III, en el municipio Plaza de la Revolución, con abundante flora, constituye un sitio ideal para disfrutar de aire puro.
Sin embargo, actualmente, la única forma de asistir a la Quinta es mediante las denominadas “visitas dirigidas”. Hay que coordinar con los directivos de la instalación y exponer los motivos de la visita. Y por supuesto, tienen prioridad las instituciones gubernamentales por encima de los ciudadanos de a pie.
Desde 1835 y hasta el fin de la colonización española, funcionó como Casa de Verano de los Capitanes Generales que gobernaron la isla. Más tarde, en 1839, se fundó allí el primer Jardín Botánico Nacional. Y hacia 1899, con el arribo de los mambises a La Habana, fue la residencia del Generalísimo Máximo Gómez.
Los niños de mi generación encontraron en la Quinta de los Molinos un lugar de sano esparcimiento. Las puertas de la instalación siempre estaban abiertas, y los infantes admiraban las variedades de arbustos, contemplaban los estanques llenos de peces, además de disfrutar de una aceptable oferta gastronómica.
Pasó el tiempo, pero aún podíamos llevar a nuestros hijos a las actividades infantiles que se celebraban los fines de semana, así como visitar el Museo Máximo Gómez, que atesoraba pertenencias del viejo mambí. Sin embargo, un buen día llegó a la Quinta de los Molinos el señor Eusebio Leal, con su equipo de la Oficina del Historiador de la Ciudad, y mandó a parar.
El lugar fue sometido a una remodelación general. Permaneció cerrado durante varios años, y al reabrirse nos asaltó una doble impresión: desde afuera parecía más bonito, pero ya no nos pertenecía. Colocaron a un custodio en la puerta, que solo permite el paso de los estudiantes de una filial universitaria radicada en el interior de la Quinta.
Cuando comentamos con algunas personas acerca de lo sucedido, no es el asombro, precisamente, lo que se apodera de ellas. Es cierto que la Oficina del Historiador restaura y reconstruye. Una prueba de ello es el Casco Histórico de La Habana Vieja. Sin embargo, el resultado final no siempre beneficia al cubano de a pie.
Innumerables, por ejemplo, han sido las quejas de la población por el cierre al público del Parque Maceo, situado en la intersección de las calles San Lázaro y Belascoaín. Después que la tropa de Leal llegó al lugar y lo restauró, lo cercaron e impiden que las personas acudan a sentarse en los bancos del parque para disfrutar de la brisa que llega del malecón habanero.
Algo parecido aconteció en el Barrio Chino de La Habana. Allí existía un establecimiento que ofertaba dulces finos a buen precio, al alcance del bolsillo del cubano promedio. Pero, una vez que las dependencias del Barrio Chino pasaron a la Oficina del Historiador de la Ciudad, desapareció esa dulcería. Crearon otra, con los mismos dulces, pero mucho más caros.
Volvamos a la Quinta de los Molinos de antes. Habrá quien la prefiera como está ahora, tras su remodelación. Yo, en cambio, añoro la Quinta de mi niñez, cuando nadie tenía que pedir permiso para acceder a sus bondades.
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