sábado, 31 de enero de 2015

Delfín Prats: el silencio corrosivo


El poeta vive en una rústica casucha, a 8 kilómetros de Holguín. A finales de los 60, su libro “Lenguaje de Mudos”, fue recogido y destruido. Enviado a las UMAP por homosexual, en 1971 lo parametraron. No le permitieron ejercer como traductor. Hoy, prefiere guardar silencio y seguir en su caserío, con su gato

silencio corrosivoLA HABANA, Cuba. — Delfín Prats ha dicho que el secreto para cocinar con leña es hacerlo mientras se apagan lentas las brasas, y se declaman, en el idioma en que fueron originalmente escritos, los versos de los grandes poetas rusos.
Eso le ha servido también de método infalible para evitar morir de tristeza.
Delfín Prats vive en una rústica casucha de tablas, en un caserío a 8 kilómetros de Holguín. Su única compañía es un gato desolado y cómplice. Su pertenencia de más valor es un pequeño radio de pilas.
Su piel curtida por el sol oriental, el tizne en las manos y la mirada de quien ya no espera nada, dificultan suponer su talla como poeta.
A finales de los años 60, su libro “Lenguaje de Mudos”, luego de recibir el Premio David, fue recogido y destruido por las autoridades. Como había sido enviado a un campamento de las UMAP por homosexual, en 1971 lo parametraron. Había estudiado ruso en la Unión Soviética, pero, a diferencia de otros escritores parametrados, no le permitieron ejercer como traductor.
En los años 80, trabajó como camarero en el restaurante El Patio. Hasta que se dio por vencido en La Habana y regresó a su pueblo. Escogió aferrarse a su tierra con el silencio estoico y corrosivo del perdedor a tiempo completo.
Delfin Prats en su refugio a 8 Kilometros de Holguín
Tal vez por lo que molesta ese tipo de silencio, los comisarios no se han decidido a reivindicarlo, como han hecho con otros represaliados del Decenio Gris, condenados al ostracismo por desviaciones ideológicas o sexuales, a los que han concedido, a modo de tardío desagravio, el Premio Nacional de Literatura.
Para consolar su honra, dicen que las contradicciones del pasado ya fueron superadas, y que sus trayectorias son las que corresponden a “intelectuales revolucionarios en tiempos de revolución”.
Pero Delfín Prats ha preferido guardar un silencio urticante y seguir allá en su caserío, con su gato, su radio, sus libros de poesía rusa y sus calderos tiznados.
De tan acostumbrado a resignarse, a Delfín Prats no debe haberle molestado más de la cuenta que desecharan su nominación para el Premio Nacional de Literatura y se lo concedieran a Eduardo Heras León.
De algún modo tenían que compensar a Heras por la homérica y gástrica tarea de antologar las decimas que escribió Antonio Guerrero en la cárcel, algo que vale mucho más para los comisarios que su buen desempeño al frente del Taller de Narrativa “Onelio Jorge Cardoso”, y ni hablar de “Pasos en la hierba”, que todavía debe causar ronchas a algunos chapeadores anticulturales.
Para consolarlo, chismear un rato, o simplemente por joder, Reinaldo Arenas sigue visitando en sueños, allá en Holguín, a Delfín Prats. La Tétrica Mofeta siempre se sienta en una esquina de la cama y reclama un vaso de té, y mejor si es con limón, si hay. Luego, con una mueca de asco, menea la cabeza y vuelve a repetir, con su acento cantarín: “No puedo con esta gente”.

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