“Yo no sé qué será lo que le echan a eso, que le da ese sabor medio ‘rancioso’, pero a mí tuvieron que pasarme hasta sueros… Por poco me voy pal otro lado”. “Parecemos conejillos de indias del experimento del gobierno”
viernes, enero 30, 2015 | Miriam Celaya | 3 Comentarios
LA HABANA, CUBA — Son casi las 9:30 am, hora de apertura del Centro Comercial Carlos III, y la gente se agolpa ante la puerta de entrada para estar entre los primeros en llegar a la carnicería, ubicada al final de la planta baja. Es uno de los pocos mercados donde se puede encontrar por estos días uno de los productos más económicos –o quizás debiera decir, menos gravosos– para los bolsillos de la mayoría de los cubanos: muslos de pollo, con un precio de 2,40 CUC por kilogramo.
Los clientes lo prefieren sobre otras ofertas porque aquí lo pueden adquirir a granel, lo que evita el peso añadido del hielo –uno de los trucos con el que los empleados suelen timar a los compradores–, además de la ventaja de que tienen menos piel y grasa que otras piezas. Muchos aspirantes a compradores son ancianos, cuya salud les impide consumir alimentos procesados industrialmente, o madres que buscan opciones aceptablemente sanas para alimentar a sus hijos pequeños. El año 2015 ha debutado bajo el mismo signo de miseria perniciosa que en Cuba parece ser una condena eterna.
Ante el mostrador encristalado se forma rápidamente la cola, pero el tiempo transcurre sin que aparezcan las ansiadas cajas plásticas en las que transportan los dichosos muslos de pollo hasta el estante de ventas. La gente comienza a impacientarse y a reclamar, mientras algunos pícaros aprovechan el bullicio para tratar de colarse en los puestos delanteros. Aumenta la batahola y los reclamos comienzan a tomar un cariz opositor. Hay consenso en señalar como culpable de la situación al gobierno, al que todos califican como autor del verdadero “bloqueo” que se vive al interior de la Isla, y menudean las críticas, no solo al desabastecimiento crónico y los elevados precios, sino a todo lo que no funciona, es decir, al sistema completo.
Un jefecillo aparece para tratar de poner orden y acallar las protestas. “Aquí no vamos a permitir comentarios políticos”, dice el hombrecito, pero nadie le hace caso y él opta por irse. No aparece ningún revolucionario intransigente que salga al paso de este enardecido conglomerado humano. Casi enseguida aparecieron los empleados de almacén, arrastrando las muy esperadas cajas de muslos de pollo y la cola se reordenó, pero la gente siguió despotricando.
“En este país solo puedes elegir entre morirte de hambre o envenenada con las porquerías que te venden”, comenta una señora septuagenaria, quien asegura que las hamburguesas que se amontonaban en una nevera cercana, al precio de 0,35 CUC la unidad, le habían producido una severa intoxicación unos meses antes. “Yo no sé qué será lo que le echan a eso, que le da ese sabor medio ‘rancioso’, pero a mí tuvieron que pasarme hasta sueros… Por poco me voy pal otro lado”. “Parecemos conejillos de indias del experimento del gobierno, pero lo jodido es que seguimos comprando esos inventos y no pasa nada”, añade un hombre mucho más joven que dice comprar allí el pollo para su negocio de comidas para llevar.
Por su parte, una mujer de apenas 30 años exclama lo que siente casi cada cubano: “¡Yo no sé cuándo llegará el día que uno no tenga que levantarse pensando en la puñetera comida!”.
Menudeaban en el grupo las anécdotas y hasta ciertas remembranzas traumáticas de los años 90’, que afectan todavía la psiquis popular y constituyen un fantasma nunca totalmente exorcizado de nuestras vidas, hasta que por fin comenzó la venta, se reorganizó la cola y los ánimos se fueron calmando a medida que los más recalcitrantes hacían su compra y se marchaban.
Estas escenas que se repiten a diario revelan la frustración y rencor acumulados en los cubanos comunes. El tiempo pasa mientras la mayor parte de las energías de la población se sigue destinando a tratar de garantizar los alimentos diarios, sin muchas más posibilidades, tal como si se tratase de una piara de cerdos salvajes en medio de un monte. La gente está harta de la humillante pobreza que sigue adherida a los cubanos como una costra, pero nadie espera que el gobierno haga nada para cambiar este estado de cosas ni se deciden a cambiarlas por ellos mismos. Las esperanzas más inmediatas de al menos mejorar la capacidad adquisitiva se cifra en el todavía hipotético comercio con EE UU. “Me imagino que las cosas serán más baratas si vienen de allá. Ahora hay que ver si ‘esta gente’ tiene con qué pagar”, dice un señor que parece muy versado en transacciones comerciales, costos de producción, fletes, etc.
Transcurrido prácticamente todo el mes de enero, en los comercios se mantiene el desabastecimiento típico de los primeros días del año, aunque algunos productos de gran demanda –como el muy popular picadillo de pavo, procedente de EE UU, entre otros– ya habían desaparecido de los estantes varias semanas antes de que finalizara 2014. En la carnicería del Centro Comercial Carlos III, reabierta pomposamente a bombo y platillo, y repleta de los más variados productos hace menos de un año, numerosas neveras están vacías y cubiertas con una cortina gris. En Cuba ningún comercio estatal es capaz de sostener la oferta que muestran en sus aperturas, una tendencia que igualmente afecta a no pocos comercios particulares.
Descontento, incertidumbre
El descontento popular es creciente y se manifiesta en cualquier sitio: en los mercados agropecuarios, en las tiendas, en las paradas de ómnibus, en las oficinas públicas, en los pasillos de los edificios multifamiliares cuando se encuentran dos o más vecinos. La mayoría de la población cubana siente el agobio de las permanentes carencias, la incertidumbre, la inflación y la ausencia de soluciones para los múltiples problemas que aquejan la vida cotidiana.
La epidemia de carestía ha incidido, a su vez, en un aumento de los precios de los cárnicos en las tarimas de los agromercados, donde ya esta semana el valor de la carne de cerdo se ha incrementado en cinco pesos más por cada libra –de 40 a 45 pesos en moneda nacional (CUP) –, en tanto se mantienen los precios elevados del resto de los productos del agro, algunos ya con una nueva ola alcista.
Sale un año y entra otro sin que se perciban mejorías en las condiciones de vida de los cubanos. Las conversaciones entre los gobiernos de Cuba y EE UU van para largo, y todavía no se avizora un horizonte muy prometedor para los “emprendedores” que constituyen hasta el momento la piedra angular de las transformaciones económicas que deberían remontar la crisis cubana. De hecho, los más atrevidos de ellos ya han elegido cuál será su próxima inversión: la vía que resulte más expedita para escapar lo antes posible de Villa Castro.
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