Hugo Byrne
hugojbyrne@aol.com
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LOS DESERTORES
Por Hugo J. Byrne
Dos veces he corrido en mi vida tratando de poner distancia entre un peligro mortal y mi persona. La más reciente fue hace más de cuarenta años, ante la carga de un puerco salvaje. Éste ya tenía dentro el plomo que lo ultimara unos segundos más tarde, pero yo no lo sabía y no me quería convertir en tasajo. La otra ocasión fue hace casi sesenta años, en la calle San Lázaro, frente a la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana. Garantizo al lector que ya no lo haré más. La razón es evidentemente simple: ya no puedo correr.
Aclaro esto para enfatizar que nunca fui “come-candela”, a pesar de la noción errónea que puedan tener mis amigos compatriotas contemporáneos (quedan algunos vivos). No es que nunca haya caído en la tentación del alarde, pero alardear de ser “bad ass” es objetivamente de mal gusto, pues perro que ladra no muerde.
Desertar es harina de otro costal. Nunca he desertado de nada y nunca lo haría sin importarme consecuencias personales. Desertar equivale a renegar un contrato sagrado. Un contrato moral. Para un servidor, la palabra empeñada a la patria es no sólo un contrato moral, sino una tradición de familia. Uno de los momentos de más emoción de mi vida fue cuando juré fidelidad a la bandera de Cuba. Hasta ese instante me debatía entre emociones contradictorias. Sufría entonces una inmensa pena por causas que no atañen describir aquí. Tomar una alternativa dolorosa entre opciones morales es un acto simple, pero nunca fácil.
Fue una inolvidable sorpresa. Nos disponíamos a firmar un contrato legal como voluntarios al Ejército de Estados Unidos. De repente nos encontramos ante la Estrella Solitaria. No lo esperábamos. ¿Iniciativa propagandística de algún oficial de inteligencia en Washington? ¿Parte de la carnada para caer bajo el control de la administración Kennedy? No lo sé y a los efectos de estas cuartillas, ya no me importa.
Lo que me importa es mi singular voluntad de servir a esa bandera y lo que ella representa, entonces y ahora. Dejar de hacerlo equivale a la deserción y entre ella y la muerte, escogí la segunda.
Habiendo aclarado eso, estudiemos el caso del sargento del U.S. Army, Bowe Bergdahl, quien ha sido formalmente acusado por las autoridades castrenses de abandonar su puesto en el frente de Afganistán. Bergdahl fue casi inmediatamente capturado por las fuerzas del Islamismo terrorista y mantenido como rehén de las mismas durante más de cinco años.
Su caso ha recibido considerable atención de la prensa, especialmente por haber sido liberado mediante un canje de prisioneros entre el “Talibán” afgano y la Casa Blanca. Este sargento acusado de deserción, fue puesto en libertad por sus captores a cambio de cinco líderes de “Talibán”, todos jerarcas importantes del terrorismo musulmán capturados durante la comisión de crímenes brutales contra la humanidad.
El canje, no solamente fue aprobado por la Casa Blanca, sino que los padres de Bergdahl fueron invitados a una ceremonia televisada en el “Rose Garden” y abrazados por Obama. El padre de Bergahld, usando barba a la usanza musulmana para la ocasión, también hilvanó una frase en el idioma de los captores de su hijo. No se recuerda en la historia de Estados Unidos un homenaje semejante a un soldado sospechoso de deserción.
Todos sus compañeros de servicio en la unidad a la que pertenecía en el Ejército, acusan a Bergdahl de deserción y agregan que otros seis soldados perdieron sus vidas en su búsqueda. El Ejército ahora concuerda con ellos. Ninguno de esos camaradas muertos durante la búsqueda, verdaderos héroes Americanos, recibió agasajo alguno del Ejecutivo.
Aunque en este país por suerte todo acusado es inocente hasta que se pruebe su culpabilidad, todo parece indicar que Bergdahl efectivamente cometió deserción. Sin embargo, no es el único desertor. Veamos.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Legua Castellana (Espasa Calpe edición de 2006) presenta como segunda definición de “desertar”: “Abandonar las obligaciones o los ideales”. Este trabajo está escrito en castellano y a ese idioma me remito para expresar todas las ideas en él.
¿Abandonaba sus obligaciones el presidente Obama con el cuento de que nadie se vería forzado a cambiar su plan de salud o su doctor con el nuevo seguro forzoso? Si la respuesta es afirmativa, ese acto se llama deserción, en castellano.
¿Abandonaba sus obligaciones al interferir en investigaciones criminales que no son de la competencia del poder ejecutivo de acuerdo a la constitución? Si la respuesta es afirmativa, ese acto se llama deserción, en castellano.
¿Abandonaba sus obligaciones permitiendo a uno de los miembros más importantes del gabinete ejecutivo mezclar información oficial con privada, desglosándola y eliminándola a su sola discreción y arbitrio? Si la respuesta es afirmativa, ese acto se llama deserción, en castellano.
¿Abandonaba sus obligaciones el Fiscal General Eric Holder rehusando entregar documentación legal al Congreso de Estados Unidos al extremo de ser declarado en desacato a dicho organismo legislativo? Si la respuesta es afirmativa, ese acto se llama deserción, en castellano.
¿Abandonaba sus obligaciones legales el Departamento de Justicia de Estados Unidos apañando actos ilegales contra instituciones legítimas por motivos políticos y protegiendo a los perpetradores? Si la respuesta es afirmativa, ese acto se llama deserción, en castellano.
En los dramáticos tiempos que corren el capítulo de las deserciones se ha vuelto muy voluminoso en Estados Unidos. Quizás la abundancia material y la vida fácil de nuestra existencia colectiva nos hacen proclives a la deserción moral y a otros vicios que no competen en este contexto.
Sin embargo, los americanos de origen cubano tenemos una ventaja emanando de nuestra difícil historia. Martí, quien nunca ahorró palabras al expresar sus más profundos y morales aforismos, sentenció a la posteridad: “De la patria puede tal vez desertarse, pero nunca de su desventura”.
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