Día domingo, mayo 25, año 2015. Una de la tarde.
Le entrego el teléfono a Arturo Rojas con la intención de que haga unas fotos para la prensa y se comunique con mi amigo Reinaldo Escobar. Yo soy muy conocido entre los esbirros de la policía política y siempre me apresan al comienzo de la operación sin que pueda hacer mucho para divulgar información. La prensa internacional acreditada en la isla no se atreve a acercarse donde hay represión, los periodistas independientes que Raúl quiere eliminar estamos obligados hacer el trabajo de la prensa en general.
Termina la reunión en el parque Gandhi. Hoy no han asistido ni Rodiles, ni Moya, ni Roca, a los tres los han arrestado desde las primeras horas de la mañana. Berta esta para el exterior.
Salimos por la calle 26 rumbo a la parada de 28 y tercera. Los rayos del sol caen perpendiculares sobre las aceras. El calor hace sudar los cuerpos. Los activistas hombres se adelantaron seguidos del grupo de Damas de Blanco, las dos paradas estaban vacías.
Camine por el borde de la vía sin quitarle la vista a mi hermana que va delante. Todo parece normal pero de pronto se convierte en una vorágine de ruidos de autos y chirridos de gomas pegadas en el pavimento. Primero aparecen los autos de civil. Dos de ellos se detienen a mi lado y se tiran hombres como fieras enfurecidas. Uno de los sicarios castristas me toma del brazo izquierdo, le tiemblan las manos, no miro, no me interesa verle el rostro. Todos son esbirros.
Le entrego el teléfono a Arturo Rojas con la intención de que haga unas fotos para la prensa y se comunique con mi amigo Reinaldo Escobar. Yo soy muy conocido entre los esbirros de la policía política y siempre me apresan al comienzo de la operación sin que pueda hacer mucho para divulgar información. La prensa internacional acreditada en la isla no se atreve a acercarse donde hay represión, los periodistas independientes que Raúl quiere eliminar estamos obligados hacer el trabajo de la prensa en general.
Termina la reunión en el parque Gandhi. Hoy no han asistido ni Rodiles, ni Moya, ni Roca, a los tres los han arrestado desde las primeras horas de la mañana. Berta esta para el exterior.
Salimos por la calle 26 rumbo a la parada de 28 y tercera. Los rayos del sol caen perpendiculares sobre las aceras. El calor hace sudar los cuerpos. Los activistas hombres se adelantaron seguidos del grupo de Damas de Blanco, las dos paradas estaban vacías.
Camine por el borde de la vía sin quitarle la vista a mi hermana que va delante. Todo parece normal pero de pronto se convierte en una vorágine de ruidos de autos y chirridos de gomas pegadas en el pavimento. Primero aparecen los autos de civil. Dos de ellos se detienen a mi lado y se tiran hombres como fieras enfurecidas. Uno de los sicarios castristas me toma del brazo izquierdo, le tiemblan las manos, no miro, no me interesa verle el rostro. Todos son esbirros.
Después de los autos de civil le siguieron los carros jaulas y los autos policiales, y por último los ómnibus. El esbirro que me había tomado del brazo me empujaba hacia la bataola donde los uniformados de la policía arremetían con ferocidad contra damas y activistas. Delante de mi tres policías uniformados y uno de los esbirros proyectaron al corpulento Aurelio Andrés González contra el pavimento. Dos de ellos casi encaramados en su espalda y torciendo sus manos lo presionaban de cabeza contra el costado de uno de los ómnibus, mientras otro le golpeaba con el puño por el abdomen debajo del costillar derecho.
Haciéndome chocar entre la gente de uniformes y civil el esbirro me desplazaba por dentro de todo aquel desastre de “revolución” y de sus “revolucionarios”.
Haciéndome chocar entre la gente de uniformes y civil el esbirro me desplazaba por dentro de todo aquel desastre de “revolución” y de sus “revolucionarios”.
Otro señor grueso de barba blanca fue tomado por el bajo de los pantalones y proyectado también contra el pavimento. Los militares de la brigada especial le doblaron la cabeza como si fuera a besar la tierra. No pude ver más. Dos policías me alzaron casi en peso y a empellones me subieron a un carro jaula que estaba detenido en medio de la calle. A Aurelio y al señor de la barba blanca también los subieron a empujones y golpes después de mí. Veía al barbudo delante de mi respirar con dificultad. Un ronquido anormal como de bufidos de un carnero degollado dejaba escapar de su pecho. Por unos instantes creí que se iba a infartar pero luego me percate que el hombre tenía hecho una traqueotomía y respiraba a través del orificio abierto a nivel de la glotis y por eso le hacía incrementar el sofoco.
La puerta del carro jaula se abre de nuevo y delante de mis pies choca contra las planchas de hierro del piso el rostro de Jorge Arufe cuyo cuerpo ha sido catapultado desde el exterior por varios de los matones. La mitad del cuerpo de la cintura para abajo le cuelga hacia fuera y debido a las manos esposas a la espalda le es imposible incorporarse y por unos instantes permanece en esa posición hasta que logro incorporarlo, entonces no puedo soportar más y de mi pecho brota un grito con todas mis fuerzas. Asesinos. Muchos de los matones me miran desde abajo pero ninguno hace ademan de golpearme.
El señor del hueco en el pecho con las manos esposadas a la espalda sigue jadeando con sus conmovedores estertores, entonces entre todos logramos quitarles las esposas plásticas buscando que estabilice su respiración. El hombro de Jorge comienza a tomar un color sanguinolento.
El señor del hueco en el pecho con las manos esposadas a la espalda sigue jadeando con sus conmovedores estertores, entonces entre todos logramos quitarles las esposas plásticas buscando que estabilice su respiración. El hombro de Jorge comienza a tomar un color sanguinolento.
La furgoneta parte y se aleja de donde continúan esposando, golpeando y subiendo a los vehículos a las Damas de Blanco y los activistas. La Caravana del Terror comienza su viaje de costumbre.
Quien va sentado a mi derecha lleva un móvil y hace una llamada dando a conocer los nombres de los que vamos arrestados. Cuando termina le pido el móvil, y llamo a Reinaldo Escobar para informarle de los acontecimientos, pero no puedo comunicar.
El señor del cáncer en la garganta, que aún no se su nombre ya está respirando normal e intenta comunicarse conmigo pero como no articula la voz le entiendo muy poco, por los gestos creo que me quiere explicar cómo le lanzaron contra el pavimento le apretaron por el cuello y se le encaramaron encima.
Yo lo vi señor- le digo escalofriado intentando evitar el esfuerzo que hace para explicarse- veo el paño manchado que cubre el orificio en la garganta y me pregunto cómo puede haber un ser humano y cubano que maltrate hombres y mujeres enfermas así sin que esos seres humanos hagan ningún acto violento. No encuentro respuesta humana posible.
Yo lo vi señor- le digo escalofriado intentando evitar el esfuerzo que hace para explicarse- veo el paño manchado que cubre el orificio en la garganta y me pregunto cómo puede haber un ser humano y cubano que maltrate hombres y mujeres enfermas así sin que esos seres humanos hagan ningún acto violento. No encuentro respuesta humana posible.
Delante se oye la advertencia de las patrullas desocupando la vía con la intención de hacer cruzar lo más rápido posible la Caravana del Terror para que el pueblo no se percate de lo que sucede. Unos minutos después estamos entrando a la cárcel del Vivad. Deben de ser cerca de las 15 horas y el techo del furgón despide fuego hacia nuestras cabezas. El robusto Aurelio pide que nos coloquen a la sombra pero nadie hace caso, entonces con el puño del brazo derecho golpea el techo con fuerza y llama la atención de los policías que se acercan enfurecido y lo bajan cayéndole encima como energúmenos dispuestos a devorarlos si es preciso. No veo nada del otro lado pero escucho las palabras de Aurelio diciendo que no le golpeen y su cuerpo chocando contra la carrocería del furgón. Oigo un esbirro uniformado cuando exclama: le voy a dar un solo golpe.
Terminan con Aurelio. Vuelven al furgón y preguntan por el teléfono. Nadie responde y uno de los agente de la policía política que viste de civil ordena a uno de los arrestados bajarse para registrarlo. Aprovecho y aconsejo al dueño del teléfono: creo que es mejor que le entregues el celular, cuando nos liberan te lo devuelven, en un final allá adentro no te sirve de nada y ya has comunicado los nombres de los que venimos arrestados. De cualquier forma, cuanto te cachean te lo van a encontrar, a mí el domingo pasado me hicieron quitar hasta las medias y voltearlas al revés.
Vuelven y ahora lo bajan a él, después al arrestado del hueco en el esófago. Pasados unos minutos al esposado con las esposas de metal y por ultimo a mí. Me colocan con las manos sobre el techo del furgón y me cachean como les han hecho a todos. Me pasan a la habitación acostumbrada donde ya hay varios de los detenidos. Entro al cuarto donde un oficial de la policía política, negro y de rostro simpático está pidiendo calma, pasividad, respeto y silencio.
No puedo contenerme y le digo: ustedes son los violentos, los irrespetuosos, se están comportando como asesinos mucho peor que los militares batistianos, porque aquellos mataban a luchadores armados y violentos que también los podían matar a ellos, eran revolucionarios terroristas y nosotros somos pacifistas, nuestras armas son las ideas, la palabra articulada declarando verdades, buscando no ofender, los teléfonos y las cámaras con las imágenes de lo que ustedes ordenados por el partido comunista de los Castros hacen. Declaramos la parte oscura de Cuba que siempre le han ocultado al mundo.
– Cayese o hable bajo- me ordena el esbirro pero sin enfurecerse. Los policías que están detrás observan esperando la orden de lanzarse contra mí.
Alzo más la voz y le digo: No me callo, si quieres me cortas la lengua o me metes un tiro, a mí solo me calla Dios.
Tengo suerte, el oficial no da la orden a los policías de callarme, da la espalda y se marcha y deja a otro joven fortachón en el lugar con varios policías custodiando la puerta. El esbirrito me mira sin inmutarse, sostengo su mirada fría por unos instantes mientras sigo hablando pestes del sistema, al fin cambia la vista y yo me voy cansando de tanta palabra hasta que detectando que nadie me enfrenta me callo.
Traen a un señor delgado y pequeño de cabello y bigote blanco. Debe tener casi setenta años. La camisa de cuadro que lleva puesta esta manchada de sangre. Las esposas le han arrancado la piel en varios lugares de los antebrazos. Otra vez menciono la palabra asesinos. Los jóvenes policías que están afuera con sus trajes veteados de sudor miran desorientados, uno de ellos baja la mirada hacia el piso. Nadie intenta, ni responderme, ni callarme. Otro de los arrestados dice: a ninguno de los cinco terroristas encarcelados en los EEUU los trataron de esta forma tan deshumanizada y cobarde. Tampoco nadie le responde. El esbirrito fortachón mira en silencio.
Ha pasado una etapa más de mi obra maestra. El muerto con sus carnes descompuestas dibuja en el techo la palabra justicia. El fiscal se corrige en la silla de cuero con la balanza dibujada en el espaldar y la madre sostiene el candelabro de la inquisición, mientras el bobo de mayo deja correr su baba verdosa por la mesa donde está la mandarria de las sentencias.
Una página más de mi obra maestra: Soy bloguer he resucitado. Continuara.
No puedo contenerme y le digo: ustedes son los violentos, los irrespetuosos, se están comportando como asesinos mucho peor que los militares batistianos, porque aquellos mataban a luchadores armados y violentos que también los podían matar a ellos, eran revolucionarios terroristas y nosotros somos pacifistas, nuestras armas son las ideas, la palabra articulada declarando verdades, buscando no ofender, los teléfonos y las cámaras con las imágenes de lo que ustedes ordenados por el partido comunista de los Castros hacen. Declaramos la parte oscura de Cuba que siempre le han ocultado al mundo.
– Cayese o hable bajo- me ordena el esbirro pero sin enfurecerse. Los policías que están detrás observan esperando la orden de lanzarse contra mí.
Alzo más la voz y le digo: No me callo, si quieres me cortas la lengua o me metes un tiro, a mí solo me calla Dios.
Tengo suerte, el oficial no da la orden a los policías de callarme, da la espalda y se marcha y deja a otro joven fortachón en el lugar con varios policías custodiando la puerta. El esbirrito me mira sin inmutarse, sostengo su mirada fría por unos instantes mientras sigo hablando pestes del sistema, al fin cambia la vista y yo me voy cansando de tanta palabra hasta que detectando que nadie me enfrenta me callo.
Traen a un señor delgado y pequeño de cabello y bigote blanco. Debe tener casi setenta años. La camisa de cuadro que lleva puesta esta manchada de sangre. Las esposas le han arrancado la piel en varios lugares de los antebrazos. Otra vez menciono la palabra asesinos. Los jóvenes policías que están afuera con sus trajes veteados de sudor miran desorientados, uno de ellos baja la mirada hacia el piso. Nadie intenta, ni responderme, ni callarme. Otro de los arrestados dice: a ninguno de los cinco terroristas encarcelados en los EEUU los trataron de esta forma tan deshumanizada y cobarde. Tampoco nadie le responde. El esbirrito fortachón mira en silencio.
Ha pasado una etapa más de mi obra maestra. El muerto con sus carnes descompuestas dibuja en el techo la palabra justicia. El fiscal se corrige en la silla de cuero con la balanza dibujada en el espaldar y la madre sostiene el candelabro de la inquisición, mientras el bobo de mayo deja correr su baba verdosa por la mesa donde está la mandarria de las sentencias.
Una página más de mi obra maestra: Soy bloguer he resucitado. Continuara.
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