domingo, 28 de junio de 2015

¿CÓMO?

Y ahora 'Granma' defiende la privacidad

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El órgano del Partido Comunista aboga por el respeto a la intimidad de cada uno.
El nuevo barniz que el diario Granma usa para cubrir los lamparones de la mediocridad lleva un emblema que desconcierta. Al abordar el tema del irrespeto a la privacidad descorre las cortinas del cinismo y el escarnio. Sencillamente, el texto publicado el pasado jueves  no cumple con el objetivo de sensibilizar a la opinión pública por medio del análisis y los cuestionamientos a un fenómeno que se ha enraizado en Cuba.
Respetar la intimidad del prójimo es uno de los valores que yacen bajo el lodo de las políticas que se crearon para apuntalar la parafernalia del totalitarismo. Con la deificación de la chivatería y la censura medieval contra los llamados rezagos burgueses, comenzó la tragedia.
El mal gusto, la chismografía, el odio por diferencias ideológicas y la  doble moral florecieron como rosas en primavera. Los jerarcas del poder y las nuevas generaciones se encargaron de la proliferación de esas cosechas. Cada cual desde sus nichos de autoridad o vulnerabilidades.
Resulta inconcebible que el tratamiento de estos tópicos continúe enmarcado en los límites de la intrascendencia. ¿Dónde están los antecedentes del problema y al menos las señas de algunos de los principales culpables?
Los responsables de que hayamos perdido todos los derechos individuales son los mismos que dan el visto bueno a esas jugadas de engaño.
Cuestionar el irrespeto al espacio privado es desde el Granma un despropósito de marca mayor. Y si de sacar intimidades a la palestra pública se trata, el régimen  tiene un largo historial.
En horario estelar televisivo y en primera plana, decenas de opositores y líderes de la sociedad civil independiente han sufrido campañas de desprestigio que incluyen fotografías, conversaciones telefónicas e imágenes audiovisuales, en franca violación de su privacidad.
La impunidad de esas prácticas pone en entredicho el interés de la prensa estatal por  ponerle coto a lo que en Cuba es una norma de convivencia y una herramienta del Ministerio del Interior para hacer añicos la reputación del que consideren un contrarrevolucionario.    
Pedir una ley que penalice tales eventos es cuando menos risible. En primera instancia hay que desmantelar el modelo que basa su legitimidad en el chantaje, la dosificación de la pobreza y otras particularidades de tintes maquiavélicos.
Al margen de los amagos críticos de Granma y compañía, inmiscuirse en la vida del otro, es en Cuba una especie de código del cual muy pocos escapan.
De no ser por ese hábito condicionado por el miedo y los avatares de la supervivencia, el socialismo fuera un mal recuerdo.
Conocer los detalles de la vida del prójimo es una ventaja, una fuente de oportunidades para tan siquiera poder cabecear en los bordes de la enajenación en la que se vive por decreto, hace más de 50 años.
A propósito del tema, en el barrio se habla sobre la inminente reactivación de las labores de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Entidad creada, en la década del 60 del siglo pasado para vigilar e informar a nivel de cuadra lo que haga, dentro y fuera de sus hogares, cada integrante del núcleo familiar.  
¿Puede ser creíble entonces la defensa a la privacidad desde el órgano oficial del Partido Comunista?     

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