“Interrogaciones fueron esas que las gentes de ambos bandos se hacían al llegar a La Habana, a bordo del Antonio López, en 28 de junio de 1869, el general Antonio Caballero Fernández de Rodas. Los interesados en que los sucesos que determinaron la caída de Dulce quedasen impunes y los ansiosos de que aquello no pasara sin el correspondiente correctivo permanecieron pocas horas en duda respecto de lo que haría Caballero de Rodas. Un historiador peninsular, Antonio Pirala, escribió:
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“"Desembarco el General acompañado de los altos funcionarios, presto en la sala del Municipio el acostumbrado juramento y dio a los habitantes de Cuba una alocuciónprograma, en la que, después de reseñar los desastres de la guerra, decía que su misión era restablecer la calma y la confianza, acabar con la lucha civil a todo trance y estudiar después las necesidades de la Isla y cuanto condujera al bien del país para proponer las reformas necesarias; que comprendía las dificultades con que tenía que luchar, pero le alentaba la esperanza de la ayuda del ejército, de los voluntarios, a los que se debía en gran parte la salvación de la Isla, y de hombres sensatos y honrados, y que su línea de conducta se encerraba en tres palabras: España, justicia y moralidad; cuyo programa adoptaba con fe inquebrantable y voluntad firme. Dirigiéndose a los voluntarios, les dijo que con su actitud enérgica y decidida habían prestado un eminente servicio a la causa del orden, de la justicia y del derecho, por lo que merecían bien de la patria; que debían estar orgullosos por su proceder, como él lo estaba por encontrarse a su frente para sostener la buena causa, teniendo además la satisfacción de darles las gracias en nombre del gobierno de la Nación y de sus conciudadanos."
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“No necesitaban ni podían ansiar más, ciertamente, los voluntarios de La Habana. Lejos sin duda estuvo Caballero de Rodas de pensar que también él se colocaba en mala situación por lo que a la justicia tocaba. Los envalentonados por la alocución-programa del Capitán General lo conducirían por malos senderos. Caballero de Rodas quiso ser ecuánime y conciliador, y no pudo. La protesta de los intransigentes se alzó, y la suprema autoridad colonial no estuvo muy remisa para entregarse en brazos de la protervia y consentir y disponer la perpetración de iniquidades y crímenes.”
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