Los últimos treinta años han visto la degeneración de la virtud en los antivalores que Martí condenó
jueves, enero 28, 2016 | Ana León | 4 Comentarios
LA HABANA, Cuba.- El 21 de marzo de 1889 José Martí estampó su firma al pie de un documento que, cuatro días más tarde, sería publicado en el diario neoyorquino The Evening Post. Dicho manuscrito constituyó la digna respuesta de un patriota a dos artículos anticubanos, divulgados por los rotativos The Manufacturer y el propio The Evening Post. “Vindicación de Cuba” continúa siendo el argumento más certero y decoroso jamás escrito para separar del oprobio la condición de ser cubano. Sin embargo, aquella encendida réplica, que calara en lo más hondo de los independentistas del siglo XIX, no parece provocar el mismo impacto en sus coterráneos del presente.
Hoy Cuba celebra el aniversario 163 del natalicio del más ilustre de sus hijos, con las habituales concentraciones de jóvenes que, según la presidenta de la FEU y nuevo miembro del Consejo de Estado, Jennifer Bello Martínez, “acuden a la cita por compromiso con la patria y la historia, en homenaje a Martí y al cumpleaños 90 de Fidel Castro”. Sin hacer mención del caprichoso nexo entre el onomástico de Fidel –que no tendrá lugar hasta el venidero mes de agosto– y el nacimiento del Apóstol, se impone valorar cómo se manifiestan los ecos del ideario martiano en la Cuba actual y adónde han ido a anidar virtudes humanas como la decencia, el decoro y la honradez.
Cualquier cubano que tenga en algo su orgullo pensaría en la profunda angustia del Apóstol al observar la “honradez” del joven que despacha en la tarima de un agromercado y roba a un anciano sin miramientos; o la “decencia” del otro joven que paga gustoso 25 CUC para comprar el examen final de cualquier asignatura en la universidad; o el “decoro” del otro que no estudia ni trabaja, pero se cree con el derecho de explotar el esfuerzo y las vigilias de su madre.
Los últimos treinta años de nuestra historia han marcado la metamorfosis de la virtud en los antivalores que Martí condenó en su respuesta a The Evening Post. Hoy la sociedad cubana está conformada por un creciente número de “inútiles verbosos, incapaces de acción y enemigos del trabajo recio”. Basta cruzar el Parque Central a cualquier hora del día para apreciar la cantidad de cubanos vigorosos que pierde el tiempo miserablemente, discutiendo sobre temas que nada aportan a la vida social del país. Basta recorrer las calles de Obispo y San Rafael, o el Paseo del Prado, para comprobar cuántos adolescentes –como los que aparecen en la foto– escapan de la escuela para acudir a la zona wifi, y cuántos jóvenes aguardan a los turistas para ofrecerles mujeres y productos de contrabando, fomentando el vicio, mientras desprecian abiertamente el trabajo honrado, el estudio y la cultura.
¿Cuál sería la sorpresa de José Martí al saber que los cubanos prefieren exiliarse por millares en Estados Unidos, antes que ver coartados sus derechos civiles? ¿Qué pensaría el hombre que fundó un periódico y un partido para apoyar la lucha por la independencia de la Isla, ante la autocracia y la ausencia de prensa libre? Todo lo que Martí defendió como maestro, periodista y político, ha sido manipulado por un poder enquistado desde hace más de cincuenta años. Un poder que incluye en los planes de estudio sólo los textos martianos cuya interpretación pueda servir a la consolidación de la farsa y a la estrategia de inocular, desde edades tempranas, la pasividad en el espíritu de los insulares.
La filosofía de repetir en masa, como papagayos, los poemas del Apóstol y las consignas ancestrales, puede engañar el ojo del turista que, conmovido, se detiene a observar la concentración de infantes y jóvenes frente al monumento del Parque Central. Pero quien conoce lo suyo, sabe que Martí sólo es recordado en el escenario que muestran las fotos, que su ideario no logra hacer mella en un pueblo cada vez menos propenso a la lectura y a la práctica diaria de la cortesía, la honestidad y el civismo.
No hay cubano culto y decente capaz de leer “Vindicación de Cuba” sin sentir una amarga decepción de la sociedad en que vive. A 117 años de publicado el artículo, arde como una bofetada la pluma del Apóstol denunciando a un gobierno que “sistemáticamente ha permitido (…) la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la ostentación de riquezas mal habidas y la conversión de la capital en una casa de inmoralidad, donde el filósofo y el héroe viven sin pan junto al magnífico ladrón de la metrópoli”.
Útil y necesario es releer aquella respuesta del Héroe Nacional para confrontar la vergüenza del presente, en una Cuba que se halla tan distante del noble sueño martiano como de la ilusión que acompañó al triunfo de 1959.
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