Los consumidores se ven obligados a acudir a establecimientos donde rige la oferta y la demanda
jueves, marzo 3, 2016 | Orlando Freire Santana | 0 Comentarios
LA HABANA, Cuba.- Después del berrinche de Raúl Castro del pasado mes de diciembre, cuando afloró en una de las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular que los precios de los productos del agro subían sin cesar, la opinión pública temió que se toparan los precios en todas las formas de comercialización existentes.
Sin embargo, hasta el momento la cordura parece prevalecer. Los mercados agropecuarios de oferta-demanda (MAOD), los carretilleros –aún con ciertas limitaciones de movilidad–, las placitas arrendadas, y los agros que funcionan bajo el sistema de cooperativas no agropecuarias, continúan vendiendo sus productos a precios libremente formados. Sólo en los mercados agropecuarios estatales (MAE) se están topando los precios.
Esa fue la estrategia original de los tanques pensantes del raulismo: fortalecer los MAE para que pudieran competir con las otras formas de comercialización, y al final que no les quedara más remedio a estas últimas que bajar los precios.
En aras de lograr ese fin, a mediados de enero la Empresa Provincial de Mercados Agropecuarios de La Habana decidió aumentar el número de MAE en la ciudad. Según informó el periódico Tribuna de La Habana en el artículo “Mover el dominó”, de 52 MAE existentes al cierre de diciembre, ya la cifra alcanzaba a 60, y las perspectivas eran de seguir creciendo. Incluso fueron habilitados estos nuevos MAE en locales donde antes funcionaban otras modalidades de comercialización no estatal.
Sin embargo, una vez más, la realidad arruina los planes de la maquinaria del poder. Una visita realizada este último fin de semana al MAE de 27 y A, en el barrio capitalino del Vedado, permitió comprobar la desolación que reina en ese lugar. Es cierto, los precios están topados, y por tanto son más asequibles al bolsillo de la población. Por ejemplo, el tomate está a cinco pesos la libra, y la malanga a cuatro; casi la mitad de lo que cuestan en los mercados donde rige la oferta y la demanda.
Pero, ¿de qué sirven esos precios si las tarimas permanecen vacías o con surtidos de pésima calidad? La malanga hacía más de una semana que brillaba por su ausencia, mientras que unos tomates totalmente verdes se mosqueaban ante la indiferencia de las pocas personas que intentaban llevar algún alimento a sus hogares. Una de ellas emitió su punto de vista: “Imagínense, estos mercados estatales tienen que esperar a que un comercializador del gobierno, al estilo de la antigua empresa de acopio, les traiga la mercancía. Así jamás veremos bien surtidas estas tarimas”.
Al día siguiente, en el MAOD de la calle Egido, en el municipio de Habana Vieja, era difícil abrirse paso entre los numerosos compradores que, aun anhelando que los precios fueran inferiores, preferían un mercado donde las ofertas fueran variadas y de calidad.
En este caso el problema no es tanto de producción como de comercialización. Es decir, de quien se encarga de trasladar los productos desde el surco a la mesa de los consumidores: si el Estado o los comercializadores privados. Los gobernantes de la Isla debían consultar el libro La riqueza de las naciones, escrito hace más de doscientos años, pero de una total vigencia. En esas páginas el economista inglés Adam Smith señaló que “al buscar satisfacer sus propios intereses, todos los individuos son conducidos por una mano invisible que permite alcanzar el mejor objetivo social posible”.
¿No es mejor hacerla la vida menos difícil a esos comercializadores privados, con menos impuestos y menos represión contra ellos en sentido general? Entonces, quizás los precios comiencen a disminuir.
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