From: Gerardo Morera del Campo
Para nosotros los que tuvimos el placer y honor de conocerlo y conspirar con el, y otros muchachos héroes que veian la lucha como una cruzada, les envio lo que recibi de otro hermano de lucha Pepe Bello.
ROGELIO GONZÁLEZ CORZO, MÁRTIR DE LOS CUBANOS
“FRANCISCO”
EN EL 55 ANIVERSARIO DE SU MUERTE
Cuando la pena nos alcanza /por un hermano perdido, /
cuando el adiós dolorido / busca en la Fe su esperanza, /
en Tu palabra confiamos / con la certeza que Tú /
ya le has devuelto la vida, / ya le has llevado a la luz.
“La Muerte no es el Final” del sacerdote español P. Cesáreo Garabáin, himno que honra a los caídos del Ejército español.
El grito de ¡Viva Cristo Rey! fue tan estentóreo que se oyó por encima del estampido de los fusiles. Y cuando el joven cayó destrozado por las balas, el grito seguía retumbando con un eco poderoso, porque había muerto por amor a sus hermanos. No hay amor más grande que el que da la vida por sus semejantes. Es el amor que nos enseñó Cristo, el amor a la vida, que pasa por encima del dolor y de la muerte.
Rogelio, cuyo nombre de guerra era Francisco, era hasta ese momento la figura principal del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) que, como indica su nombre, se fundó para recuperar la revolución que costó en Cuba tantas vidas y que fue traicionada, secuestrada y vendida por los comunistas.
En 1959, Rogelio, educado en colegios católicos, egresado del Colegio de Belén y miembro de la Agrupación Católica Universitaria (ACU) era un Ingeniero Agrónomo de 27 años, graduado de la Universidad de La Habana con posgrados en la Universidad Estatal de Luisiana, que comenzó a trabajar en el Ministerio de la Agricultura como Director General siendo Ministro Humberto Sorí Marín. Los dos soñaban llevar a cabo una Reforma Agraria que realizara los más caros anhelos del campesinado cubano. Días antes de que se proclamara la ley al efecto, el proyecto fue solicitado y escamoteado por Fidel Castro, quien se reunió con un grupo de sus incondicionales, militantes del Partido Comunista entre los que se contaba su amigo Alfredo Guevara. El texto original fue falseado con añadidos del propio Fidel, que proclamó la Reforma Agraria sin contar con los verdaderos autores del proyecto, y la hizo pasar por suya. Pero esa Reforma Agraria, como toda Cuba sabe, comenzó como parodia, al final resultó una farsa, y los campesinos quedaron más pobres y desamparados que antes.
Para ese momento, la dictadura castrista había mostrado sus garras. Sus verdaderos propósitos, ocultos por una pantalla de mentiras y manipulaciones, se transparentaban claramente. La jerarquía de la Iglesia lanzó varias alertas sucesivas, se llevó a cabo un Congreso Católico Nacional y en la Misa efectuada en la Plaza Cívica estuvo Fidel Castro con las figuras principales del gobierno. Cuando se consagró el Pan y el Vino, fingió una gran devoción. Él encarnaba la traición que se arrodillaba entre los fieles.
Los contactos con la Unión Soviética que vinieron después, las acciones contra los Estados Unidos, las agresiones contra el sistema democrático y los derechos humanos, los fusilamientos masivos, el lenguaje arrogante, amenazador, autoritario e impositivo de Fidel Castro, convencieron a miles de cubanos que se percataron de que la Revolución había sido traicionada. Los más osados y decididos, casi todos miembros de la ACU, se reunieron con personas como Manuel Artime, también católico, que había sido oficial del Ejército Rebelde, y de estos contactos surgió el Movimiento de Recuperación Revolucionaria, MRR, que pronto se reveló como el oponente más decidido y osado de la dictadura comunista.
Por sí mismo y de forma tácita, Rogelio llegó a ser el líder del MRR. Él era el centro y el más expuesto, todos los hilos de la trama opositora conducían a su persona. El 18 de abril de 1961 fue apresado por los sicarios del G-2. La farsa del juicio fue inmediata, querían asesinarlo rápidamente, y cuando murió fusilado en el macabro paredón de la Cabaña, no había cumplido 29 años. Era un hombre joven, sano y fuerte, de estatura más que mediana con sus 5 pies 10 pulgadas de alto, de figura atlética porque desde joven jugaba balompié y practicaba con rigor el deporte del remo en el equipo del Casino Español de La Habana, que le proporcionó fortaleza y resistencia física. Hijo de padres españoles nacido en Cuba, tenía la piel blanca, peinaba el pelo castaño oscuro con raya a la izquierda, sus grandes ojos igualmente castaños parecían soñadores y mantenían una expresión seria, el rostro era largo y ovalado, la nariz recta y los labios finos, el sólido mentón redondeado sugería una voluntad de hierro. Miembro de una familia acomodada y católica, de costumbres sencillas y principios firmes, su vida transcurrió en una casa de Marianao, en La Habana, con sus padres y sus hermanos mayores Isidro y Manuel, que tenían 5 y 6 años al nacer Rogelio; y en la otra casa de Asturias, en el pueblo de Cangas de Onís, donde pasaban las vacaciones cada año y disfrutaban en la finca paterna, dedicada a la cría de ganado, la producción de leche y los cultivos de estación.
Dice su hermano mayor, Manuel González Corzo, que los rasgos básicos de la personalidad estaban presentes en él desde muy temprano. Fue un niño decidido, siempre tranquilo, sosegado y sereno. Un muchachito pacífico y estudioso, que dominaba la literatura igual que las matemáticas, y llegó a ser un hombre de paz, un ser humano generoso siempre preocupado por sus semejantes a quienes ayudaba en todo lo que podía. En su familia moldeada a la vieja usanza, de valores firmes y costumbres ordenadas, Rogelio desarrolló sus disposiciones naturales. El estudio, la familia, el deporte y la religión sobre todo, ocupaban su tiempo. Su práctica religiosa era constante, asistía a Misa y comulgaba a diario, y tenía una devoción infinita a la querida Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre. En el bautismo recibió el nombre de Rogelio, un mártir que siguió predicando la Palabra de Dios aunque sabía que iba a costarle la vida, y llevó proféticamente el nombre clandestino de Francisco, en memoria del gran Santo que observó estrictamente las enseñanzas del Evangelio. Con la familia asistía al Casino Español de La Habana, donde se interesaba en los deportes. Ir al cine, pasear con sus amigos, estudiar, ir a la Iglesia, la práctica de los sacramentos, los Ejercicios Espirituales para fortalecer y conducir su alma... esa era su vida, la vida serena de un hombre de bien. Cursó la primaria hasta cuarto grado en el Colegio San Francisco de Sales sito en La Ceiba, que regían las Hijas de la Caridad, y los secundarios y el bachillerato en el Colegio de Belén en la Avenida 51 de Marianao, muy cerca de su casa a cargo de los jesuitas. Por sus padres y en San Francisco de Sales, conoció los rudimentos de la religión católica, y después con sus profesores jesuitas, se forjaron su fe intensa y su honda religiosidad ignaciana, bajo el carisma de la Compañía y la espiritualidad de San Ignacio, en un ambiente de gran devoción. Luego integró las filas de la Agrupación Católica Universitaria cuando cursó la carrera de Ingeniería Agrónoma en la Universidad de La Habana.
La Guerra Civil española, seguida y comentada por sus padres asturianos con inmensa atención, lo alertó contra el peligro comunista en su más tierna edad. La familia visitaba Cangas de Onís cuando estalló la guerra en 1936. Los acontecimientos se sucedieron tan rápido y el peligro fue tan grande, que apenas tuvieron tiempo para decidirse a instalar una embajada provisional de Cuba en su propia casa, porque todos los de la familia tenían nacionalidad española y cubana. Sin embargo, pasaban los meses, y más de un año, hasta salir de Asturias con muchas zozobras y peripecias por el puerto de Gijón, viajaron a San Juan de Luz, ciudad francesa en la frontera del Cantábrico, y allí lograron conseguir pasaje para viajar a Alemania. Desde Alemania, volvieron a Cuba en el vapor Orinoco, siempre al tanto de los horrores de la guerra civil en España y Asturias. En Gijón se enteraron de la ejecución, sumaria y salvaje, de muchos anticomunistas y de algunos sacerdotes, aspectos especialmente sensibles para la familia de Rogelio, como los bombardeos sobre Gijón en 1937, que provocaron grandes represalias. Cada vez que la ciudad eran bombardeada se fusilaba en la cubierta del barco prisión “Luis Caso de los Cobos” a varias decenas de los 500 detenidos derechistas, entre ellos algunos sacerdotes, que estaban allí recluidos.
La experiencia y el recuerdo de lo sucedido durante la Guerra Civil, vivido en la niñez, y la angustia que atenazaba a la familia a través de los relatos escuchados de boca de sus padres, hermanos y familiares, repetidos durante los viajes a Asturias en años posteriores y en el Casino Español de La Habana, convencieron a Rogelio desde la niñez de que el comunismo era perverso no sólo por ser ateo, sino por su condición brutal y asesina, por el odio, la muerte y las bajas pasiones que desencadena, y porque libera en los seres humanos los sentimientos e instintos más bestiales. Y por supuesto, el materialismo marxista tenía por enemiga principal a la institución católica, por su influencia en el pueblo y por su presencia en todas partes. A nadie deben sorprender la apasionada convicción de Rogelio y su determinación de luchar contra el comunismo que se implantó en Cuba, hasta las últimas consecuencias... él sabía que los comunistas asesinaron 100,000 personas durante la Guerra Civil. Entre ellos, 13 obispos, 4,172 curas y párrocos, 2,364 monjes y frailes, 282 monjas. A muchos los fusilaron sin más, a otros los torturaron antes de morir. Sólo por ser católicas, las familias eran obligadas a salir de sus casas por la madrugada y los comunistas los llevaban a “dar un paseo” que terminaba en el sitio de la ejecución. Y cuando estaban en peligro ante los ataques de los adversarios, reunían a los católicos y a los contrarios de cualquier creencia y desataban orgías frenéticas de tortura, sangre y muerte. Extraño método de combatir al enemigo. En aquella guerra espantosa, la ciudad de Cangas de Onís, cuna de sus antepasados, fue destruida por los bombardeos, lo que fue muy traumatizante para el niño. Aquella pequeña ciudad provinciana, donde hasta la última piedra desborda gloria de España, religión, catolicismo y tradición de combate sin tregua contra el invasor musulmán en una gesta de David contra Goliat, y ahora tanta destrucción en ésta, la primera capital de España, donde cayeron tantos edificios en un lugar donde cada piedra es monumento. Tanta sangre, tanta miseria, tanta muerte... cientos de Iglesias y conventos destruidos, tesoros incalculables del arte sacro y civil perdidos en los incendios, miles de cadáveres de cristianos asesinados sólo por el hecho de creer en Dios... la conciencia del niño quedó espantada por la magnitud del crimen. Las pesadillas, después, no lo abandonaban. Los aviones, los fusilamientos, el terror... no es difícil imaginar las impresiones que se grabaron con fuerza, en su mente.
Luego los meses de angustia, de miedo, de vida precaria, hasta pasar a Francia, de Francia a Alemania, y desde allí el viaje por mar hasta que las luces de La Habana brillaron en el horizonte una noche, anunciando la aurora y la seguridad de la casa paterna, del barrio cotidiano, y de la vida apacible. Y con el regreso, su religiosidad natural aumentó. Creció en el Colegio de Belén, se consolidó con los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, se hizo más grande cuando llegó a ser un agrupado muy querido en las filas de la Agrupación Católica Universitaria. El conocimiento de los horrores de la Guerra Civil fortaleció su fe y con ella la caridad y la misericordia.
Rogelio era cristiano a carta cabal. Hombre unido estrechamente a Cristo, en la fidelidad a sus palabras y en el contacto personal del misterio eucarístico, era un cristiano auténtico, sin aspavientos farisaicos o estrecheces sectarias, que sabía abrazar a un escéptico o a un ateo y unirse a él sin dobleces de pensamiento en el esfuerzo común por la santa causa de la libertad de Cuba[1][2]. Palabras pronunciadas en el XXIV aniversario de la muerte de Rogelio González Corzo por Lasaga Travieso.
Muchas personas dicen que su seriedad no le restaba simpatía. Era un hombre atractivo y las mujeres admiraban su apostura y su carácter. Le gustaba bromear, tener amigos, participar en actividades sociales. Amó, admiró y respetó intensamente a su novia, Dolores Carrera Jústiz, y en el centro de su jardín humano hubo siempre una rosa: una novia que nunca logró llenar el vacío que él le dejó al partir, una mujer que llevaba la dulzura en el nombre y en el corazón. En las horas difíciles, esquivando las garras de los mastines del odio, Rogelio siempre trataba de hallar algún momento para verse con ella: ya en el hogar acogedor de un amigo, ya en el disimulado rincón de alguna calle, acaso frente al juego sin fin de las aguas del mar[2][3].
En 1959, Rogelio asistió a una obra en el Teatro Auditorio de La Habana, presentada por la Agrupación Católica. Estaba sentado junto a la señorita Dolores Carrera Jústiz (Dulce), hija de un abogado de la ciudad. Fueron presentados en el intermedio y cuando regresó de Luisiana en 1958, comenzaron a salir. Con el tiempo, se comprometió a casarse. Y cuando Dulce se negó a salir de Cuba, Rogelio le dijo que iban a fingir un rompimiento ante los ojos de los demás, simulando que había terminado su noviazgo. Después, cercado por el peligro, Rogelio decidió protegerla y cuando la llamaba daba nombres diferentes, y de igual forma le enviaba flores. La gente pensaría que Dulce había roto con él y tenía otros enamorados. Y ese mismo año, en pocos meses, con la certidumbre de que un sistema comunista, totalitario, dictatorial, mentiroso y ladrón se había entronizado en Cuba, Rogelio no dudó un segundo y supo de inmediato cuál era su deber. Había que acabar con el régimen de oprobio, era necesario vencerlo, había que extirparlo de la faz de la Isla, había que luchar contra tanta maldad aún a costo de la vida. Y lo hizo como un iluminado, absolutamente comprometido con su religión cristiana, con la Doctrina del Amor, con el humanismo católico y la Doctrina Social de la Iglesia, convocado por el conocimiento de todo lo que había sucedido en la Madre Patria, integrando las filas del Movimiento de Recuperación Revolucionaria desde el momento de su fundación hasta llegar a la posición más alta, la de Coordinador Nacional del MRR y el Frente Revolucionario Democrático, FRD.
Rogelio aunaba esfuerzos, sumaba, organizaba. Bajo su inspiración se alzaron en masa numerosos combatientes campesinos en el macizo montañoso del Escambray, en los llanos de Matanzas y en todas las provincias de Cuba, de oriente a occidente, más de 7000 hombres en total. Rogelio dirigía a los grupos infiltrados que dejaban cargamentos de armas en puntos de la costa elegidos previamente por el Cuerpo de Ingenieros del MRR, decidía en qué puntos del territorio los aviones llegados del norte iban a dejar caer en paracaídas con pertrechos de guerra, movilizaba las acciones clandestinas y los sabotajes en las ciudades y en los campos, se mantenía al tanto de los campos de entrenamiento donde se preparaban los hombres de la Brigada 2506 para invadir la isla por Bahía de Cochinos en el sur, muy cerca de los grandes focos de guerrilleros alzados en el Escambray y Matanzas. Se iban a volar los puentes para que las tropas castristas no pudieran dirigirse al sur cuando desembarcara la Brigada 2506, y se preparó un plan para tomar La Habana por asalto: los grupos de acción del MRR iban a tomar las estaciones de policía, las de radio y televisión, el Palacio Presidencial, el Campamento Militar de Columbia, y al mismo tiempo iban a bloquear los accesos a la capital. Y Rogelio era el cerebro y el centro de todo aquel andamiaje que se había armado en menos de año y medio y que estaba listo para derrumbar el régimen de oprobio y terror implantado por Fidel Castro, que lanzó contra los insurrectos mal armados más de 70,000 milicianos y soldados regulares apoyandos por tanques, aviones de combate, artillería y toda la técnica militar de la Unión Soviética y el Campo Socialista… y en esta saga de leyenda, Rogelio González Corzo era el más expuesto, porque todos los hilos de la trama iban a parar a él. Sabía que iba a perder la vida en el intento, lo comentó con los amigos más íntimos, pero no quería morir sin impulsar antes el mecanismo que devolvería a Cuba la libertad.
Y su novia… pocas veces podían verse. Ella nunca sabía dónde, porque alguien la recogía y la llevaba a una casa de seguridad. Los encuentros eran breves, menos de media hora. A veces Rogelio se escondía en casas que pertenecieron a la familia de Dulce, si era posible. Una vez, al llamarla, la saludó diciendo: “Hola, ¿cómo estás? ¿Bien? Oh, lo siento, tengo el número equivocado”. Y colgó. Ella comprendió que la llamaba sólo para que escuchara su voz, y así le hacía saber que estaba bien. En otra ocasión, la llamó desde los Estados Unidos, donde había viajado por asuntos del MRR. En otra oportunidad, al regreso de un viaje arriesgadísimo, le trajo algunos recuerdos... cuánto se querían estos dos seres, a los que el peligro nunca pudo separar, ni la certeza de la muerte pudo desunir. Cuánta decisión, qué inquebrantable el amor de ella, que se mantuvo a su lado siempre, unidas sus almas, a riesgo de la vida... vale la pena que la vida se arriesgue cuando se ama de esa forma, y así lo hicieron Rogelio y Dulce.
Poco después la delación, la detención de Rogelio el 18 de abril de 1961, la mascarada del juicio sumarísimo el día 19 y la pena de muerte en el paredón antes del amanecer del 20 de abril. Las noches de fusilamiento estaban cargadas de terror. A las 11 de la noche encendían un potente reflector que iluminaba el palo donde amarraban a los condenados a muerte. Media hora después comenzaban a llegar los espectadores y se regaban por los alrededores. No se podía dormir en las galeras donde reinaba la tensión. Pocos minutos antes del fusilamiento se oía el ruido del motor del transporte que iba a buscar a los condenados a las capillas del otro lado de la prisión. Se escuchaban luego los ruidos de la puerta trasera por donde sacaban al condenado; la impotencia y la desesperación eran insoportables. Nada más angustioso que la sensación de horror que producían los fusilamientos en La Cabaña. La descarga mortal y los tiros de gracia eran como un alivio para todos. Los gritos de ¡Viva Cuba libre! y ¡Viva Cristo Rey! que lanzaban los condenados aumentaban la tensión acumulada en las galeras. Siempre había varios fusilamientos programados, pronto empezaba de nuevo el siniestro rito, y los tiros de gracia rubricaban la orgía de muerte.
Así fusilaron a Rogelio los comunistas, creyendo que con la muerte física podían eliminarlo. No podían callar a los opositores, no podían bloquear a los disidentes ni desarmarlos con buenas acciones, y apelaron a la muerte porque eran hijos de ella. Entonces lo ejecutaron por cobardes. Tenían miedo, el mismo miedo que impulsó a los miembros del Sanedrín para que pidieran la muerte de Jesús. Pero él no pensaba de igual forma. Para él, la muerte le garantizaba el paso al Reino de Dios. Y Rogelio, el Cruzado que no tuvo miedo para tomar la Cruz y convertirla en estandarte, repitió en el último momento su profesión de fe, y el testimonio de entrega total al Rey de Reyes con su último grito apasionado: ¡Viva Cristo Rey!. Rogelio llevaba muy bien puesto su nombre de mártir.
Nuestra religión católica nos hace perdonar el crimen, pero queda prohibido olvidar.
Dr. Salvador Larrúa Guedes
Miami, 11 de abril de 2016
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