viernes, 25 de agosto de 2017

VENEZUELA: ENTRE LA MANO DE TRUMP Y EL YUGO DE CASTRO.

Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
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Por lo tanto, los venezolanos tienen que decidir entre el orgullo nacionalista y el pragmatismo político. Tienen que decidir entre la mano de Trump y el yugo de Castro.
Hace un par de semana, sin que nadie se lo preguntara y con ese estilo directo que desconcierta a sus enemigos, el Presidente Donald Trump dijo que estaba dispuesto a utilizar la fuerza militar para devolver la libertad al oprimido pueblo de Venezuela. El siguiente fin de semana, en una entrevista con la cadena FOX, el Director de la CIA, Mike Pompeo, se refirió a la crisis en Venezuela diciendo: “Los cubanos están allí, los rusos están allí, los iraníes y Hezbolá están allí”. Y unos días más tarde, durante su escala en Cartagena de su periplo latinoamericano, el vicepresidente Mike Pence dijo “Una dictadura en Venezuela es totalmente inaceptable no solo para nuestro presidente y para Estados Unidos sino para toda la región”.
Como era de esperar, el sinvergüenza de Juan Manuel Santos, siempre dispuesto a hacer causa común con la tiranía castrista, le contestó que “ni Colombia ni América Latina, desde el sur del Río Grande hasta la Patagonia, podrían estar de acuerdo. América es un continente de paz. Mantengámoslo así”. Hay que ser un cínico como este "santo diabólico" para hablar de paz en Colombia. La única paz que han conocido los colombianos en más de 50 años es la paz de los sepulcros desatada por los narco-guerrilleros de las FARC, con financiamiento y asesoramiento de la tiranía castrista.
Pero la que resulta inaudita es la reacción de varios líderes opositores venezolanos condenando las declaraciones de Trump, Pence y Pompeo. Estos señores saben que los americanos no quieren robarse el petróleo de Venezuela ni sumirla en un baño de sangre como lo están haciendo Nicolás Maduro y Raúl Castro. También saben que los americanos quieren contribuir a la restauración de su libertad y de su prosperidad. Pero tienen tanto miedo de que los califiquen de "lacayos del imperio" que se escudan detrás de un nacionalismo estridente y obsoleto que sólo beneficia a las izquierdas enfrascadas en la destrucción de América.  
La realidad es que los americanos quieren impedir que la tiranía castrista haga metástasis en el resto del continente a través de Venezuela y se convierta en un peligro para los mismos Estados Unidos. Este argumento de seguridad nacional norteamericana podría convertirse en la justificación para cualquier acción militar, probablemente colectiva, contra la dictadura castro-madurista. Y ahí los venezolanos, aunque beneficiarios de cualquier acción militar, tendrían muy poco que decir sobre la misma.
Como de costumbre, acudo a la historia para entender el presente y justificar mis argumentos. Son muy pocos los países del mundo que han logrado sus metas de libertad y prosperidad sin recibir asistencia ajena. Y prueba al canto. En la Guerra de independencia americana (1775–1783), Francia peleó junto a Estados Unidos contra Gran Bretaña, a partir de 1778. Dinero francés en la cantidad estimada de 1,300 millones de libras, municiones, soldados y fuerzas navales francesas probaron ser esenciales en la victoria final estadounidense sobre la corona británica en la batalla de Yorktown.
Y un dato curioso, aunque debatido por algunos, la donación de sus joyas por las damas habaneras. En su libro, “When the French were here” (Cuando los franceses estuvieron aquí), el historiador estadounidense Stephen Bonsal escribió que “los fondos colectados por las damas de La Habana pueden ser considerados el terreno sobre el cual fue erigida la independencia y libertad de Estados Unidos”.
Venezuela tampoco estuvo exenta en el tema de la asistencia extranjera en las luchas por su independencia. En 1816, cuando ya Cartagena de Indias era la primera ciudad libre de Colombia, Simón Bolívar negoció desde Haití préstamos externos para financiar las primeras invasiones que lo llevarían a la liberación de Venezuela. Un año más tarde, en 1817, dos enviados del Libertador (Luis López Méndez y José María del Real) viajaron al viejo continente en busca de más recursos. Bolívar, considerado por los venezolanos como el más patriota entre ellos, sabía que la guerra tenía un alto costo y no tenía reparos en pedir ayuda para llevarla adelante.
Cuba es otro ejemplo elocuente. Después de treinta años de guerra (1868-1898) con algunas interrupciones, los cubanos no habían logrado sacudirse el yugo de una metrópolis que se aferraba obstinadamente a su última colonia en América. España estaba desfalcada en lo económico y casi vencida en lo militar pero los patriotas cubanos estaban exhaustos. Fue necesaria la estocada final de los Estados Unidos para vencer al león español.
A mediados de 1898, tropas norteamericanas desembarcaron al este de la provincia de Oriente con el objetivo de tomar Santiago de Cuba, la segunda ciudad de la isla. El 3 de julio, la flota española al mando del Almirante Pascual Cervera fue destruida por la flota norteamericana y Santiago de Cuba se rindió a las fuerzas combinadas de cubanos y americanos el 17 de julio de 1898.
Terminaba la guerra y, aunque bajo intervención norteamericana, nacía una nueva nación. Fueron muchos los contratiempos y más aún las amarguras de los patriotas cubanos que se resistían a lo que a todas luces era una merma de nuestra soberanía. Pero, menos de cuatro años después, el 20 de mayo de 1902, Don Tomas Estada Palma tomaba posesión como primer presidente de la República de Cuba.
Nos llevó tres décadas (1933) eliminar en su totalidad la influencia norteamericana en nuestras instituciones y nuestras empresas pero lo logramos sin disparar una sola bala. Las hecatombes posteriores de malos gobiernos y malos gobernantes hasta el holocausto del castrismo no podemos achacarlo a los Estados Unidos. Todo ha sido culpa de nuestra improvisación y nuestra arrogancia.
De hecho, los Estados Unidos hace mucho tiempo que dejaron atrás su política de intervención en América. Su meta actual es la de diseminar la libertad y promover prosperidad para hacer negocios que beneficien a todos. Por algo algunos los han llamado "los fenicios de nuestro tiempo". Si alguien tiene dudas solo tiene que mirar la huella dejada por los Estados Unidos entre sus aliados y hasta entre sus adversarios de la Segunda Guerra Mundial.
A diferencia de Rusia, que se tragó a Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Alemania Oriental para crear su Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, los Estados Unidos no se quedaron con una pulgada de territorio europeo ni japonés.
Por el contrario, en abril de 1948 pusieron en marcha el Plan Marshall en el monto de 13,000 millones de dólares para la reconstrucción de las zonas devastadas. Los objetivos de Estados Unidos fueron reconstruir aquellas zonas destruidas por la guerra, eliminar barreras al comercio, modernizar la industria europea y hacer próspero de nuevo al viejo continente. Tal fue el éxito, que muchas de las naciones beneficiadas por la largueza norteamericana se convirtieron con el tiempo en sus competidoras comerciales.
Veamos ahora la opción que confrontan los venezolanos en este momento doloroso y decisivo de su historia. El pueblo venezolano ya ha pagado con creces su cuota de sangre y existe el peligro de que las masas se cansen. Esa sería la prolongación indefinida de la tiranía. La urgencia de su realidad alucinante no deja espacio para las medias tintas ni para el término medio. Venezuela lleva casi 20 años ocupada y saqueada por una mafia extranjera que no soltará su presa si no es por la fuerza de las armas. Esa fuerza la tienen únicamente los Estados Unidos.
Por lo tanto, los venezolanos tienen que decidir entre el orgullo nacionalista y el pragmatismo político. Tienen que decidir entre la mano de Trump y el yugo de Castro. Sus líderes tienen que dejarse de "cuentos de caminos" y señalar al pueblo la ruta verdadera y expedita hacia la victoria sobre la maldad, aun al precio de algún costo político. Eso es lo que diferencia a los estadistas de los oportunistas. Hagamos votos porque Venezuela tenga los estadistas que ayuden a devolverle la libertad perdida.

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