TRUMP NUNCA SERÁ LEGÍTIMO PARA SUS ENEMIGOS.
Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
Sígame en: http://twitter.com/@AlfredoCepero
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Sus enemigos seguirán afirmando que Donald Trump es un presidente ilegítimo pero, tal como ocurrió en 2016, una mayoría ignorada y silenciosa lo mantendrá en la Casa Blanca.
Después de 675 días de intenso escrutinio y de 30 millones de dólares despilfarrados en la búsqueda de un delito fabricado por los enemigos de Trump, el Fiscal Especial Robert Mueller cerró su investigación, probablemente presionado por el nuevo Fiscal General William Barr. El nombramiento de Barr dejó a Mueller sin la protección y la complicidad de un Rod Rosenstein que llegó a conspirar contra Donald Trump. Por su parte, el informe de Mueller exoneró totalmente al presidente de haber conspirado con Rusia para ganar las elecciones de 2016, pero dejo abierta la posibilidad de que hubiera incurrido en el delito de obstrucción de justicia.
Una bajeza de un Mueller que no encontró pruebas que justificaran procesar al presidente por obstrucción pero sembraba una duda que serviría de excusa a la izquierda demócrata para seguir hostigando a Trump hasta el infinito. Un jurista del prestigio de Alan Dershowitz condenó la conducta de Mueller diciendo: "La labor de un fiscal es tomar decisiones. Mueller no terminó su trabajo. Su labor era exonerar a Trump si era inocente o enjuiciarlo si tenía pruebas de su culpabilidad."
Por su parte, la izquierda demócrata en la Cámara de Representantes utilizará ahora la obstrucción de justicia como pretexto para prolongar hasta las elecciones de 2020 sus ataques contra Donald Trump. Con seguridad ofrecerán como prueba de obstrucción su cesantía de James Comie. Pero, al igual que con la fallida conspiración con los rusos, les saldrá el tiro por la culata. Porque, según el artículo dos de la Constitución norteamericana, el presidente tiene la potestad de despedir a cualquier funcionario del Poder Ejecutivo por el motivo que le venga en ganas. No necesita justificar sus acciones ante nadie.
En el caso de Mueller, tal como su amigo James Comey, éste quiso quedar bien con los dos bandos de la enconada polémica y ha terminado odiado por ambos. El santo Robert Mueller es ahora un judas para unos demócratas que durante casi dos años pusieron todas sus esperanzas de destruir a Trump en un informe que sirviera de base para acusar al presidente de traición a la patria.
A pesar de jugar con las cartas marcadas de un equipo de abogados con una demostrada conducta de odio al presidente, Mueller no encontró delito alguno de conspiración ni pudo tampoco fabricarlo. El santo no les produjo el milagro y los demócratas lo han convertido en diablo porque los ha dejado sin su argumento más sólido. Pero eso no quiere decir que no inventarán nuevas patrañas para investigar, acusar y tratar de destruir al hombre al que no le perdonan que les haya ganado unas elecciones que creían tener en el bolsillo.
Con el descaro característico de los fanáticos o los desesperados, los demócratas que controlan la Cámara Baja exigen ahora ver la totalidad del informe de Mueller. No se conforman con el resumen que les fue sometido por el Fiscal General Barr en concordancia con el mandato original que fuera emitido por el Vice Fiscal General Rod Rosenstein. Llegan al punto de amenazar con interrogar a ambos funcionarios ante las comisiones de la Cámara Baja controladas por ellos.
El objetivo obvio es prolongar este deplorable circo hasta las elecciones presidenciales del año que viene. No importa que, en el proceso, le hagan daño a la nación que están obligados a servir. Lo que si importa es destruir a un Trump que se les interpone en su carrera desenfrenada hacia el poder absoluto.
En realidad, los demócratas tienen que atacar personalmente a un Trump con un desempeño brillante en la presidencia. Este hombre ha fomentado una economía de prosperidad y optimismo que no se veía desde hace tres décadas, ha creado millones de empleos, incluyendo el depauperado sector industrial, ha reducido el nivel de desempleo para todos los americanos, incluyendo hispanos y negros, ha puesto en marcha una independencia energética que se les había escapado a sus antecesores en la Casa Blanca, ha negociado condiciones favorables a Washington con socios comerciales que llevaban años abusando de este país y ha parado en seco a los enemigos foráneos de los Estados Unidos.
Incapaces de poner en marcha una agenda que supere los logros positivos de Trump, los demócratas no tienen otro alternativa que apelar a la demagogia y a la destrucción del presidente, de sus asociados y hasta de su propia familia. Los insultos proferidos contra Melania jamás habrían sido proferidos contra Michelle Obama, una mujer inmunizada de las críticas por el color de su piel y por su ideología política.
La crisis del partido del burro queda demostrada por la agenda que proponen los candidatos demócratas que se proponen derrotar a Donald Trump en las presidenciales de 2020. Presionados por una base política que reclama sangre y venganza, estos candidatos se han desplazado hacia una izquierda extrema con altas probabilidades de ser rechazada por los votantes independientes. Y sin ellos, ningún partido gana elecciones en los Estados Unidos.
Estos candidatos demócratas a la presidencia harían bien en formularse algunas preguntas inevitables y trascendentales. Por ejemplo, cuantos votantes independientes están a favor del infanticidio que es un aborto en el tercer trimestre del embarazo, cuantos están de acuerdo con las llamadas ciudades "santuarios" que ofrecen inmunidad a delincuentes ilegales, cuantos aceptan fronteras abiertas por las cuales penetran las drogas que matan a centenares de miles de americanos todos los años y cuantos están dispuestos a entregar sus armas y poner su protección y las de sus familias en manos de un gobierno que no es capaz de administrar el sistema de correos.
Asimismo, cuantos quieren otorgar derecho al voto a inmigrantes ilegales, cuantos están a favor de un Tribunal Supremo con la capacidad de legislar como los miembros electos del Poder Legislativo, cuantos conductores estarían dispuestos a renunciar a sus automóviles y aceptar que el gobierno les limite el consumo de carne con el pretexto de una peregrina pureza ambiental. Y en un asunto de máxima importancia para la preservación de esta república constitucional, cuantos estados aprobarían un cambio en el Colegio Electoral en que las elecciones fueran decididas por cuatro o cinco estados densamente habitados como California, Illinois, Nueva York, New Jersey y Florida, en detrimento del resto de los ciudadanos del país.
El brillante académico y analista político Víctor Davis Hanson resumió recientemente el panorama electoral diciendo que la izquierda que se opone a Trump es tan radical que ha hecho del presidente la única opción racional en las presidenciales de 2020. Sus enemigos seguirán afirmando que Donald Trump es un presidente ilegítimo pero, tal como ocurrió en 2016, una mayoría ignorada y silenciosa lo mantendrá en la Casa Blanca.
Una bajeza de un Mueller que no encontró pruebas que justificaran procesar al presidente por obstrucción pero sembraba una duda que serviría de excusa a la izquierda demócrata para seguir hostigando a Trump hasta el infinito. Un jurista del prestigio de Alan Dershowitz condenó la conducta de Mueller diciendo: "La labor de un fiscal es tomar decisiones. Mueller no terminó su trabajo. Su labor era exonerar a Trump si era inocente o enjuiciarlo si tenía pruebas de su culpabilidad."
Por su parte, la izquierda demócrata en la Cámara de Representantes utilizará ahora la obstrucción de justicia como pretexto para prolongar hasta las elecciones de 2020 sus ataques contra Donald Trump. Con seguridad ofrecerán como prueba de obstrucción su cesantía de James Comie. Pero, al igual que con la fallida conspiración con los rusos, les saldrá el tiro por la culata. Porque, según el artículo dos de la Constitución norteamericana, el presidente tiene la potestad de despedir a cualquier funcionario del Poder Ejecutivo por el motivo que le venga en ganas. No necesita justificar sus acciones ante nadie.
En el caso de Mueller, tal como su amigo James Comey, éste quiso quedar bien con los dos bandos de la enconada polémica y ha terminado odiado por ambos. El santo Robert Mueller es ahora un judas para unos demócratas que durante casi dos años pusieron todas sus esperanzas de destruir a Trump en un informe que sirviera de base para acusar al presidente de traición a la patria.
A pesar de jugar con las cartas marcadas de un equipo de abogados con una demostrada conducta de odio al presidente, Mueller no encontró delito alguno de conspiración ni pudo tampoco fabricarlo. El santo no les produjo el milagro y los demócratas lo han convertido en diablo porque los ha dejado sin su argumento más sólido. Pero eso no quiere decir que no inventarán nuevas patrañas para investigar, acusar y tratar de destruir al hombre al que no le perdonan que les haya ganado unas elecciones que creían tener en el bolsillo.
Con el descaro característico de los fanáticos o los desesperados, los demócratas que controlan la Cámara Baja exigen ahora ver la totalidad del informe de Mueller. No se conforman con el resumen que les fue sometido por el Fiscal General Barr en concordancia con el mandato original que fuera emitido por el Vice Fiscal General Rod Rosenstein. Llegan al punto de amenazar con interrogar a ambos funcionarios ante las comisiones de la Cámara Baja controladas por ellos.
El objetivo obvio es prolongar este deplorable circo hasta las elecciones presidenciales del año que viene. No importa que, en el proceso, le hagan daño a la nación que están obligados a servir. Lo que si importa es destruir a un Trump que se les interpone en su carrera desenfrenada hacia el poder absoluto.
En realidad, los demócratas tienen que atacar personalmente a un Trump con un desempeño brillante en la presidencia. Este hombre ha fomentado una economía de prosperidad y optimismo que no se veía desde hace tres décadas, ha creado millones de empleos, incluyendo el depauperado sector industrial, ha reducido el nivel de desempleo para todos los americanos, incluyendo hispanos y negros, ha puesto en marcha una independencia energética que se les había escapado a sus antecesores en la Casa Blanca, ha negociado condiciones favorables a Washington con socios comerciales que llevaban años abusando de este país y ha parado en seco a los enemigos foráneos de los Estados Unidos.
Incapaces de poner en marcha una agenda que supere los logros positivos de Trump, los demócratas no tienen otro alternativa que apelar a la demagogia y a la destrucción del presidente, de sus asociados y hasta de su propia familia. Los insultos proferidos contra Melania jamás habrían sido proferidos contra Michelle Obama, una mujer inmunizada de las críticas por el color de su piel y por su ideología política.
La crisis del partido del burro queda demostrada por la agenda que proponen los candidatos demócratas que se proponen derrotar a Donald Trump en las presidenciales de 2020. Presionados por una base política que reclama sangre y venganza, estos candidatos se han desplazado hacia una izquierda extrema con altas probabilidades de ser rechazada por los votantes independientes. Y sin ellos, ningún partido gana elecciones en los Estados Unidos.
Estos candidatos demócratas a la presidencia harían bien en formularse algunas preguntas inevitables y trascendentales. Por ejemplo, cuantos votantes independientes están a favor del infanticidio que es un aborto en el tercer trimestre del embarazo, cuantos están de acuerdo con las llamadas ciudades "santuarios" que ofrecen inmunidad a delincuentes ilegales, cuantos aceptan fronteras abiertas por las cuales penetran las drogas que matan a centenares de miles de americanos todos los años y cuantos están dispuestos a entregar sus armas y poner su protección y las de sus familias en manos de un gobierno que no es capaz de administrar el sistema de correos.
Asimismo, cuantos quieren otorgar derecho al voto a inmigrantes ilegales, cuantos están a favor de un Tribunal Supremo con la capacidad de legislar como los miembros electos del Poder Legislativo, cuantos conductores estarían dispuestos a renunciar a sus automóviles y aceptar que el gobierno les limite el consumo de carne con el pretexto de una peregrina pureza ambiental. Y en un asunto de máxima importancia para la preservación de esta república constitucional, cuantos estados aprobarían un cambio en el Colegio Electoral en que las elecciones fueran decididas por cuatro o cinco estados densamente habitados como California, Illinois, Nueva York, New Jersey y Florida, en detrimento del resto de los ciudadanos del país.
El brillante académico y analista político Víctor Davis Hanson resumió recientemente el panorama electoral diciendo que la izquierda que se opone a Trump es tan radical que ha hecho del presidente la única opción racional en las presidenciales de 2020. Sus enemigos seguirán afirmando que Donald Trump es un presidente ilegítimo pero, tal como ocurrió en 2016, una mayoría ignorada y silenciosa lo mantendrá en la Casa Blanca.
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