lunes, 2 de septiembre de 2019

Cadenas por la libertad

El 23 de agosto pasado se cumplieron dos aniversarios y se concretó una particular protesta en Hong Kong que repetía un clamor de libertad ante las consecuencias de la  esclavitud  que significó la colusión de la Alemania nazi y la Unión Soviética, coincidencias históricas que hicieron a mi colega Margarita Rojo, exclamar, ¡Hay que escribir de este día!. 
De la primera fecha hace 80 años, 1939, dos enemigos irreconciliables, mas por sus semejanzas,  que por las diferencias, Adolfo Hitler y José Stalin, suscribieron una acuerdo en el que de hecho se repartían a Polonia. La URSS, como si fuera poca su voracidad,  se apropiaba  de los tres países bálticos, Estonia, Letonia y Lituania, el acuerdo, según se afirma, se cerró con un brindis de Stalin  por la salud de Hitler. 
Las naciones bálticas sufrieron particularmente el horror del Kremlin ya que fueron países  invadidos, ocupados e incorporados ilegalmente a la Unión Soviética. Centenares de miles de ciudadanos de las tres repúblicas sufrieron deportación y otros miles tuvieron que servir en alguna dependencia del ejército rojo. 
No obstante, a pesar de la asfixia, 50 años después que la hoz, el martillo y la suástica se aliaran para sesgar decenas de miles de vida en los tres territorios, la Unión Soviética estaba enfrentando la que sería su crisis terminal. Mijaíl Gorbachov en su intento de reinventar el poder soviético acelero su caída y reactivo el anhelo de independencia de la mayoría de las republicas soviéticas.
La experiencia de las republicas bálticas fue muy singular.  Primero, protestas aisladas que se fueron extendiendo a los tres países, después retomaron sus respectivos idiomas para reafirmar su identidad nacional hasta  que Estonia, noviembre de 1988, Lituania mayo de 1989 y Letonia en julio de ese mismo año hicieron públicos sus objetivos de declararse naciones soberanas.
La singularidad de la independencia de estos países estriba en que varios millones de residentes de las repúblicas bálticas, todavía ocupadas por la URSS, organizaron una de las mayores protestas pacificas de la historia. La mayor manifestación de oposición popular al imperio soviético. El ciudadano común se unió y reclamo lo que era suyo, la libertad. 
Decidieron unir sus manos a través de más de 600 kilómetros,  formando así la que se considera la cadena humana más grande de la historia. El coraje de estas personas unió a Riga, Tallin y Vilna, capitales de las repúblicas sometidas y las condujo inexorablemente a la recuperación de la soberanía nacional.
En menos de un año los Soviets Supremo de las tres republicas declararon su independencia, lo que fue condenado de inmediato por el Kremlin afirmando que no era un procedimiento legal a lo que respondieron los tres estados bálticos, que todo el proceso de ocupación violaba el derecho internacional argumentando  que estaban reafirmando la independencia que existía bajo el derecho internacional.
La metrópoli reaccionó. Enviaron efectivos militares a Vilna asesinando a una veintena de personas e hiriendo a varios centenares de civiles. La historia recoge estos sucesos como la “Masacre de Vilna” y las barricadas en Letonia, al final, la llama que prendieron millones de personas el 23 de agosto de 1989 sofocó la violencia soviética.
Olvidada, quizás hasta por sus protagonistas, la histórica cadena humana fue revivida 30 años después por otros ciudadanos que sienten sus libertades y derechos amenazados por un régimen similar al que oprimía a los letones, estonios y lituanos, el comunismo chino,  un sistema que niega también la naturaleza humana e intenta convertir al hombre en pieza de su mecanismo de sumisión.
La mayoría de los ciudadanos de Hong Kong sienten que sus derechos peligran y decidieron emular la Cadena de la Libertad de los países bálticos de 1989. 
Lo llamaron el Camino de Hong Kong. En las cercanías de las estaciones del metro hicieron tres líneas a las que se sumaron decenas de miles de personas coreando consignas como, “Apoyar a Hong Kong” y “Recuperar Hong Kong, la revolución de nuestros tiempos”, los demócratas  de esa ciudad de “Un país, dos sistemas” se sienten amenazados por la República Popular China, y sin perder tiempo, como se debe hacer, están luchando. Los derechos se pierde fácilmente, recuperarlos siempre es cruento. 








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