Guadalupe fue tan singular que no murió en el curso de un día cualquiera, murió un 29 de febrero, esa jornada en extremo singular, la más exclusiva de todo el calendario
LA HABANA, Cuba. – Guadalupe fue tan singular que no murió en el curso de un día cualquiera. Guadalupe murió durante una jornada, en extremo, singular, la más exclusiva de todo el calendario. Guadalupe dejó la vida durante un día que solo se hace visible cada cuatro años.
La Lupe, quien no murió en Cuba, aunque aquí naciera, abandonó la vida en Nueva York, en esa ciudad a la que muchos llaman la capital del mundo. Su muerte aconteció un 29 de febrero, de 1992, en un año bisiesto, uno de esos que solo transcurren cada cuatro inviernos.
La muerte en ella no cumpliría aniversario, al menos concretamente y en atención estricta al calendario, hasta cuatro años después, hasta 1996. Y este año 2020, veintiocho años después de su partida, solo transcurrieron siete de esos 29, según ese calendario que nos rige el tiempo y hasta el cansancio; pero que en la más verdadera de las verdades transcurrieran ya veintiocho años desde aquel día.
Guadalupe, la grandísima cantante, la artista tan expresiva, la de los golpes en el pecho, tuvo muchos distingos más allá de su voz maravillosa. La mujer que puso de rodillas a Nueva York, no escogió cualquier casa para vivir.
Guadalupe durmió por años bajo un techo de New Jersey, que antes amparó de nevadas y serenos a Rodolfo Valentino, aquel divo italiano tan famoso. Ella compró la casa en la que antes viviera el que sedujo a Pola Negri.
La Lupe consiguió que Sartre, Jean Paul, el comunista francés, olvidara que la mujer abandonó a Fidel Castro, que salió huyendo de lo que estaba por llegar. Jean Paul Sartre la llamó, en francés claro, “animal musical”, y eso, sin dudas, fue un elogio del filósofo acostumbrado a la dureza de Simone de Beauvoir.
Sartre, el mismo que en La Habana se dejara deslumbrar por Fidel Castro, sucumbió a los encantos que la Lupe desplegaba en el escenario.
Sartre se plegó a su voz y quizá hasta a esas golpizas que ella misma se prodigaba en grandes escenarios, y quién podría dudar que hasta creyera que Simone resultaba en extremo discreta si se la comparaba con la cubana, con “la vampiresa en tu novela”, con la “yiyiyi”. Me pregunto qué diría hoy Sartre, y sus amigos cubanos comunistas, de “la gran tirana”.
Lo más probable es que la prensa cubana no la mencioné hoy, que la televisión olvide, intencionalmente, su imagen y su voz.
En Cuba, ningún diario regido por el Partido Comunista, que son todos los que circulan en el país, le dedicará un breve comentario, pero algunos cantaremos por ella que: “el día que te dejé, fui yo quien salió ganando”. Y es que La Lupe, debió intuir muy bien que este era “el peor de los calvarios”, que la “revolución” no era más que “puro teatro”.
La gran santiaguera, si estuviera viva y en Cuba, podía ser una de esas mujeres que pasan horas y horas en las colas para conseguir algo que dar a sus hijos a la hora del almuerzo. La Lupe podría ser una mujer toda vestida de blanco que desanda la ciudad y protesta por su refrigerador destartalado, por su despensa vacía, por su marido preso, por las injusticias del gobierno.
Guadalupe se fue a Nueva York y conoció allí lo que era el éxito rotundo, pero acá se habría roto la cabeza pensando en qué poner sobre la mesa, en su libertad interrumpida o en que chuchería llevar a un marido preso cuando las autoridades del penal le permitieran visitarlo.
Guadalupe podría ser cualquiera de las que hoy emplazan al poder. Ella podría detenerse en esa plaza, antes cívica y ahora de “la revolución”, para protestar o para cantar “Fiver”, como antes, como cuando muchos checos que la escuchaban en alguna radio de Praga suponían que todo cuanto quería la cantante era hacer una alabanza a Fidel Castro.
Ahora, y otra vez, supongo que ella canta “Fiver” y unos checos trasnochados entienden Fidel. ¿Por qué ese cambio? ¿Por qué el equívoco?
Allá en el Bronx una calle la recuerda, pero en La Habana, en Santiago, los más jóvenes ni siquiera saben que existió, a pesar de que algunos aseguren que Picasso la consideraba un genio y Cabrera Infante la tildara de “fenómeno fenomenológico”, aunque algún gay entrado en años asegure que todavía escucha sus carcajadas cuando pasa por el club “La Red”, y también percibe los golpes de tacón sobre el pianista que la acompañaba en aquellas noches en las que se subía al piano y cantaba, y golpeaba…, y cantaba…
Y quizá tengan también razón quienes suponen que esa calle en la que se levanta “La Red” cambie alguna vez su nombre, que se llame “La Lupe”, y que un travesti adorable y maquillado mueva sus labios siguiendo la letra de “La gran tirana” subido al piano y todavía dando golpes al pianista.
No pierdo las esperanzas…, es posible que a La Lupe que se escucha en mujeres al borde de un ataque de nervios, a la que se escucha cantando “¿Qué te pedí?” en “Nada” de Juan Carlos Cremata, se le vuelva a escuchar en Cuba, que la Yiyiyi retorne, que se quede para siempre, y que cuando eso suceda no existan presos porque se oponen al gobierno.
Ojalá que para entonces los cubanos no se arriesguen en terribles escapadas, ojalá que se pueda hallar su nombre en una calle, igualito que en Nueva York, ojalá pase algo que nos devuelva a la Lupe, que podamos escucharla en sus canciones, lo mismo en una plaza pública que en “La Red”, que más nadie borre sus canciones.
Ojalá le hagan caso a Cabrera Infante, a Almodóvar y a Sartre, que su voz vuelva a la radio, que se le mire en la televisión y hasta en el cine, que se le escuche en las fiestas de La Habana y Santiago de Cuba, que se goce su voz en las fiestas populares de La Habana, y también, como antes, en los carnavales de Caracas.
Ojalá que su voz “suene” alto en una fiesta, en cualquier plaza, y que Díaz-Canel no le “regale” su presencia en algún concierto en el teatro “Blanquita”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario