Convivencias rotas, cristales rotos.
Recientes acontecimientos me hicieron recordar un comentario de mi difunto padre en aquellos horrendos días cubanos de 1959, en los que muchos fusilados tuvieron que cavar sus propias tumbas y Ernesto Guevara y Ramiro Valdés, con el visto bueno de los hermanos Castro, repetían sin cesar, “Ante la duda mátalos”.
Mi padre en su celda, viendo los ataúdes donde iban a sepultar compañeros suyos me dijo, “la oveja más tierna se puede transformar en un lobo feroz, la mayor parte de la veces solo hay que convencerla de que está haciendo el bien y si a eso le sumas impunidad y el desamparo de sus contrarios, arrasan con todo lo que encuentren a su paso”.
Aquellos fueron tiempos en los que un amplio sector de la población cubana manifestó un profundo desprecio y ansias de destruir todo lo que no fuera suyo, incluida la vida de los otros. Fueron jornadas inolvidables, de histeria colectiva, como bien la bautizara el historiador Enrique Encinosa en el documental del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, “Al filo del Machete”, que dirigieron Pedro Suarez “Tintín” y Luis Díaz.
Esa ha sido durante más de sesenta años la Cuba castrista. Víctimas reales y supuestas transformadas en verdugos. Interminable noches de cristales rotos en los que los iluminados sedientos de una justicia hecha a su medida, se lanzaron a las calles a vengar agravios reales o ficticios, pero que su atroz conducta transformaron en nimiedades.
Siento un profundo respeto por todo aquel que ha sido abusado. Creo en la Justicia y en el derecho de todos de aspirar a ella sin importar el tiempo transcurrido. La culpa nunca debe extinguirse, por eso anhelo con ansiedad el día en el que los que destruyeron mi país paguen sus cargas, no obstante, ese afán de justicia no justifica las depredaciones en su nombre, menos, los abusos contra quienes no tienen responsabilidad por los sucesos.
Hay dos historias negras del nazismo que siempre recuerdo. “La noche de los cuchillos largos” y la “Noche de los Cristales rotos”, esta última con mucho más pavor que la primera.
La noche de los cristales rotos fue violencia dura y cruda contra ciudadano inocentes, contra propiedades duramente adquiridas. Fue una agresión total a la dignidad humana, al decoro y a la seguridad personal de personas ajenas al conflicto. Nada justifica esa noche, menos la propaganda criminal de los Joseph Goebbels de aquel tiempo, como tampoco el vandalismo que practican grupos extremistas en sociedades democráticas como las que estamos apreciando en este y otros países del hemisferio.
Aquella jornada abusiva del nueve de noviembre de 1938 puede ocurrir en cualquier lugar. No hay país capaz de garantizar que sus corderos nunca se convertirán en lobos. Una justa protesta, una demanda de justicia más que justificada, se va de cauce y presenciamos a varios ciudadanos actuar como depredadores con igual intensidad que la que estaban repudiando.
El afán por la justicia nunca debe conducir a nuevos crímenes. He visto filmaciones en la que supuestos justicieros escogen a sus víctimas y las maltratan como si fueran los criminales que en su momento agredieron a víctimas inocentes. Recuerdo una joven que fue increpada y agredida por manifestantes porque esta no se arrodilló como le exigían. Es incomprensible que quienes reclaman con toda justicia respeto a sus derechos, incurran en iguales vejaciones que las de sus agresores.
Hace unos días vi una filmación de personas que ingresaron a un restaurant y les pedían a los comensales que se sumaran a su protesta, una pareja aparentemente se negó y una joven, se apreciaba airada, como que los exhortaba con mayor vehemencia. Recordé como a principios de la década del 60 en Santa Clara activaban las luces de los cines para ver quienes no se sumaban a los masivos aplausos a favor de Fidel Castro.
Hay que estar alerta en no reinventar los tiempos de la inquisición, ni que a un sesudo salvador de almas se le ocurra elaborar un nuevo índice de libros, películas u obras de cualquier clase que por los motivos que considere deben ser prohibido. Por muy ofendido que te sientas no tienes derechos de atentar contra tus semejantes.
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