sábado, 27 de marzo de 2021

"Juntarse es la palabra de orden"

“Juntarse es la palabra de orden.” exhortó José Martí a los patriotas cubanos cuando los estaba convocando a la guerra de 1895. Juntarse es acercarse, arrimarse, acompañarse de alguien en el andar… Permite en consecuencia la autonomía de cada elemento. Por eso, el Partido Revolucionario Cubano, que fundara para organizar la “guerra necesaria”, estaba constituido por “clubes independientes.” Sin embargo, históricamente los lideres cubanos, desde Gómez y Maceo hasta Fidel Castro, han interpretado la palabra “juntarse” del Maestro de modo restrictivo, significando solo una de sus acepciones: “unidad”. Según la real Academia de la Lengua Española, “unidad” significa propiedad de todo ser, en virtud de la cual no se puede dividirse. Singularidad en número.  Conformidad en la que solo hay un asunto. Lazo de unión en todo lo que ocurre. En consecuencia el “juntarse” de José Martí, no es la “unidad” que procuran y que tan bien le ha convenido a los sucesivos dictadores de la Perla de las Antillas.  La unidad que han procurado los revolucionarios cubanos no nos ha permitido alcanzar el proyecto libertario de José Martí.


Significativamente, los Padres Fundadores de la Constitución Norteamericana defendieron la diversidad y el derecho de las minorías a ser tratados igual, y triunfaron. Martí creyó que la guerra era la paz del futuro. Desde el exilio veía la independencia de Cuba como el objetivo inmediato y los sacrificios de la guerra como un proceso de purificación, donde todas las miserias y conceptos equivocados serian sanadas. De nada vale la independencia de Cuba sin la liberación de los cubanos. La unidad política de todos los elementos ignora el peligro de que cuando la “unidad” adquiere forma de gobierno, al presuponer un mando centralizado, obediencia ciega, el sometimiento a la idea única, limita contornos, fija posiciones dogmáticas, no admite discrepancias y, a fin de cuentas, elimina la palabra libertad, el respeto a la diversidad  y a las minorías.


La diversidad, por el contrario jamás define bordes, no completa las ideas, para siempre volver a ellas con nuevos bríos, porque es de pensamiento abierto. El respeto a la minoría significa darle a un elemento el valor del todo, oponerse a la dictadura de la mayoría, porque el bien supremo es la persona humana, su dignidad, su plenitud, no el poder. De ahí el hecho trascendente de que los funcionarios publicos en Norteamérica sean considerados meros “servidores públicos”, mientras en los países de la que Martí llamara “Nuestra América”, se les identifica con el “ejercicio del poder”.


José Martí tenía un ideal, pero no tenía un sistema filosófico. Tener un ideario no significa tener un sistema de pensamiento, una clara concepción del Estado y el Derecho para una Cuba futura. Le faltó, además, el marco apropiado: un “pacto social”, propio de la Era Moderna, que se erigiera en asamblea constituyente donde se consagraran, como Ley Primera, los derechos fundamentales del ciudadano y se establecieran las competencias de los órganos de gobierno, como sí lo pudo hacer Ignacio Agramonte en Guáimaro. Y, en su defecto, se encontró en La Mejorana con un Máximo Gómez y un Antonio Maceo que pretendían un mando vertical a la revolución que andando el tiempo ha devenido en sucesivos gobiernos dictatoriales.


José Martí, si bien es cierto que encontró un novedoso discurso político, lo concretó en un lenguaje metafórico, capaz de ser utilizado por unos y por otros, que lo alejaba del necesario lenguaje racional que requiere el derecho político, a la hora de fundar las instituciones que le permitan al individuo su plenitud en armonía con la sociedad. No basta un ideario; es necesario un sistema. En un artículo publicado en la revista Vuelta en 1986 Enrico Mario Santí mencionaba “el carácter ambiguo, literario y, por tanto, abierto, de la prosa de Martí,” y lo que según él, “explica, al menos en parte, el por qué su obra se lee, entre nosotros, un poco como la Biblia: es todo para todos. Fijémonos en que ese carácter ambiguo y literario parece clausurar las posibilidades de arribar a cualquier lectura conclusiva del texto martiano. El ejemplo de los Estados Unidos es revelador porque trae a la palestra el problema de los debates en torno a Martí: se lo usa como arma para atacar y defender a la nación norteamericana. Aquello que cierra las posibilidades interpretativas, las mantiene abiertas».

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