lunes, 4 de octubre de 2021

José Martí


El Caribe es el resultado de un trauma histórico: la conquista. El arribo a la civilización y la implantación del Estado y el Derecho, no fue el resultado de un desarrollo autóctono, sino una implantación violenta, a costa de la vida y todos sus valores de los pobladores que encontraron habitando las islas.  Un Estado y un Derecho ajenos, que tenía su origen en tiempos antaño, allá, allende los mares. Y que su misión era la conquista, el dominio, la explotación y el saqueo.  Era un Estado que, lejos de procurar viabilizar la plenitud de cada individuo en particular y de la sociedad en general, tenía el objetivo de imponer la voluntad de la Metrópoli y sus clases dominantes, dado un sistema de Derecho que considera el Imperio de la Ley como la cumbre de la justicia.

Se trató de una sociedad, un Estado y un Derecho de naturaleza vertical, donde se concentraban todos los poderes prácticamente en una sola persona,  situación que perduró, con pocas reformas,  hasta la época de las guerras de independencia, donde el ideario de la Revolución Francesa llegó coartado por el “Despotismo Ilustrado” –doctrina que pretendía frenar los aires libertarios de la Ilustración, de modo que la libertad, la igualdad y la fraternidad quedara solo en los nuevos amos: la clase terrateniente criolla, nuestros patriotas, que lejos de liberar a los humildes, hicieron que la colonia siguiera viviendo en las repúblicas.

José Martí andaba por el mundo cargado de nostalgia, soñando la patria –¡vivir por Cuba en cuerpo y alma no es lo mismo que sobrevivir en Cuba en carne viva!– y, con la fuerza de un creador divino, se lanzó, cargado de ideales a entrelazar las ramas de los pinos nuevos1 con los viejos robles a fin de hacer la que él llamara “la guerra necesaria” por la independencia de Cuba, como paso previo a la liberación de los cubanos. Quien poseía todos los atributos para ser considerado posteriormente líder de la independencia y de la espiritualidad de la nación cubana por un lado y, por otro, la figura más relevante del periodo de transición del modernismo, que en América también significó la llegada de nuevos ideales artísticos, a quien Rubén Darío llamaba Maestro, siendo apenas un niño en tiempos de la Guerra Grande mientras más de doscientos cincuenta mil cubanos entregaban la vida a la causa por la libertad, ya había podido escribir ardientes manifiestos contra la tiranía colonial y tirado una cáscara de naranja a un soldado español, por lo que había ido a la cárcel y escrito allí bellos versos y estremecedores relatos.

Cuando Martí llegó a Estados Unidos se impresionó con el desarrollo económico y el sistema político existentes.  No hacía mucho que Edison había brindado una nueva luz al mundo con su lámpara eléctrica; Graham Bell había conseguido transmitir la voz humana a través del espacio y de los mares. Sus habitantes eran hombres de diferentes razas, religiones, naciones, pero todos tenían un espíritu común vertebrado por un documento trascendental: la constitución norteamericana.  En The Hour de Nueva York, del 10 de julio de 1880, expresó: “Estoy, al fin, en un país donde cada uno parece ser su propio dueño. Se puede respirar libremente, por ser aquí la libertad fundamento, escudo, esencia de la vida […] Nunca sentí sorpresa en ningún país del mundo que visité. Aquí quedé sorprendido […]»2

Martí vivió la mayor parte de su vida en New York, en momentos que la ciudad conformaba una nueva visión de  sociabilidad, de vida en común, donde el individuo era el protagonista, y a partir de su plenitud, su trascendencia. Época de la expansión y concentración económica y, paradójicamente, período en que se promulgan las primeras leyes antimonopolio. Fue el período más fecundo de su existencia. Allí escribió: “Haremos los cubanos una revolución por el derecho, por la persona del hombre y su derecho total, que es lo único que justifica el sacrificio a que se convida a todo un pueblo.”3 “O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, – o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños”4 …“Que cada opinión esté representada en el gobierno… que no se vea obligada a ser la oposición … ni influir en el gobierno como enemiga obligada, y por residencia, sino de cerca, con su opinión diaria, y por derecho reconocido. Garantía para todos. Poder para todos.”5

José Martí, consciente de “que la tiranía es una misma en sus variables formas”6, que el Gobierno debe ser la mayor reflexión sobre la imperfecta naturaleza humana”7, viendo el sable en el puño de los militares y las órdenes brotando, como fallos inapelables, de sus discursos políticos, le había escrito a Máximo Gómez: “No se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”8. Y más adelante escribió: “Gobierno no es, sino la dirección de las fuerzas nacionales de manera que la persona humana pueda cumplir dignamente sus fines.”9 Y el 5 de mayo de 1895, catorce días antes de caer en combate dijo en tono herido al ver cómo Gómez y Maceo hablaban a solas, bajito, a sus espaldas: “Va a caer la noche sobre Cuba!”10

“Juntarse es la palabra de orden.” exhortó José Martí a los patriotas cubanos cuando los estaba convocando a la guerra de 1895. Juntarse es acercarse, arrimarse, acompañarse de alguien en el andar… Permite en consecuencia la autonomía de cada elemento. Por eso, el Partido Revolucionario Cubano, que fundara para organizar la “guerra necesaria”, estaba constituido por “clubes independientes.” Sin embargo, históricamente los lideres cubanos, desde Gómez y Maceo hasta Fidel Castro, han interpretado la palabra “juntarse” del Maestro de modo restrictivo, significando solo una de sus acepciones: “unidad”. Según la real Academia de la Lengua Española, “unidad” significa propiedad de todo ser, en virtud de la cual no se puede dividirse. Singularidad en número.  Conformidad en la que solo hay un asunto. Lazo de unión en todo lo que ocurre. En consecuencia el “juntarse” de José Martí, no es la “unidad” que procuran y que tan bien le ha convenido a los sucesivos dictadores de la Perla de las Antillas.  La unidad que han procurado los revolucionarios cubanos no nos ha permitido alcanzar el proyecto libertario de José Martí.

Significativamente, los Padres Fundadores de la Constitución Norteamericana defendieron la diversidad y el derecho de las minorías a ser tratados igual, y triunfaron. Martí creyó que la guerra era la paz del futuro. Desde el exilio veía la independencia de Cuba como el objetivo inmediato y los sacrificios de la guerra como un proceso de purificación, donde todas las miserias y conceptos equivocados serian sanadas. De nada vale la independencia de Cuba sin la liberación de los cubanos. La unidad política de todos los elementos ignora el peligro de que cuando la “unidad” adquiere forma de gobierno, al presuponer un mando centralizado, obediencia ciega, el sometimiento a la idea única, limita contornos, fija posiciones dogmáticas, no admite discrepancias y, a fin de cuentas, elimina la palabra libertad, el respeto a la diversidad  y a las minorías.

La diversidad, por el contrario jamás define bordes, no completa las ideas, para siempre volver a ellas con nuevos bríos, porque es de pensamiento abierto. El respeto a la minoría significa darle a un elemento el valor del todo, oponerse a la dictadura de la mayoría, porque el bien supremo es la persona humana, su dignidad, su plenitud, no el poder. De ahí el hecho trascendente de que los funcionarios publicos en Norteamérica sean considerados meros “servidores públicos”, mientras en los países de la que Martí llamara “Nuestra América”, se les identifica con el “ejercicio del poder”.

José Martí tenía un ideal, pero no tenía un sistema filosófico. Tener un ideario no significa tener un sistema de pensamiento, una clara concepción del Estado y el Derecho para una Cuba futura. Le faltó, además, el marco apropiado: un “pacto social”, propio de la Era Moderna, que se erigiera en asamblea constituyente donde se consagraran, como Ley Primera, los derechos fundamentales del ciudadano y se establecieran las competencias de los órganos de gobierno, como sí lo pudo hacer Ignacio Agramonte en Guáimaro. Y, en su defecto, se encontró en La Mejorana con un Máximo Gómez y un Antonio Maceo que pretendían un mando vertical a la revolución que andando el tiempo ha devenido en sucesivos gobiernos dictatoriales.

José Martí, si bien es cierto que encontró un novedoso discurso político, lo concretó en un lenguaje metafórico, capaz de ser utilizado por unos y por otros, que lo alejaba del necesario lenguaje racional que requiere el derecho político, a la hora de fundar las instituciones que le permitan al individuo su plenitud en armonía con la sociedad. No basta un ideario; es necesario un sistema. En un artículo publicado en la revista Vuelta en 1986 Enrico Mario Santí mencionaba “el carácter ambiguo, literario y, por tanto, abierto, de la prosa de Martí,” y lo que según él, “explica, al menos en parte, el por qué su obra se lee, entre nosotros, un poco como la Biblia: es todo para todos. Fijémonos en que ese carácter ambiguo y literario parece clausurar las posibilidades de arribar a cualquier lectura conclusiva del texto martiano. El ejemplo de los Estados Unidos es revelador porque trae a la palestra el problema de los debates en torno a Martí: se lo usa como arma para atacar y defender a la nación norteamericana. Aquello que cierra las posibilidades interpretativas, las mantiene abiertas».

De modo que, una de las grandes virtudes de José Martí, paradójicamente puede haber sido una de las causas del fracaso de su proyecto libertario; su lenguaje poético. Es decir, el discurso político de José Martí está cargado de metáforas. Y la metáfora ilumina el camino, pero no hace el sendero. Las ideas deben concretarse en resultados.

En 1959 el pueblo cubano creía haber triunfado en una Revolución que llenó de esperanzas al mundo. Sin embargo, el castrismo, copió la concepción soviética del Estado y del Derecho, el cual tenía su base en el Estado Ruso de principios de siglo XX. Un Estado feudal cuando ya occidente comenzaba a despedirse de la modernidad. El castrismo hizo consagrar en su Constitución, en su Artículo 5, que la ley suprema era el Partido Comunista (por tanto ya no es científicamente una constitución), lo que ha hecho que el Estado, gobierno y sociedad sean dirigidas por una doctrina que se ha creído la verdad del mundo.

Así las cosas, Cuba nunca han tenido una concepción autóctona de lo que debería ser el Estado y el Derecho cubanos. Cuba necesita, de cara al siglo XXI, un discurso autóctono. Instituciones y aptitud intelectual que nos permitan viabilizar la plenitud de cada ciudadano en particular y de la sociedad en general. Es necesario estar a las alturas de la circunstancias. Ese es el reto para el siglo XXI.

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